Es conveniente custodiar los mitos (y también cuidar algún tópico, de paso). Abrigarlos y protegerlos. No conviene ahogarlos en La Albufera o en el Turia, aguas que están a mano, porque es sabido que un pueblo se construye consagrando mitologías, no destruyéndolas. Aunque uses el manual de izquierdas y pulverices episodios glorificados por la historia oficial y oficialista, que es lo propio de la izquierda, habrá que suspender ese juicio crítico ante determinadas circunstancias, se lo merezcan o no las circunstancias.
Uno cree que el “episodio fundacional” de los Deu d’Alaquàs del 75 está tan hinchado como un globo hinchado y es tan insistente como una mosca en la oreja de la vieja castilla de Machado, pero al mismo tiempo el lance y su relato resultan imprescindibles, como un amante que pervive entre los tiempos. Hay que conservar las cosas y a veces hasta adorarlas. (Quizás por eso la izquierda se ha hecho últimamente tan conservadora: conserva morales muy antiguas y enaltece hechos muy circunstanciales, en lugar de desmitificarlo todo y despedazar divinizaciones y religiosidades, como se hacía antes). Y por eso a mí me da que, por su carácter irreemplazable y esencial para el destino de esta periferia, la última “tourné” de los Deu d’Alaquàs, cumplido ya el medio siglo desde aquella epifanía del 24 de junio de 1975, ha carecido de la exaltación necesaria, del brillo de la celebridad, de la majestuosidad de un trance destinado a elevarse más aún en los cielos mitológicos.
A la “gira” creo yo que le han faltado escenografías mayestáticas, toques retóricos bombásticos, quizás algún ramalazo eurovisivo, ya se me entiende. La epidérmis ineludible con la que se forjan las devociones o los sueños. Porque la puesta en escena de la “tourné”, seamos sinceros, ha causado decepción: desnuda y pobre, menesterosa, como si aún estuvieramos en el túnel franquista de aquellos años o, peor, en plena autarquía. Protagonistas disciplinados, faltos de rebeldías, palabras recordatorias, sillas desdichadas, una mesa, un público más bien provecto y unos micrófonos bañados en la nostalgia.
Una “tourné” estelar, en estos tiempos, y con vistas a afirmar la devoción por la leyenda, no se concibe con esa ramplonería. Al contrario: todos los elementos accesorios al mensaje central han de servir para objetivar la profundización del áura y el prestigio, más allá de cualquier realidad, o hecho realmente vivido, que eso es lo de menos, porque tampoco es que los Deu, no nos engañemos, acabaran con el franquismo, que el dictador murió en la cama meses después rodeado de su familia, incluido entre la familia el marqués de Villaverde. J. J. Pérez Benlloch, uno de los partícipes en la aventura -y gran desmitificador, como buen periodista, aunque el periodismo también se distraiga entre buenos y malos y afectos y desafectos- dijo hace treinta años, más o menos: “L’episodi no ens val ni tan sols com a batalleta per ser contada als néts”. Mal. Muy mal. No hay que desacreditar a según qué mitos, y éste es “fundacional”, casi levítico.
A diferencia de lo que sentenció Pérez Benlloch, uno cree que el “episodi” aún puede dar mucho de sí, pese a su levedad realmente real, y que hay que tratar de divinizarlo y no empequeñecerlo, porque una cosa es la razón y otra la revelación, como comprenderá Josep Guia, otro Deu, que es matemático: los números también conducen a Dios, al menos los cuánticos. Y no sigamos por ahí porque la detención famosa se produjo en una casa de ejercicios espirituales, no en un club de alterne o en los trasteros del bar Bimpi de la gran vía de Valencia, dos espacios bastante más materialistas. Algún mensaje oculto tendrá la geografía espiritual de la reunión famosa. (La Capuchinada, en 1966, también tuvo lugar en el convento de los Capuchinos de Barcelona, y allí estaban desde Espriu hasta Solé Tura. Cuatro años antes Vázquez Montalbán, que apoyaba a los mineros de Asturias, fue condenado a tres años de prisión, cumplidos, y por esta tierra también ha habido verdaderos mártires del franquismo, de los que no se acuerda nadie, y en años muy difíciles. Qué decir de las torturas en el 68 a Palomares, la detención y exilio de Monjalés, el apresamiento de García Bonafé años antes, y la de Codoñer, y la de Ferran Montesa, una semana en prisión por pertenecer al sindicato de estudiantes, y no sigo en los años duros porque la lista es larga. También ellos, y sus detenciones y sus cárceles y sus torturas, han de ser recordado/as, me parece a mí, aunque no les acompañen los aires jubilosos del mito fundacional del “pais que ja anem fent”, y aunque el “pais”, o la idea de “pais”, se fundara bastante años antes, claro, del caso que nos ocupa, como ya dijo Fuster y ya dijo Cucó. O no).
Decía que los Deu d’Alaquàs, detenidos en la casa de ejercicios espirituales, ya pertenecen con letras de oro al imaginario alegórico de esta tierra, y esa percepción hay que continuarla y enriquecerla porque el rito original produce ritos secundarios y esa cadena de ritos constituye la fortaleza de una idea o de una entidad, como demuestra la Iglesia desde hace milenios. A los Deu d’Alaquàs los apoyó desde Manuel Broseta hasta Maria Consuelo Reyna, y don Joaquín Maldonado y otros muchos, además de la izquierda más democrática, menos democrática, más nacionalista y menos nacionalista. Todos. Fue un consenso virtuoso a las puertas de la democracia que no se da en la actualidad. Por eso los mitos son necesarios. Y el constrate con la realidad ha de ser ajeno a la naturaleza y la persistencia del mito. Nos hacen falta mitos. De ahí que la “tourné” conmemorativa de los Guia, Soler, Pérez Benlloch, Corell, Martínez Llaneza y los demás me haya parecido a mí insuficiente, o, mejor dicho, carente de los elementos inexcusables que dotan de grandiosidad y asombro a un momento excepcional. Medio siglo. Esperemos que, al margen del sacrificio de los protagonistas por la causa, algún virtuoso de las tablas de la representación profesionalice la envoltura escenográfica de los Deu de ahora en adelante, a ver si para un mito que hemos creado, ahora va y lo disolvemos en cuatro días como si echáramos una aspirina efervescente en un vaso de agua.