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Legislativas en Estados Unidos: ¿a la tercera 'irá la vencida'?

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden. EFE/EPA/WILL OLIVER

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Brasil ha sido un laboratorio privilegiado de la fragilidad y resiliencia de la democracia. La intervención torticera del poder judicial contra Lula y Dilma Rousseff posibilitó que Jair Bolsonaro se convirtiera en presidente del país. Un precedente terrible y esperanzador al mismo tiempo. Terrible, porque puso de manifiesto que se puede dar un golpe de Estado a través del poder judicial. Esperanzador, porque pone de manifiesto que, una vez que la democracia ha empezado a funcionar y ha conseguido una cierta estabilidad, dichos golpes de Estado judiciales pueden encontrar resistencia en el propio funcionamiento del sistema democrático. La persecución torticera de Lula y de Dilma Roussef a través del poder judicial ha sido simultáneamente un precedente y una vacuna.

Va a ser más difícil que se vuelva a producir. Tras la derrota de Bolsonaro en estas últimas elecciones, sus partidarios no han acudido a los tribunales, sino que han ido directamente a los cuarteles a reclamar la intervención de los militares para impedir que Lula sea presidente. Es una señal de fortalecimiento de la democracia, aunque no por ello el horizonte deje de ser inquietante. La reacción de Bolsonaro y sus secuaces tras la derrota sigue siendo una amenaza, pero ha sido una manifestación, no de fuerza sino de debilidad. La amenaza que suponen los jueces es incomparablemente superior a la que suponen los militares. El golpe de Estado a través de los militares es una fórmula predemocrática. Es lo que ocurrió en Bolivia, en donde la bisoñez de su sistema democrático no permitía la relativa sofisticación que supone dar un golpe de Estado a través del poder judicial. El golpe de Estado a través del poder judicial es la fórmula “democrática”. Presupone que la democracia está operando, aunque de una manera que no le gusta a Mario Vargas Llosa. ¿Nos entendemos?

Ahora bien, la derrota de Bolsonaro, que ha sido muy importante, no quiere decir que el horizonte de la democracia esté despejado. Brasil es un país muy importante por muchas razones, pero los Estados Unidos de América lo son mucho más y este martes se celebran unas elecciones en las que puede ponerse en cuestión la propia supervivencia de la democracia. La supervivencia en los Estados Unidos, pero no solamente en ellos. 

“Los resultados de las elecciones de mitad de mandato pueden determinar si la democracia americana perdura”, es el título del artículo de Robert Reich en The Guardian de este pasado domingo, cuyo editorial lleva por título “Un momento peligroso para la democracia americana”. Hay muchísimos más en varias cabeceras de referencia. Recomiendo singularmente el de Barton Gellman en The Atlantic, “The Impeachment of Joe Biden” (and posiblemente Kamala Harris, Merrick Garland, Alejandro Mayorkas y Anthony Blinken).

Para la imposición de la democracia como forma política hegemónica en el mundo es mucho más importante lo que ocurra en los Estados Unidos de lo que ocurra en cualquier otro país. La elección de Donald Trump en 2016 fue el primer asalto al sistema democrático a escala mundial. El no reconocimiento de su derrota en 2020 acompañado del asalto al Capitolio el 6 de enero, para evitar la certificación de la victoria de Joe Biden fue el segundo. Las elecciones que se celebran este 8 de noviembre es el tercero.

El sistema democrático americano ha sido capaz de aguantar hasta el momento los dos primeros asaltos e incluso ha reaccionado con cierto éxito contra ellos. Pero también ha puesto de manifiesto sus debilidades, que sin duda serán aprovechadas en este tercer asalto, si los resultados electorales permiten al partido republicano conseguir el control de las dos Cámaras.

Ya lo he adelantado en alguna otra ocasión. Lo que está ocurriendo en Rusia es mucho menos preocupante que lo que está ocurriendo en Estados Unidos. El 8 de noviembre tendremos ocasión de comprobarlo.   

¿Irá a la tercera la vencida?

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