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Joan Romero: “La educación es el valor más democrático que hay; el papel de los poderes públicos es esencial”

El profesor Joan Romero, catedrático emérito de Geografía Humana en la Universitat de València.

Laura Martínez

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Joan Romero (Albacete, 1953) es un entusiasta defensor de lo público y un apasionado de la enseñanza. Gracias a dos profesores voluntarios se educó, gracias a una beca pudo matricularse en la universidad, gracias a ese programa público pudo residir en un colegio mayor. Desde entonces, ha pasado la vida tratando de retornar lo que le han dado, uniendo su profesión con su vocación. Hace 53 años cruzó las puertas de la Facultad de Geografía e Historia de la Universitat de València como estudiante y allí se quedó, dando clase a miles de alumnos en cuatro décadas de docencia.

El carácter y el entusiasmo de Romero, hoy catedrático de Geografía Humana, es coherente con su historia: hijo de trabajadores de un cortijo en una aldea albaceteña, su destino era seguir este linaje de labradores. Pero hubo dos cosas que lo cambiaron: una pareja -padre e hijo- de profesores itinerantes y una beca salario. Los docentes, la familia Del Moral, lo situaron en la senda de la formación y el sistema de becas le permitió costear los estudios universitarios, la residencia en el colegio mayor Lluís Vives en València y una compensación económica a su familia. Para hablar de ello emplea la metáfora de Jürgen Habermas: “Mi cambio de agujas fue la beca salario. Mi destino era otro”. Por ello, entiende que “la educación es el valor más democrático que hay; el papel de los poderes públicos es esencial”.

El profesor, uno de los intelectuales valencianos de cabecera entre los socialdemócratas, llegó a la escuela tarde, pero ya llegó formado. La suya es una paradoja: “Empecé a leer con libros que en la escuela nunca me enseñaron”, relata, recordando la historia de Edmundo de Amicis Corazón, “una forma de empezar a leer con una perspectiva laica”, mientras que en la escuela formal, a la que llegó con nueve años, apenas se enseñaban tres obras que recuerda perfectamente: la enciclopedia Álvarez, el catecismo de Ripalda y el libro de “formación del espíritu nacional”. “Cuando fui a la escuela a mí me deseducaron”, indica, pero matiza: como en muchos otros, el adoctrinamiento no caló. “Eso me ha permitido relativizar: los intentos de adoctrinamiento no tuvieron mucho éxito”, apunta.

Nunca olvida sus orígenes humildes, en una casa sin libros. Aún recuerda el primero que entró en casa, un volumen de La tía Tula, de Unamuno, editado por Salvat y Alianza Editorial a raíz de un concurso del Ministerio de Educación. De nuevo, lo público hace aparición para cambiar la vida del profesor, dos años antes de entrar a la universidad.

Tras la enseñanza franquista, en la escuela española aflora la interpretación marxista de la historia. Romero se hace adulto en los setenta, época de ebullición para la izquierda, que asume los postulados marxistas en la élite intelectual. La facultad supuso una apertura total, un ir más allá de la doctrina. “Un profesor me dijo: hay elementos que deberias completar, lee a los hispanistas, conoce el pensamiento cultural europeo, ve mas allá. Antonio Mestre me dio unos libros que me cambiaron por completo”, explica, mientras busca en su cartera la lista que el maestro le dio hace ya décadas.

En sus primeros años encontró a Josep Fontana, uno de los historiadores españoles más influyentes, a quien pidió permiso para asistir como oyente a sus clases en la facultad vecina. “Encontré a una persona que me cambió por completo. Dije: yo quiero dar clases como este señor. Cada sesión era una estructura en sí misma, muy bien pensada. Toda la vida he intentado perseguir ese ideal, sin éxito. Algunas veces he podido ver en los alumnos algo parecido, durante unos instantes, en las aulas”, explica sobre su maestro. Otro de sus pilares fue el profesor Ernest Lluch, quien le introdujo en el pensamiento socialdemócrata europeo. No lo comenta en la entrevista, pues la actividad política no es el objeto de la conversación, pero al terminar muestra una foto con el exministro de Sanidad y varios compañeros frente a la delegación del Gobierno en Valencia, donde registraron la creación del PSPV. Dos décadas después, fue conseller de Educación en el Gobierno valenciano y secretario general de los socialistas valencianos.

La semilla de la vocación estaba desde bien chico, comenta, aunque la Facultad de Geografía e Historia “fue determinante”. Es a esta tarea a la que se ha encomendado con quizá mayor ímpetu, siendo el centro de su interés. Ahora, ya catedrático emérito y con menor carga docente, sigue preocupado por el futuro de las generaciones en proceso de educación, la precariedad de los jóvenes, la excesiva burocratización del sistema educativo y la sobreproducción de leyes de enseñanza que no afrontan los problemas estructurales para el alumnado.

Para él, ser profesor es un placer y una responsabilidad. “Ser profesor es una enorme responsabilidad porque cualquier palabra que dices, para bien y para mal, queda en el imaginario de los estudiantes. Creo que la labor que se nos encomienda es extraordinaria. Y que no es lo mismo ser profesor que trabajar en el enseñanza. Un profesor cuesta diez años de hacer, la docencia no se puede improvisar”.

Preguntado por el entusiasmo en dar clase, dice que es un intangible: “Cuando yo entro el primer día en una clase no conozco a nadie y cuando acaba el curso conozco a todo el mundo, les he visto crecer. Tengo la sensación de que cuatro o cinco cosas que le pueden venir bien en la vida, cosas que no tenían en su mochila, las tienen cuando acaba el curso y eso para mí no tiene precio. Durante unos meses un conjunto de jóvenes tienen que ir metafóricamente cumplimentando su caja de herramientas para interpretar el mundo, y si yo he contribuido a que tengan algún par de piezas más en su caja... eso es impagable. Por eso me gusta la docencia, porque les he visto crecer, porque realmente veo que estamos contribuyendo todos en esta función de formar los cuadros que luego se hacen cargo de la marcha de la sociedades”, relata con emoción. Ser profesor ha hecho a Romero un hombre feliz. “He tenido mucha suerte: siempre quise ser una cosa y es lo que he sido luego”. Lo dijo durante un homenaje académico que recibió la pasada semana y lo repite durante la entrevista: “He encontrado mi lugar en el mundo”.

Romero considera la escuela como el elemento predistributivo esencial y ve en España una anomalía respecto a otros países europeos. En concreto, cita el artículo 27 de la Constitución -el que blinda la educación concertada- que abre la puerta a un país a dos velocidades, trunca la igualdad de oportunidades. Sin una enseñanza pública universal no se sostiene el discurso del mérito y capacidad, ni la igualdad de oportunidades, y en España, considera, se dejó una puerta demasiado ancha para la consolidación de dos redes paralelas, un camino distinto “que facilita que las élites hayan encontrado un mecanismo de reproducción paralelo y al mismo tiempo dificulta que las clases trabajadoras en general puedan romper el techo”, hace que se topen con un muro. Con el peso de la enseñanza privada y concertada, muy superior a la de otros países, “las élites han encontrado su mecanismo de reproducción, que va desde la educación primaria hasta la universidad”.

“En España Estado y nación no coinciden”

Pese a dejar la primera línea política, el profesor no se ha separado de su partido, que recurre a él periódicamente como a un faro. Su prolífica publicación y trayectoria académica hacen que sea una fuente recurrente, que se le soliciten análisis periódicos. Ha dedicado su labor investigadora a los problemas territoriales y de gobernanza, con decenas de libros publicados en los que propone ahondar en el modelo federal y en el gobierno compartido en las comunidades autónomas.

La entrevista se desarrolla al día siguiente de la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno tras los pactos en los que han sido fundamentales los partidos nacionalistas. Sobre la coyuntura política, reflexiona: “España es uno de los estados más complejos que tenemos en el mundo occidental para poner en marcha sistemas de gobernabilidad. Ya lo dijo Juan Liz: España resolverá todos sus problemas salvo la existencia de una realidad interna que se concreta en que hay una mayoría de españoles que entienden que España en su Estado y su nación pero una parte no menor de ciudadanos en Cataluña y Euskadi entienden que España es su Estado pero no es su nación”. El modelo de Estado es el del pacto permanente, insiste, subrayando que se debe ahondar en el autogobierno.

“Lo que se ha producido estos días es un diálogo entre la nación mayoritaria y las dos naciones minoritarias”, comenta el catedrático, que apunta que ni el nacionalismo español es mayoritario ni lo son el catalán o el vasco en sus respectivos territorios. El profesor ve fundamental que el Estado ofrezca un techo bajo el que “caminar juntos” y nuevos estatutos de autonomía en Catalunya y Euskadi, aprobados por las Cortes Generales y ratificados en referéndum en los territorios, una fórmula similar a la tercera vía de Maragall. “El nacionalismo no desaparece, las naciones no desaparecen, ni pueden ser reprimidas, ni puede ser oprimidas... se trata de encontrar espacios de coexistencia”. La derecha española y la izquierda jacobina, dice, confunden a menudo Estado con nación, por lo que reclama a las formaciones un acercamiento a la realidad.

Sobre los nuevos gobiernos autonómicos y nacionales en el contexto neoliberal, ve con preocupación el énfasis en las políticas fiscales, el alarde en la bajada de impuestos y la merma de acción del Estado. “Esto no es el pensamiento liberal clásico. La derecha europea debería ser más cuidadosa con la concreción de sus políticas públicas. Cuando se exhibe como un éxito que se es el gobierno que más ha bajado los impuestos yo me preocupo, porque eso desarticula las sociedades y a medio plazo es perjudicial para todos. Si la sociedad se fractura por completo y adelgaza por completo la clase media, la parte central, entonces tenemos un problema que luego es muy difícil de reconducir, pero sin embargo se explica y se exhibe como un gran éxito, lo cual significa que la idea [neoliberal] sigue siendo muy potente”, concluye.

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