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CONSUMO ALTERNATIVO

Huertos urbanos contra la hostilidad del asfalto: “Nos reconectan con el proceso de producción de alimentos”

Consumo sostenible y socialización: el papel del huerto urbano en las ciudades atomizadas.

Marina Benítez

2 de octubre de 2023 23:06 h

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Las ciudades son vastos territorios cubiertos de hormigón y cemento. En ellas los espacios para el esparcimiento y las relaciones sociales van desapareciendo en pos de lugares inocuos en los que la gentrificación es el presente. Las calles y las plazas de las ciudades, sobre todo en los centros, son lugares de paso en los que es difícil ver una cara conocida. En dichos espacios, lo arbóreo y vegetal se ha ido convirtiendo poco a poco en el decorado de un atrezo contextual creado al compás del ajetreado fluir actual. 

Parterres repletos de plantas que han de ser cambiadas una vez al mes debido al constante fluir de personas que no ven, solo caminan por la ciudad, y los destruyen en su andar. Para la mayoría, lejos quedó la figura del flâneur que disfrutaba con el mero hecho de caminar. Esa figura que se congratulaba con el placer que la ciudad, como espacio estético y que explorar, le proporcionaba. Ahora la urbe solo es un entramado en el que el camino no importa, solo el punto de partida y el destino.

Es en esa pérdida de percepción del espacio en la que la naturaleza se difumina y es despojada totalmente del sentido de ser, ya que también deja de ser percibida. Se convierte en ese lugar limítrofe y salvaje cuyo desconocimiento, así como los prejuicios que proyecta sobre la gente de la urbe, la convierte en un espacio inconcebible e inútil para la gran mayoría.

Los huertos urbanos se convierten en un bastión de resistencia en el que poder conformar relaciones sociales en torno a la naturaleza

¿Qué es un árbol en la actualidad? Para muchos es un mero objeto que ocupa un lugar en la calle, sin más. Para otros es un ente necesario por la sombra que proyecta en los días más calurosos del verano. Por último, hay quienes lo conciben como lo que es: un ser vivo con un proceso biológico necesario para nuestra supervivencia biológica y social. Un ejemplo de ello es la proliferación de los huertos urbanos en ciudades como Madrid, Málaga o Barcelona. Espacios convertidos en vergeles naturales en los que el equilibrio necesario de su propio ecosistema atrae a todo tipo de seres vivos, no solo a personas.

Los huertos urbanos se convierten en un bastión de resistencia en el que poder conformar relaciones sociales en torno a la naturaleza. En ellos el entramado social cobra vida y se expande, como si del micelio que se ramifica bajo su superficie se tratara, enriqueciendo en silencio la savia que nutre la vertebración comunitaria de la ciudad. Espacios en los que se desarrollan actitudes como el compromiso, la perseverancia y el compartir comunalmente a través de las cosechas.

Reconexión con los procesos de producción de alimentos

La deficiencia de espacios verdes y naturales en la mayoría de urbes conlleva un déficit de bienestar. El fomento de los mismos, por contraposición, hace que la población tienda a relacionarse entre sí. “Sales de tu aislamiento. En un huerto comunitario dejas atrás las preocupaciones del día a día. Ahí el entretenimiento constante deja de importar. En el huerto te centras en lo que necesitan las plantas, cómo se riegan o qué animales viven en él. Es un espacio en el que prima el momento presente, conectar con los sentidos. Tiene unos beneficios incuestionables, ya que en la naturaleza hay muchos matices y está repleta de estímulos diferentes que, a la larga, se convierten en beneficios”, explica Sara (pseudónimo), auxiliar de enfermería y usuaria habitual de El Caminito, espacio social y huerto comunitario ubicado en Málaga. “En nuestro huerto, por ejemplo, tenemos plantas aromáticas. Es el conjunto de plantas lo que hace que haya una estimulación cognitiva y una estimulación sensorial”, añade.

María Vela Campoy, directora estratégica de Ecoherencia y miembro de la junta directiva de SEAE (Sociedad Española de Agricultura Ecológica), comenta para este medio que “los huertos urbanos nos reconectan con el proceso de producción de alimentos. En muchas ciudades y pueblos no se tiene ni el conocimiento ni se ve el proceso de crecimiento de los cultivos. Sirven como espacio de reflexión y de contemplación y, desde luego, sirven de disfrute para las personas que necesitan esperanza. Yo creo que si hay algo que pueden aportar los huertos y el proceso de crecimiento de una planta es esperanza, confianza y valoración de los trabajos de cuidados. Ser parte del proceso de crecimiento del alimento te empodera, te responsabiliza y te reconecta con una realidad que muchas veces en las ciudades es casi imposible de percibir. El huerto nos baja el ritmo, nos ayuda a trabajar la paciencia”.

Un lugar en el que rehacer el entramado social

A pesar de ello, es una cuestión crucial no idealizar el contexto de los huertos urbanos ya que, aunque propician el establecimiento de relaciones sociales, no siempre quienes acuden a los mismos son capaces de conectar entre sí, como en cualquier contexto social. María Vela Campoy dice al respecto: “en Málaga, donde hemos estado analizando mediante indicadores de resiliencia y vulnerabilidad frente a la emergencia climática los huertos de la provincia, hay muchas experiencias distintas. Algunas en las que los huertos han servido para generar vínculos sociales. En otras, sin embargo, las personas usuarias de los huertos prácticamente no se hablan porque los conflictos del pueblo o la zona se trasladan al lugar”. A pesar de ello, los huertos urbanos se configuran como espacios genuinos en los que lo social se recupera con el valor añadido de la conexión con la tierra, proceso en el que estos desafíos son un componente más.

Los huertos urbanos nos reconectan con el proceso de producción de alimentos (...) Sirven como espacio de reflexión y de contemplación y, desde luego, sirven de disfrute para las personas que necesitan esperanza

María Vela Campoy directora estratégica de Ecoherencia y miembro de la Junta Directiva de SEAE

“Los huertos urbanos son espacios en los que surgen muchos desafíos, se aprende muchísimo porque hay que tomar decisiones. Hay casi tantos formatos como huertos sociales: espacios en los que cada uno tiene su parcela, huertos en los que el espacio se comparte, parcelas que son de manera indefinida para cada uno de los usuarios o son rotativas. Esta variedad cambia mucho la realidad de cada huerto social. Puede generar relaciones humanas maravillosas y darnos herramientas para una toma de decisiones más asamblearia y más sana, pero también puede generar conflictos importantes o potenciar los que ya existen. No creo que el huerto de por sí sea la magia para las relaciones sociales, pero si hay ganas y aptitudes para establecer relaciones sociales, el huerto social acompaña”, añade María Vela. 

Además, cuando se piensa en los huertos urbanos se desconoce la dimensión lúdica y de ocio que puede darse en muchos de estos contextos. Esto es debido, según María, a que “hay huertos sociales que cuentan con algún espacio específico para el ocio donde hay mucho encuentro e intercambio. Ciertos huertos son un auténtico espacio de divulgación”.

Esto convierte a estos espacios en lugares de gran interés debido a que no giran en torno al consumismo desmesurado del sistema capitalista. Así, se convierten en bastiones independientes en el que el fluir social se da a los márgenes. Según Sara, “los huertos urbanos son espacios en los que se da oportunidad a encuentros gratuitos. No vas como a un centro comercial a consumir. Tampoco interesa realmente producir o aprender. El huerto tiene una función más hedonista, una función de 'voy a disfrutar de este rato y hacer un poco lo que pueda hoy'. Estoy hablando de huertos urbanos que sirven también como lugar de ocio y en los que la productividad no es lo crucial. Te da la oportunidad de un encuentro neutral, gratuito, tranquilo, en el que parar y dialogar. En el principio es un lugar pacífico y amable, dependiendo de los participantes”. 

Y es que esa es la clave de un espacio paralelo al frenético fluir en el que vivimos: la necesidad de entornos que nos sirvan como parapetos emocionales y físicos a los que poder acudir cuando no somos capaces de hacer como se nos exige que hagamos. Sara, auxiliar de enfermería y usuaria de huerto urbano en Málaga, añade que “en la actualidad hay mucha soledad y, sobre todo, la gente mayor encuentra en los huertos un espacio en el que puede ser útil y puede compartir sus conocimientos y sabiduría, ya que es un espacio flexible en la exigencia física. Esta época hace necesarias las redes que se tejen en los huertos urbanos”.

El huerto urbano, al final, se convierte en un lugar de convivencia y no solo de transición, en el que se perpetúa una actividad y un hacer que acaba proyectándose en el resto de la ciudad. Según Sara esto se debe a que “al final haces comunidad, conoces a los vecinos. A veces hay vecinos que viven enfrente uno del otro y gracias al huerto se conocen. Incluso a la gente que está en la ciudad por un periodo breve de tiempo les ayuda a conocer a otras personas e integrarse. En un huerto urbano, al final, se da una convivencia de culturas, de edades, de gente con diversa ideología. Eso hace que haya una mayor mezcla y más diálogo en un ámbito neutral”.

Hay zonas en las que los huertos han servido para generar vínculos sociales. En otras, sin embargo, las personas usuarias de los huertos prácticamente no se hablan porque los conflictos del pueblo o la zona se trasladan al lugar

María Vela Campoy directora estratégica de Ecoherencia y miembro de la Junta Directiva de SEAE

El huerto marca otros ritmos

Hay multitud de razones por las que acudir a un huerto urbano. Como comenta Sara: “yo empecé a ir al huerto en un momento de mi vida en el que tenía mucha ansiedad, problemas para relacionarme y sufría muchos problemas con la comida. A mí la vida me había obligado a parar por la fuerza y tuve que decidir qué me gustaba. Yo hasta ese momento no había tenido ningún interés en la naturaleza, pero por alguna razón fui al huerto. Llegué y conocí a gente que por su amabilidad hizo que siguiera volviendo. Aprendí mucho y sigo aprendiendo sobre historia local, historia general, movimiento social, el uso medicinal de las plantas, cocina, etc. A nivel personal, de ahí he sacado amigos para toda la vida. Ha sido un espacio que me ha ayudado mucho en mi vida personal. Siempre lo he visto como un puerto seguro al que volver”.

María Vela Campoy, por su parte, dice que “los huertos urbanos sirven para trabajar la paciencia. Tienen muchas ventajas desde la interacción social a la propia belleza de los espacios. Del pasar del cemento a lo verde en el que cosechas y ves la vida. Estimula los sentidos, pero también puede generar frustraciones: desde que el cultivo se inicia hasta que finaliza pueden pasar muchas cosas”. Los huertos son espacios y como tales no deben ser idealizados, ya que ello puede dar lugar a una frustración contraproducente. “En un huerto comunitario también tienes posibilidades de conflicto, pero eso también te hace crecer como persona si lo sabes trabajar. El ejercicio físico que te ayuda en la mejora de la salud mental: hay un rango muy inclusivo, debido a que puedes estar en una mesa extrayendo semillas o cavando en la tierra para plantar algo”. Añade Sara que “el huerto no es como Netflix, que va muy acelerado y tu elijes qué ver. El huerto tiene unos ritmos que tienes que observar, respetar y para los que te tienes que parar.”

Espacios de inclusión social

Muchos de los huertos urbanos existentes en todo el territorio nacional, e incluso internacional, tienen un programa de actividades abierto en el que prima la integración social. Ejemplo es el taller sobre compostaje con mujeres en riesgo de exclusión social que Andrea Cerdán, formadora y representante provincial del Colegio de Ambientólogos COAMBA en Málaga, impartió en El Caminito a través de Visión Circular y la Asociación Arrabal. Según sus palabras: “actividades en espacios como El Caminito generan una motivación y aprendizaje en cooperación, además de reforzar los vínculos de las comunidades y vecinos en las ciudades. A través de ellos se refuerza la concienciación ambiental y conocer nuestro entorno natural. Aspectos claves que propician la resiliencia y la participación ciudadana, factores necesarios para la adaptación al cambio climático y social. También la perspectiva integradora e intergeneracional nos hizo vivir experiencias muy gratificantes.”

Y es que la construcción de espacios al aire libre en los que generar actividades es otro de los temas pendientes de nuestras urbes. “Realizar talleres o formaciones en un entorno natural aporta tranquilidad e inspiración, y ayuda a que aumente la creatividad y la concentración”, prosigue Cerdán. “En la última jornada del curso todas las participantes compartimos nuestras impresiones y todas coincidían en que realizar los talleres al aire libre y rodeadas de un vergel en mitad de la ciudad disminuía el estrés y aumentaba las ganas de aprender del entorno; también coincidían en que se deberían hacer más talleres de este estilo, en un entorno natural y con partes teóricas y prácticas”, concluye.

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