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Luis de Lezama: “La lealtad no se lleva, la corrupción lo compra todo”

Luis de Lezama: "La lealtad no se lleva, la corrupción lo compra todo"

EFE

Madrid —

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Vasco, nacionalista, cristiano y del Athletic. Un hombre de paz. Así habla Luis de Lezama, el cura Lezama, de su abuelo materno, Poli Barañano, un hombre leal a sus principios y a la República, lealtad que le llevó ante un pelotón de fusilamiento pocos días después del 18 de julio de 1936.

Un hombre de mar, Policarpo Barañano, cuyo trágico final se cuenta en las páginas de “El capitán Arriluze” (Plaza & Janés), tercera novela del cura Lezama, su nieto, un libro que “invita a la reflexión”, porque “las lágrimas que nacen de la reflexión son buenas”.

La lealtad es una virtud que este sacerdote, periodista y hostelero de éxito, “por este orden”, comenta en una entrevista con Efe, valora mucho. “Tengo que ser, ante todo, leal a mis principios fundamentales de creyente y de cristiano. Por eso no soy un hombre de partido, ni serviría”, afirma.

Esa lealtad a los principios explica que hable alto y claro siempre, incluso cuando lo hace de la iglesia a la que pertenece, aunque sus palabras no gusten en algunos despachos y sacristías. “Yo -dice- no he convertido los confesionarios de mi parroquia en un tribunal de justicia. A mí no me toca juzgar, a mí me toca perdonar”.

“A mi -prosigue- no me han mandado a decir si esto es pecado mortal y lo otro venial; yo ni califico ni cuantifico. Mi misión como sacerdote es escuchar, atender y perdonar. Y explicar la misericordia de Dios. Ahí triunfas. Mientras que los otros (los que no lo entienden así) ahí están, dolidos.”

Y vuelve a la lealtad, “que, en un momento como el actual, no se lleva; la corrupción lo compra todo. Esto es brutal”, insiste quien se considera “cura por encima de todo”, un cura que cree “un auténtico disparate” concebir la religión como temor. “Es imposible -abunda en el tema- amar a quien se teme”.

Sobre la lealtad a prueba de todo y de todos escribe el cura Lezama en “El capitán del Arriluze”, la historia trágica del abuelo que no llegó a conocer, capitán del mercante que, a pesar de los cañones, en los primeros días de la sublevación militar contra el gobierno legítimo de la República, no acató la orden de arriar de su mástil la bandera tricolor.

Una historia de la que apenas se hablaba en su familia, o se hablaba de ella en voz baja y en ningún caso en presencia de los más pequeños o de extraños. Como en tantas y tantas familias españolas en las que la Guerra Civil dejó heridas que, aún hoy, cree, siguen sin cicatrizar.

Al cura Lezama poner por escrito lo que le ocurrió a su abuelo le ha servido de consuelo y terapia, sí. Pero también, y sobre todo, le ha permitido sacar a la luz una historia de valentía y compromiso.

Ello le ha llevado seis años, arañando horas para la escritura a su frenético día a día, años en los que en muchas momentos “las lágrimas se han mezclado con la tinta”.

Y lo que ocurrió fue que, en los primeros días de lo que los sublevados llamaron Alzamiento Nacional, el capitán Barañano se puso al timón del “Arriluze” para llevar el barco desde Cartagena hasta Bilbao, con una carga en sus bodegas -armas y munición- destinada a defender en el norte de España la legitimidad de la República.

El “Arriluze”, tras una azarosa travesía, no logró llegar a su puerto de destino, ya que fue cañoneado y hundido frente a las costas asturianas por el acorazado “Almirante Cervera”, cuyos mandos tomaron prisioneros a su capitán y a su primer oficial. Llevados al Ferrol, allí serían fusilados sin ser juzgados.

Luis de Lezama ha logrado pues reconstruir la historia del “Arriluze” y de su capitán, un hombre para quien “no soñar, no esperar, no creer en alguna cosa... es como no existir”.

Para ello localizó y habló con los tripulantes que lograron salvarse y viven todavía, ya muy ancianos, o con los habitantes de la aldea asturiana de San Martín de Podes en cuya costa siguen hundidos hoy los restos del mercante.

También convenció a su madre, Ebi, hija del capitán Barañano, para que le hablara de un tema hasta entonces casi tabú. “Poco antes de morir, hace muy poco, mi tía Asun, la última hija del capitán que quedaba, me decía todavía: Luis no lo publiques (el libro)”.

Para reconstruir los últimos días y horas de vida de su abuelo, el cura Lezama tuvo “la fortuna”, porque se lo encontró casualmente y ya muy mayor, de hablar con el padre Fermín Álvaro, mercedario que le reconfortó en su final.

Durante la investigación, supo que a bordo del “Arriluze” viajó una parte de la travesía, desde Cartagena hasta Algeciras, donde desembarcó, la actriz Margarita Xirgu, que días después abandonó España con destino a la Argentina, donde comenzaría un exilio del que no regresó.

En una conversación a bordo, la entonces gran señora de la escena dice sobre la existencia de Dios: “Sé que existe. A veces sus representantes, los curas, lo camuflan para hacerse con los hilos del poder. Como si Dios fuera una marioneta. ¡Estúpidos manipuladores!”.

Unas palabras que suscribe “totalmente” el cura Lezama. “Lo vivo -dice- muy de cerca. A veces tengo la impresión de navegar por la vida a contracorriente, aún dentro de la iglesia”.

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