Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

El ruido y la furia

Marcos García

Decir que en democracia todo el mundo tiene derecho a expresarse parece una perogrullada pero, a tenor de la actualidad, no lo es en absoluto. Y no me refiero a las sucesivas leyes mordaza que tanta ilusión le hace aprobar al Gobierno. Me refiero a la orden de prietas las filas que resuena en todos los partidos cuando sale el tema de la consulta catalana: sobre ese asunto no hay nada que discutir.

Ese es el principal problema sobre este asunto: que sí hay mucho que discutir; que la discusión, en este caso especialmente, no sólo es recomendable si no que resulta absolutamente necesaria.Porque las posturas se presentan con irreconciliables. Y en democracia nada es irreconciliable. O no lo debería ser.

Hablar, debatir, discutir, escuchar… son verbos que apenas se conjugan ya en política. En cualquier disputa, especialmente en las que tocan temas tan espinosos con la plurinacional realidad en la que vivimos, las posiciones parecen siempre decididas de antemano y se diga lo que se diga apenas variarán un ápice. Todo el mundo se siente legitimado de algún modo para mantenerse en sus trece apelando a la legitimidad de las urnas y, lo que es peor, a la que otorga el pueblo que vota en ellas. No sólo que vota, también que se expresa en la calle y hace ruido. O no.

Porque uno de los argumentos que estoy oyendo con más frecuencia en contra de la consulta catalana es, precisamente, que frente al ruido que puedan hacer los partidarios de la independencia se opone un grupo todavía mayor de ciudadanos que no salen a la calle a defender su postura. El argumento es mentiroso y, además, recuerda peligrosamente a aquella mayoría silenciosa de la que tan orgulloso se sintieron en su momento Manuel Fraga o José María Aznar.

Hay un dicho castellano que afirma que “quien calla, otorga”. Y es un dicho muy cierto. Quien calla en democracia y no vota, asiente silenciosamente y cede su opinión a la mayoría. Por eso creo que la consulta catalana no solo no es mala si no que es necesaria. Catalunya es un chivo expiatorio recurrente con el que aliviar la válvula de presión de la actualidad. El debate soberanista se usa partidariamente como un arma arrojadiza tanto en Madrid como en Barcelona y la furia que desata proporciona mucho rédito político a ambas partes.

Si nos creemos el sistema democrático deberíamos llevar su desarrollo hasta sus últimas consecuencias. Y eso implica debatir las cuestiones que crean fricciones para resolverlas de la mejor manera posible. Porque las constituciones, igual que los estados o las naciones, son construcciones orgánicas hechas por la historia a la medida de un grupo de personas. Y no al revés.

Las patrias evolucionan y cambian. Es bueno que así sea. Los reyes caen, las personas permanecen. Son las personas las que deberían decidir y nunca sabremos lo que piensan si no preguntamos. Con ánimo de debate pero sin prejuicios y, sobre todo, sin miedo a la respuesta. Porque, parafraseando aquello de Johnson, el patriotismo –todo el patriotismo–, es el último refugio de los cobardes. El silencio, también.

Etiquetas
stats