La tormenta política y mediática que rodea al Gobierno de coalición exige respuestas. Y no solo respuestas a la defensiva, sino afirmaciones claras sobre qué tipo de país queremos construir. El plan anticorrupción presentado por el presidente del Gobierno es un primer paso. Pero no basta con resistir la presión: hay que convertir esta crisis en una oportunidad para regenerar, reforzar y avanzar. La alternativa no es un repliegue melancólico, ni un tacticismo electoral, ni mucho menos una rendición. La alternativa es hacer política con mayúsculas.
Las medidas contra la corrupción, que habrá que seguir mejorando, representan un compromiso con la ética pública: proteger a quienes denuncian, endurecer sanciones a los corruptores, revisar los contratos públicos, establecer una agencia independiente. Pero el verdadero mensaje no está solo en el contenido técnico. Está en la actitud. Pedro Sánchez no ha dimitido, no porque no sepa hacerlo, sino porque entiende que gobernar también implica sostener el timón cuando arrecian los ataques. Ha pedido perdón, ha rectificado, ha actuado. Y ahora toca seguir.
El debate de fondo no es solo sobre la corrupción. Es sobre el rumbo. Porque hay quienes no quieren una política más limpia: quieren un país sin política. Un país gobernado por lobbies, algoritmos o pulsos de poder sin legitimidad. Lo que está en juego no es solo una legislatura: es la confianza en que la democracia sirve para algo. Y si quienes la representan se retiran cuando más falta hacen, entonces habrán ganado los que siempre han querido desprestigiarla.
Por eso no basta con decir que no todos somos iguales. Hay que demostrarlo con hechos. Y los hechos, hasta ahora, demuestran que este Gobierno ha actuado. Se ha subido el salario mínimo como nunca antes, se ha aprobado una ley de vivienda pionera para frenar abusos y proteger a los inquilinos, se han blindado las pensiones conforme al IPC, se ha invertido en Formación Profesional, se han desplegado miles de millones en fondos europeos para la reindustrialización, se ha liderado la respuesta europea ante la pandemia, y se ha aprobado una ley de formación profesional, una ley de ciencia y otra de universidades que dignifican el conocimiento. Pero todo eso —que ha costado años de acuerdos y de enfrentarse a múltiples resistencias— no puede quedarse a medio camino. Hay que avanzar más.
Porque los problemas estructurales siguen ahí. La transición ecológica no puede esperar: urge acelerar el cambio de modelo energético, apoyar a los sectores afectados, y garantizar que sea una transición justa. El acceso a la vivienda debe dejar de ser un privilegio, especialmente para las nuevas generaciones. La sanidad pública, aunque reforzada, necesita más plantilla, más tiempo y más financiación. La educación, clave para la cohesión social, requiere reducir la segregación, impulsar la equidad, reducir la ratio de alumnado por aula, y seguir avanzando hacia centros más coeducativos y más inclusivos. La financiación autonómica —bloqueada desde hace más de una década— exige una solución que garantice la suficiencia y equidad entre territorios. El sistema de cuidados debe consolidarse como un nuevo pilar del estado del bienestar. No estamos ante una legislatura de mantenimiento: estamos ante la oportunidad de dar un salto cualitativo en derechos, en cohesión y en justicia social. Y esa oportunidad no puede ser abandonada.
La ciudadanía no pide heroicidades. Pide gobiernos que escuchen, que actúen, que no se escondan. Y este Gobierno tiene la responsabilidad de demostrar que se puede salir de una crisis con más democracia, no con menos. Que se puede gobernar sin negarlo todo ni aceptarlo todo. Que se puede limpiar y transformar a la vez.
Es cierto que hay una herida abierta. Y que no se cierra solo con discursos. Hace falta más participación, más control interno, más protagonismo de la sociedad civil organizada. Pero también hace falta convicción. Porque si la izquierda duda de su papel cuando más se la necesita, entonces pierde no solo el poder, sino también la razón de ser.
No se trata solo de sostener a Pedro Sánchez. Se trata de sostener un proyecto político que protege a la mayoría social. Un proyecto que ha hecho más por la redistribución, los derechos y la justicia social en cinco años que otros en décadas. No se puede tirar por la borda porque tres personas traicionaran la confianza que se les dio. No podemos regalarle la decepción a quienes siempre quisieron desmontar el Estado del bienestar y abrirle la puerta a la ultraderecha.
Hoy, hacer política con dignidad significa limpiar, sí. Pero también significa gobernar con ambición, defender lo conquistado, y no ceder ni un palmo a quienes quieren sustituir la política por la antipolítica. Resistir no es suficiente. Hay que avanzar. Y para eso hace falta liderazgo, convicción... y coraje colectivo.