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De París a Lisboa: por qué las ciudades europeas necesitan árboles, pero luego no es tan sencillo plantarlos

Ambiente en el parque del Retiro, a 4 de septiembre de 2022, en Madrid (España).

Jon Henley

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De Madrid a Berlín, de París a Budapest, científicos y expertos en urbanismo están de acuerdo: árboles, árboles y más árboles pueden contribuir a crear unas ciudades europeas más amables para los próximos años ahora que el calentamiento global se intensifica. Unas ciudades en las que se pueda sobrevivir.

Pero las aceras de hormigón, los rascacielos, las plazas históricas y los aparcamientos subterráneos suponen un entorno hostil para los árboles, y las autoridades se están encontrando con dificultades para plantar más. De hecho, muchas ciudades de la Unión Europea (UE) son menos verdes de lo que lo eran hace un siglo.

“Es un reto inmenso”, dice Christophe Najdovski, vicealcalde y responsable de la repoblación y zonas verdes del Ayuntamiento de París. “Sabemos que, con los árboles suficientes, podríamos bajar la temperatura de la ciudad hasta ocho grados en verano. Son, básicamente, un aire acondicionado natural. Pero no siempre es fácil plantarlos”.

El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático no puede ser más claro: los árboles en las ciudades combaten el cambio climático tanto de forma directa, al atrapar carbono, como de forma indirecta, al refrescar zonas urbanas y reducir la demanda energética. 

El informe sostiene que los árboles ofrecen otros beneficios múltiples: una mayor calidad del aire, una menor sobrecarga térmica y menos “islas de calor urbanas” provocadas por las calles y los edificios que absorben y retienen el calor, lo que “mejora la salud mental y física”.

2.000 euros por árbol

En resumen, para los ayuntamientos debería ser obvio plantar árboles. Pero, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la cantidad de árboles lleva disminuyendo desde principios de los 90 en muchas ciudades europeas. Algunas áreas urbanas han perdido hasta un 10% de su superficie verde.

En parte, dicen los expertos, se debe a que los árboles de finales del siglo XIX y principios del XX –los que sobrevivieron a las sucesivas generaciones de urbanistas que luchaban por hacer más hueco a los coches– están empezando a acercarse al final de sus vidas. 

Pero también se debe a las dificultades técnicas y el coste de plantar nuevos árboles. Según Ana Luisa Soares, una arquitecta paisajista de la Universidad de Lisboa, un nuevo árbol puede costar hasta 2.000 euros en cinco años a la administración municipal.

“Tienes que comprar el árbol”, dice Soares. “Tienes que plantarlo, regarlo… especialmente durante los primeros cinco años, cuando es más vulnerable. La vida en la ciudad es dura para un árbol: la tierra compactada, la contaminación del aire… Tienes que mantenerlo, podarlo, tratarlo contra enfermedades. Si hablamos de decenas de miles de árboles, es una inversión enorme”, añade.

Las ventajas para los habitantes de la ciudad parecen claras. “Necesitamos árboles”, dice la arquitecta. “Son importantes para todos nosotros, residentes y visitantes. Nos dan más sombra, una mayor calidad del aire, bajan las temperaturas, su belleza natural… en resumen: más árboles es igual a personas más felices. Esto lo sabemos. Y serán incluso más vitales en el futuro”.

Cuantificar beneficios

Pero mientras los costes son fácilmente cuantificables, los beneficios no tanto. Peor, dice Soares: los beneficios medioambientales, sociales, económicos, estéticos y para la salud que proporcionan los árboles “a menudo simplemente se ignoran porque las ciudades se fijan solo en gestionar los costes”.

En un esfuerzo por darles a estos beneficios un valor que se pueda monetizar, Soares ha adaptado un software de Estados Unidos, iTrees, y le ha introducido datos de los aproximadamente 41.000 árboles de Lisboa. Sus conclusiones establecen que, frente al coste de 1,9 millones de dólares anuales por los árboles, los servicios que estos aportan tienen un valor de 8,4 millones de dólares.

“Por lo tanto, por cada dólar que una ciudad invierte en sus árboles, sus habitantes se llevan unos 4,5 dólares en beneficios”, dice. Un ahorro energético de 6,20 dólares por árbol, una reducción de carbono por valor de 0,33 dólares, retirada de polución del aire por valor de 5,40 dólares, y una reducción de escorrentías de aguas pluviales de 47,80 dólares. También concluye que los árboles añaden valor a los bienes inmuebles. 

Obstáculos en el subsuelo

El año pasado, la Comisión Europea propuso un borrador regulatorio para los 27 que garantizara que al menos un 10% de la superficie de toda ciudad y zona urbana tuviera árboles en 2050 y que se comprometieran a no perder zonas verdes.

Pero los costes no son el único obstáculo al que se enfrentan los urbanistas. Muchas veces las ciudades simplemente no pueden plantar árboles donde les gustaría, dice Najdovski, del Ayuntamiento parisino, en manos socialistas y verdes –y que durante los últimos dos años se ha embarcado en uno de los planes más ambiciosos de Europa en la plantación de árboles–. “El mayor problema es la infraestructura subterránea: el metro, las tuberías de gas, los cables de la luz y de telefonía, los aparcamientos… Hace falta tierra hasta cierta profundidad bajo un árbol. Nos encantaría plantar a lo largo de toda la calle Rivoli, que atraviesa el centro de la ciudad de este a oeste, pero desgraciadamente el metro está justo debajo”.

Por otro lado, garantizar el acceso de vehículos de emergencias por calles estrechas también puede convertirse en un obstáculo, al igual que lo pueden ser las leyes de patrimonio, que en ocasiones impiden plantar árboles junto a edificaciones, calles y plazas que no fueron diseñadas para ello. La mayoría de las grandes plazas de las ciudades europeas se concibieron como espacios abiertos con vistas imponentes.

“Es el caso de París, por ejemplo, la plaza de la Concordia o la avenida de la Ópera”, dice Najdovski. “Los arquitectos de la ciudad aseguran que deberían permanecer como fueron diseñadas en primer lugar, sin árboles que las adornen, y que no se puede ocultar o estropear la vista de la Ópera Garnier. Queremos dar con una solución equilibrada, pero no es sencillo”.

En otras grandes arterias como la avenida de Wagram, sin embargo, París está en pleno trabajo de replantación, donde se retiraron decenas de miles de ellos durante el siglo XX, cuando la ciudad transformó los grandes bulevares, con sus dobles filas de árboles a cada lado, en avenidas de cuatro carriles con sitio para aparcar en los márgenes.

“Lo que esperamos, fundamentalmente, es reducir de forma significativa el espacio reservado para los coches en París y destinar todo cuanto podamos a plantar árboles: un programa de revegetación a gran escala, la reconquista de la naturaleza por encima del automóvil. El objetivo es plantar grandes cantidades de árboles y en todo lugar donde sea posible”, dice Najdovski.

Vecinos en contra

Desde su reelección en 2020, el Gobierno municipal ha plantado 38.500 nuevos árboles en la capital, incluidos 18.000 en los muros de contención de la carretera de circunvalación péripherique, 12.000 en los bosques de Boulogne y de Vincennes, y 8.000 en las calles y plazas del centro de la ciudad.

El plan prevé plantar otros 21.000 este invierno, incluidos 11.000 en la zona alrededor de la carretera de circunvalación y 800 en otras 80 calles del centro de la ciudad. La ciudad también planea tres “bosques urbanos”, principalmente en el este de la ciudad, incluido uno sobre 3,5 hectáreas de antiguas vías ferroviarias del distrito 20, que acogerá 2.000 nuevos árboles en 2024.

Su meta global, para cuando termine su mandato de seis años, es de 170.000 nuevos árboles, incluidos 20.000 en calles del casco urbano. Los tradicionales árboles plataneros de París dominarán la mayor parte, pero también se están introduciendo algunas especies mediterráneas como la encina, más resistente a temperaturas más cálidas. 

Al igual que en Bruselas, donde el plan canopée (o plan para formar una bóveda verde) a 10 años aspira a preservar los árboles existentes de la ciudad y plantar varios cientos de árboles nuevos cada año hasta 2030, los planes del Ayuntamiento de París a veces han suscitado encendidas protestas, especialmente de organizaciones de motoristas. 

“Como he dicho, no siempre es fácil, y las objeciones de motoristas y residentes son solo una parte de los aspectos a los que nos enfrentamos”, dice Najdovski. “Algunos residentes me dicen: ‘Mira, no quiero árboles a la salida de mi piso. Me quitarán luz y eso reducirá su precio por miles de euros”.

“Yo les respondo: '¿Cuánto cree que valdrá su piso cuando los veranos en París comiencen a alcanzar habitualmente los 40 o 50 grados?' Si la ciudad es básicamente invivible, ¿quién es el que más pierde?’”, dice.

Traducción de María Torrens Tillack

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