La persecución de Sergio Ramírez y la deriva política de Nicaragua
El 2 abril de 1987 era investido doctor honoris causa por la Universitat de València el poeta y religioso Ernesto Cardenal, quien ejercía entonces como ministro de cultura en Nicaragua. Poco antes, en su visita a Managua, el papa Juan Pablo II le había exigido públicamente que abandonase el ministerio de cultura y regularizase su situación retractándose de su compromiso político con el sandinismo. Sergio Ramírez formaba parte también de aquel gobierno revolucionario que aspiraba a construir una nueva Nicaragua. Como Vicerrector, tuve el honor de acompañar a Ernesto Cardenal durante su estancia en Valencia junto con la profesora de literatura latinoamericana Sonia Mattalia y, durante varios días, compartimos conversaciones inolvidables. Era un momento crítico para el sandinismo redentor de la corrupta dictadura somocista, acorralado en Nicaragua por el stablishment i en el contexto internacional por una oposición abierta de las potencias contrarias a la consolidación de un movimiento revolucionario que recordaba demasiado a la revolución cubana y amenazaba con extender los ideales del comunismo.
A comienzos de los años 1990 visité León y Managua con mi colega y amigo Francisco Montes, profesor de estadística, en el marco de la cooperación entre nuestra Universitat de València y la de León en Nicaragua. Era el comienzo de la crisis e involución del sandinismo, que acababa de perder las elecciones. Daniel Ortega había sido hasta entonces líder del sandinismo y presidente del gobierno. Sucesivos triunfos de partidos conservadores agudizaron la crisis y Ernesto Cardenal abandonó el FSLN en 1994, en protesta por la deriva que le imprimía ya entonces Ortega; más tarde apoyó al movimiento renovador dentro del sandinismo MRS en las elecciones de 2006, como hicieran otros intelectuales, entre ellos Gioconda Belli y Sergio Ramírez.
Desde su salida del sandinismo Sergio Ramírez se ha mantenido como un escritor de reconocido prestigio, intelectual independiente y crítico, que a menudo ha participado en tribunas de prensa y conferencias. Cuando en 2018 recibió el Premio Cervantes, lo dedicó a “los nicaragüenses asesinados estos días por reclamar justicia”. El regreso de Ortega estaba resultando catastrófico para las libertades en aquel país. En su último libro, recién publicado, Tongolele no sabía bailar, Ramírez relata las protestas de 2018, en las murieron al menos 300 manifestantes reprimidos por la policía y los paramilitares. La deriva represora de la disidencia que viene practicando Daniel Ortega desde el gobierno ha señalado ahora a directamente a Sergio Ramírez. Resulta trágico que un país empobrecido, que tantas esperanzas puso en el movimiento de liberación representado en los años 1980 por el sandinismo, acabe gobernado bajo la tiranía de quienes han traicionado aquellos ideales de lucha contra la corrupción y ahora persigan la libertad y la disidencia. La amenaza y el terror no solo van contra Sergio Ramírez, sino contra todo el pueblo nicaragüense, hoy víctima de nuevas formas de poder autoritario y corrupto. Una inmensa tragedia que la presión internacional y especialmente de los países latinoamericanos tendría que detener.
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