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Fotografía terapéutica, ¿qué es y qué alcances tiene?

Foto: Pixabay

Cristian Vázquez

En los últimos años ha ganado mucho espacio una corriente que procura utilizar la fotografía para mejorar la calidad de vida de quienes la desarrollan: la fotografía terapéutica. Si se tiene en cuenta cómo han aumentado en los últimos lustros -de forma exponencial- tanto la cantidad de fotos que sacamos como la velocidad y los múltiples medios a través de los cuales esas fotos circulan, poder aprovechar estos beneficios se presenta como un muy buen plan.

La fotografía terapéutica es una “práctica fotográfica que contribuye con la sensación de bienestar de las personas”. Así la define David Viñuales, quien es fotógrafo, doctor en Educación Artística por la Universidad de Barcelona y uno de los principales impulsores de esta corriente en España. Se trata de una práctica que adquiere muchas formas.

Existen cursos y talleres en los que por lo general se procura explorar este aspecto de la fotografía; hacer de ella un ejercicio más consciente (de hecho, en ciertos casos también es llamada “fotografía consciente”), plantear -a partir de la práctica fotográfica- una introspección, una concentración y una relación más profunda con el entorno. “La fotografía siempre es, de alguna manera, un autorretrato, una proyección de aspectos internos exteriorizados”, de acuerdo con la fotógrafa y psicóloga Daniela Java Balanovsky.

La fotografía como una forma de introspección

Es por ello que, en un sentido, la fotografía terapéutica se podría considerar como lo opuesto a la 'selfitis'selfitis, el trastorno definido por algunos investigadores como “el deseo obsesivo compulsivo por tomarse fotos a uno mismo y publicarlas en las redes sociales como una forma de compensar la falta de autoestima y llenar un vacío en la intimidad”. La manía por sacarse selfies, por otra parte, ha sido asociada con el trastorno dismórfico corporal, caracterizado por la preocupación excesiva que alguien siente por algún defecto en su cuerpo, defecto que puede ser real o imaginado.

De hecho, Viñuales ha contado que en el origen de su interés por la fotografía terapéutica se halla el hecho de que, al comenzar los cursos de su doctorado en psicología, trabajó con personas que padecían anorexia nerviosa. Es decir, personas con un problema que se originaba a partir de su percepción de su propia imagen y del mundo. Entonces pensó si no podrían invertirse los términos: si la imagen no podría ser, también, la solución. Ese fue el punto de partida en su indagación acerca de si las fotos podían promover procesos creativos y, en última instancia, beneficios para quienes las tomaran.

Si bien la fotografía terapéutica se ha expandido mucho en los últimos años, sus orígenes se remontan a los años ochenta. Su pionera fue Jo Spence, una fotógrafa británica que utilizó su arte como una herramienta de visibilización, representación y curación de procesos personales y sociales. Muchos de sus trabajos consistieron en autorretratos que mostraban las marcas de su lucha contra el cáncer de mama. Murió de leucemia en 1992. 

Lo terapéutico de sacar fotos

¿Siempre hacer fotos es terapéutico, del mismo modo en que lo es escribir un diario? “Tomar fotografías puede resultar terapéutico en su propia práctica, sencillamente porque en cada disparo trabajamos sin saberlo la voluntad y la toma de decisiones: tomamos decenas de decisiones como el encuadre o la luminosidad en milésimas de segundo”, apunta Viñuales. Y añade que “disparar o no disparar una cámara de fotos es, además, toda una decisión que implica de lleno a nuestro mundo emocional”.

Para explicarlo, Viñuales se refiere al tan común -y beneficioso- afán de sacar fotos durante los viajes. “Tomamos fotos de lo que queremos volver a mirar o de lo que queremos llevarnos simbólicamente de un sitio, como un día de vacaciones o un lugar especial e irrepetible -explica-. De hecho, estamos tomando fotos que nos permitan volver a esos momentos seleccionados, y eso puede ser el inicio de un proceso terapéutico”.

Hay un riesgo, no obstante, en el hecho de sacar fotos en esos momentos que se asumen como especiales. Y es que a veces el acento está puesto mucho más en hacer las fotos que en disfrutar de cada sitio. Como ha subrayado Álvaro Luna, fotógrafo y técnico de la Universidad de Málaga, en un reportaje sobre este tema: “Vas a un museo y la gente no ve las obras, sino que está autofotografiándose para que quede constancia de que estuvo allí, cuando realmente casi que no ha estado”.

De ese riesgo también busca alejarse la fotografía terapéutica y consciente, al entablar otra clase de vínculo con el entorno. Al asumir la fotografía de esta forma, asegura Viñuales, “lo hacemos buscando una huella personal en cada foto, que de alguna forma hablará de nosotros”. Esto se debe a que, si bien las fotos capturan un instante “objetivo” de la realidad, lo hacen a partir de un encuadre, un tipo de luz y un ángulo en relación con lo fotografiado, entre muchos otros factores, que dependen de la subjetividad de la persona que maneja la cámara. Debido a ello, añade Viñuales, “las fotos que tomamos pueden resultar terapéuticas en ese momento, o después, cuando las miremos de nuevo”. 

Posibilidades y alcances de la fotografía terapéutica

Más allá de los beneficios de la fotografía terapéutica para la población general, hay usos puntuales en ámbitos de ayuda o acompañamiento para personas con problemas específicos. Personas con dificultades para la comunicación verbal o con trastornos del desarrollo pueden hallar en la fotografía un medio de expresión que les permita atravesar esas barreras y expandir sus posibilidades. También familiares y cuidadores de personas con Alzheimer y otras demencias pueden sacar partido de las fotografías, pues estas contribuyen en la creación de canales que acercan el mundo emocional de unas personas a otras.

“Hay muchos matices y diferencias entre los diferentes grupos profesionales que pueden hacer uso de la fotografía, con diferentes objetivos de participación, facilitación o propiamente terapéuticos”, señala Viñuales, quien hace especial hincapié en que estos casos son delicados y, por supuesto, el acompañamiento lo deben personas bien preparadas: psicólogos, arteterapeutas u otros especialistas. “Cada profesional debe conocer sus limitaciones y el potencial que pone en juego con la fotografía -remarca-. Esto es lo más importante para un uso responsable en entornos sensibles”.

Fuera de esos casos concretos, la propuesta de la fotografía terapéutica está abierta a cualquier persona. A quien se interese, Viñuales lo invita a “a que reconozca el mundo a través de sus imágenes, a que toque la realidad de mil formas diferentes, con mil disparos diferentes. Y también que comparta las fotos con amigos y conocidos, hablándoles de lo que representan esas imágenes y escuchándolos hablar de ellas”. 

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