Seis cervezas trapenses que debes catar con sus respectivos quesos de abadía

Foto: Pexels

Elisabeth G. Iborra

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¿Sabías que los monjes trapenses empezaron intentando ganarse la vida con el queso y solo se hacían la cerveza para consumo propio, pero se ve que la gente les requería más la cerveza y acabaron produciendo mayor cantidad para comerciar con ella y autofinanciarse? De ahí se ha llegado a que las abadías de la orden de la Trapa estén todas asociadas en la Asociación Internacional Trapense, que vendría a ser como el Consejo Regulador de una Denominación de Origen.

Esta impone determinados requisitos para reconocer sus productos auténticos con el sello Authentic Trappist Product. Pueden ser vinos, licores, pan, cosméticos, galletas, chocolates... pero en este reportaje nos vamos a centrar en los quesos y cervezas. Hay 170 monasterios trapenses en el mundo, aunque solo 14 o 15, repartidos sobre todo por Bélgica -pero también por Alemania, España, Estados Unidos, Francia, Italia y Reino Unido- tienen el sello de Authentic Trappist Product.

Según Raúl Moncho, de la cervecería La Cebada de Zaragoza, los requisitos para que se lo concedan (o no se lo quiten) pasan por que: la propia orden de monjes o monjas lo elabore todo “dentro de las paredes del monasterio”. Además, los monjes son los que transmiten la sabiduría que acumulan de toda la vida con los mejores medios.

Su fin es que el producto final sea perfecto. Gracias a ellos, viven muchos otros monasterios y colaboran mucho entre sí.“ De hecho, el último requisito es que ”una vez se han cubierto sus gastos, todo son donaciones, todo son obras de caridad, ellos no se quedan nada de beneficio“. Enrique Vicente, distribuidor de Cervezas Santa Malta, asegura que, para los trapenses, ”la evolución no va hacia la rentabilidad, sino que va hacia conservar la misma calidad y con ese mismo amor al producto desde que se comenzó hasta que se acabe la historia“.

Para los monjes trapenses, la cerveza es Dios

Solo tienes que hacerte una escapada a una abadía y tomarte una cerveza recién elaborada “en la fábrica del monasterio, sentado en sus parajes; es lo mejor que hay en el mundo: ver cómo cuidan su ganadería y su producto”, recomienda Raúl Moncho. En España podemos visitar el monasterio de San Pedro de Cardeña, cuyos monjes hacían vinos y ahora elaboraran una cerveza, la primera cerveza trapense española, que puede adquirirse en este sitio.

No importa, aquí te traemos tres cervezas trapenses belgas, dos holandesas y una IPA con los quesos que hemos comprobado que maridan bien:

1. La Westvleteren 12 o amarilla ha sido considerada la mejor cerveza trapense del mundo, bordada desde el monasterio de St. Sixtus de Westvleteren, en Bélgica. Ahora tiene otras dos opciones: la Verde y la 8 o Azul. La campeona es difícil de conseguir pero es una joya con toques a oporto, caramelo y lúpulo. El queso cabeza de monje es, sin traducción, Tete de Moine, que sabe todavía mejor que huele y se sirve como una flor con un molinillo de queso. Procede de la abadía de Bellelay, en la región francófona Jura Bernés del cantón de Berna.

2. La Orval es una delicia que no tiene nada que ver con las demás trapenses. En boca da un punto a sidra o a vino que la hace envejecer estupendamente. La historia del pez y del anillo de su etiqueta resume una leyenda de la abadía de Notre Dame d’Orval, también en Bélgica. Podemos meterle un buen queso de Guinness: parece que tiene topos, pero en realidad lo negro es cerveza negra y lo blanco es la cuajada del queso, sublime. Tiene otro de mango y jengibre, cuya textura es completamente distinta al queso normal, y es para paladares abiertos de mente.

3. ChimayChimay: esta popular cerveza belga elaborada en la abadía de Nuestra Señora de Scourmont tiene tres versiones: la roja, la blanca y la azul. Para esta cata nos quedamos con la roja, con su amargor propio de la malta tostada y sus toques a nuez moscada ¡e incluso a jamón asado! La maridamos con el queso viejo de las vacas autóctonas de la región de Chimay, al que le echan algo de lúpulo y suelen lavarlo con cerveza dos veces al día. De su amplia variedad, probamos Le Poteaupré, suave, blandito, delicioso; el Chimay Rouge, que es más fuertecito, sin corteza sabe menos potente, resulta más agradable untado, y el Grand cru, el más distinto y suavecito, que siempre lleva un poquito de cabra y lo lavan con una cerveza que lleva levadura de champán.

4. La TrappeLa Trappe es la holandesa más antigua, hecha en el monasterio de Koningshoeven, aunque ahora es propiedad de la multinacional Bavaria. Probamos una Tripel, que tiene triple de malta y recuerda a cereal, frutas y especias. Con el tiempo han añadido unas siete variedades, entre las que se cuenta la edición especial homenaje al monje Isid’or, el primer maestro cervecero de su primera cervecería, fundada en 1884. Va bien con el Rubens, otro queso típicamente belga, de corteza de color marrón-rojiza que se puede comer (para aprovechar el sabor a cerveza) y también es de vaca. Exquisito, de textura durita pero fácil de roer.

5. ZundertZundert: esta cerveza holandesa se produce en la Abadía Maria Toevluch y el color no tiene nada que ver con las demás, es casi negra porque la malta está más tostada, tiene mucho caramelo y más graduación que el resto. Es más predominante la malta que el lúpulo, algo que ocurre en casi todas las trapenses porque anteriormente en vez del lúpulo se utilizaban hierbas para añadir sabor. El Brugge Rodenbach es un queso de vaca de pasta semidura y la corteza, cuando la masticas, te parece estar lamiendo una barrica de cerveza.

6. La Sinergia 19 es la primera IPA que surge de la colaboración de Tre Fontane, una abadía italiana, y Spencer, una abadía estadounidense. Ambas han sido las últimas incorporaciones a la Asociación Internacional Trapense, la cual ya les ha advertido que se atengan al estilo tradicional. Pero aquí podemos decir que es perfecta para iniciarse porque es más dulce, menos amarga. Encajará bien con el Rugge de Abadía, de pasta semidura de vaca, que sabe suave y tiene la corteza negra impregnada en cerveza.

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