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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Mujeres y CIEs

Patricia Orejudo

NOURA

Conocí a Noura cuando estaba encerrada en el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Aluche (Madrid). Más de la mitad de su vida había transcurrido fuera de Túnez, el país donde nació: antes de venir a España había pasado dos años estudiando en Francia y ya llevaba quince viviendo en nuestro país. Aquí tenía su núcleo social. No me extrañó, pues, que se sintiera española. Tampoco que sufriese constantes y evidentes crisis de ansiedad, que temiese la deportación. No se trataba únicamente de saber que con eso se quebraría todo lo construido, que quedaría definitivamente roto su modo de vida. Estaba también la perspectiva de volver a un entorno salvajemente hostil.

Si apareces por aquí, te corto la cabeza y la paseo por el pueblo- le había dicho su padre.

Es que si no lo hace tu padre, lo hago yo- le aclaró por teléfono su tío.

Y con todo, lo peor, lo que destrozaba el ánimo de Noura, era saber que la deportación supondría separarse de su hijo de ocho años, que quedaba en España. Sin madre. En su España.

ANA PAULA

Ana Paula era una de las compañeras de celda de Noura.

Había nacido en Brasil, pero también llevaba más años aquí de los que había vivido en ninguna otra parte. Ana Paula sólo sonreía, de medio lado, cuando se lamentaba de su mala suerte. Mala suerte con su pareja, que la golpeaba. Mala suerte en los bares de carretera donde trabajaba para enviar dinero a los dos hijos que, cuando era adolescente, había dejado “allá”. Mala suerte con el policía español que la violó. Mala suerte con la justicia: sin mala suerte no se acaba en prisión, ni en esa cárcel, aún peor, que es el CIE.

Ana Paula sufría mucho con la amenaza de deportación. Y, de nuevo, en ella también, el daño no era tanto por tener que volver, cuanto por tener que dejar aquí, en España, a su tercer hijo, de seis años, español.

Noura y Ana Paula fueron expulsadas. No pueden regresar en los próximos diez años.

SAMBA

La historia de Samba es más conocida. Yo nunca la visité, pero sé -sabemos- que llegó al CIE después de pasar tres meses en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla. Sabemos que llegó allí con su hija de ocho años. También que estaba enferma. Es dramáticamente común que, durante el largo y penoso viaje que realizan, las mujeres africanas sean explotadas o violadas por otros migrantes o por miembros de las fuerzas de seguridad de los países que van atravesando; que como consecuencia de ello contraigan enfermedades de transmisión sexual. Lo raro es que no las obliguen a trabajar para redes de prostitución (lo cuenta Helena Maleno).

Samba procedía del Congo. Que pudiera tener VIH era más que probable. De hecho lo tenía. Y lo sabían en el CETI porque las dos pruebas que le habían realizado habían dado positivo. Samba fue internada en Aluche sin que se valorase, como exige la ley, su estado de salud. En los treinta y ocho días que pasó en el CIE de Madrid, acudió al servicio médico en diez ocasiones. Sólo en una tuvo intérprete, y en tres de ellas ni siquiera fue atendida por médicos. No se le hizo un solo análisis de sangre, no se le recetó sino pomada y paracetamol. Pero Samba agonizaba encerrada y el Estado español, responsable de garantizar la vida de aquellos a quienes priva de libertad, no hizo nada. O sólo lo hizo tras semanas de aullidos de dolor y de lamentos, cuando la agonía había llegado a un punto irreversible. Samba murió el día que fue trasladada al hospital.

Hasta aquí, un pedacito de las vidas de tres personas que, como tantas otras, sufrieron las penosas condiciones del CIE de Madrid. No son las únicas que vinieron buscando un futuro mejor y vivieron con el miedo a la redada, a la denuncia, a la expulsión; no son las únicas que terminaron presas en un espacio sin regulación ni derechos; no son las únicas que al sufrimiento de no entender el porqué de su encierro han de sumar abusos y humillaciones, que convierten en un infierno el hecho de ser extranjera y, además, mujer.

La desidia de las autoridades y su desinterés en aplicar el más elemental concepto de igualdad dentro de los CIEs queda patente en discriminaciones vergonzosas, aplicadas de forma descarada: en algunos CIEs las mujeres disfrutan de menos tiempo que los hombres para salir al patio; que además es más pequeño que el de los hombres, como también son más pequeños sus módulos. Hay CIEs en los que las mujeres están obligadas a ocuparse de la limpieza, no sólo de sus celdas sino incluso de los espacios comunes. Pero sólo para fregar y perjudicar se reconoce la condición de mujer en las internas a las que no se protege en sus necesidades específicas.

En los CIEs se ha encerrado -y se encierra- a mujeres embarazadas a las que no se dispensa el asesoramiento y la atención médica que su estado exige. Tampoco reciben información sobre las posibilidades legales de interrupción del embarazo (recordemos que aún no se ha cercenado brutalmente este derecho). En los CIEs se encierra a mujeres con hijos pequeños. Algunos tanto, que ven interrumpida abruptamente su lactancia. En los CIEs hay mujeres víctimas de trata que no pueden ejercer su derecho de reflexión, porque no se les informa, porque no se ponen en marcha los correspondientes protocolos de detección.

CLAUDIA

Una última historia: la de Claudia. Era menor cuando llegó de la mano de un pederasta español que le mostró la puerta de la calle cuando dejó de ser niña. Allí, en la calle, dedicada irremediablemente a la prostitución, pasó los siguientes quince años. En una redada, Claudia, que había nacido Claudio, fue internada en el módulo de mujeres. Tuvo suerte porque, aunque sus documentos oficiales la marcaban como varón y podía haber sido recluida con los hombres, la dirección del CIE en este caso decidió respetar su identidad.

El tratamiento del ingreso de transexuales es un extremo que, como tantos otros, carece de regulación y queda al arbitrio del director del correspondiente CIE. ¿En qué módulo se interna a una persona transexual? Le deseamos suerte, porque depende sólo de cómo piense y lo que diga el señor director.

Hoy, Día Internacional de la Mujer, llegamos al ecuador de la Quincena de Lucha Feminista. La Quincena ha querido dar voz a todas las mujeres, también a las bolleras y a las transexuales, encerradas en estas y otras prisiones: http://aportodasmadrid.wordpress.com/

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