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Los límites de la democracia directa: el caso del Brexit

El ex primer ministro Gordon Brown.

Javier Pérez Royo

En la mayor parte de los derechos fundamentales se produce la coincidencia en la titularidad y el ejercicio. El ciudadano titular del derecho suele ser el que lo ejerce de manera directa. En el derecho de participación política no es así. Como dice el artículo 23 de la Constitución, dicho derecho puede ejercerse “directamente o a través de representantes”. En el derecho de participación puede producirse la coincidencia, pero puede no producirse y lo usual es que no se produzca, que el derecho se ejerza a través de representantes. La democracia representativa se ha convertido en la norma, la democracia directa en la excepción.

Las razones de que así haya sido son conocidas y no es necesario detenerse en ellas. Sí interesa, sin embargo, subrayar que la democracia representativa no es solamente la forma usual de ejercer el derecho de participación, sino que es también el presupuesto para el ejercicio del mismo a través de las instituciones de democracia directa. Ante cualquier problema complejo no cabe una respuesta a través de la democracia directa exclusivamente. La participación en un referéndum que no viene precedida por la elaboración de la cuestión sometida al mismo por las instituciones representativas convierte el voto ciudadano en una apuesta más que en una decisión racional.

No hay mejor ejemplo que el referéndum del Brexit. Es difícil imaginar una cuestión más compleja y con más trascendencia que la que se sometió a referéndum de los ciudadanos británicos en 2016. Se convocó con una frivolidad extraordinaria, como si no fuera preciso haber cribado previamente de forma ordenada la ingente información que tenía que ser proporcionada a los ciudadanos para que pudieran emitir su voto con un mínimo de solvencia.

El 20 de mayo de 2018 Fintan O'Toole publicó en The Guardian un artículo con el título “If only Brexit had been run like Ireland's referéndum”, en el que contrastaba la frivolidad con que había sido manejado el Brexit con la seriedad con que Irlanda organizó el referéndum sobre el aborto. Durante unos años hubo reuniones semanales de una suerte de “convención” de ciudadanos que examinaron la problemática del aborto con audiencia de personas e instituciones de convicciones y creencias diversas y que acabaron elevando un informe al Parlamento, a fin de que se pudiera formular la pregunta a los ciudadanos con la mayor fiabilidad posible. Se preguntaba el autor irlandés si el resultado del referéndum del Brexit hubiera sido el mismo, si las autoridades inglesas lo hubieran manejado como lo hicieron los irlandeses.

Nunca podremos saber qué hubiera ocurrido, si se hubiera procedido de esta manera. Gordon Brown ha propuesto que se imite el ejemplo irlandés y que se vuelva a preguntar a los ciudadanos a continuación, aunque no es fácil que tal propuesta se abra camino. En todo caso, lo que sí podemos conjeturar con fundamento es que, independientemente del resultado, se habría evitado la división que se ha producido en la sociedad británica, que ha situado al país en una suerte de callejón sin salida.

Sin el trabajo previo de las instituciones representativas, el resultado de un referéndum carece de la fiabilidad necesaria para que pueda ser aceptado con carácter general. En Gran Bretaña lo estamos viendo. No está siendo posible alcanzar la mayoría parlamentaria que permita hacer efectiva la decisión adoptada en referéndum. Todas las propuestas elaboradas por el gobierno dirigido por Theresa May fueron derrotadas en el Parlamento. El intento de prescindir del Parlamento por Boris Johnson ha sido declarado nulo por el Tribunal Supremo. Y no parece que tampoco vaya a ser aprobada la propuesta que está elaborando el actual Gobierno, sobre la que no se sabe gran cosa, a pesar de que quedan pocos días para el 31 de octubre.

Hoy hemos sabido que el Gobierno ha informado por carta al Tribunal Supremo de Escocia que solicitará la prórroga para la salida de Gran Bretaña si no se ha alcanzado un acuerdo con la Unión Europea el 19. Tres años después de celebrado el referéndum, todavía no ha podido el Parlamento británico ponerse de acuerdo en una interpretación de lo que los ciudadanos decidieron.

El Brexit ha sido un ejemplo claro de poner el carro delante de los bueyes. La democracia directa antes de la democracia representativa. El orden de los factores altera en este caso el producto. El resultado se aproxima al caos.

En Catalunya deberían reflexionar sobre la necesidad de encontrar una respuesta a su integración en el Estado que no tuviera el referéndum sin más como punto de partida.

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