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Cuando el cólera arrasaba Europa floreció la música con Wagner o Berlioz

Vista del interior del gran Teatro del Liceu en Barcelona.

EFE

Barcelona —

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Los tiempos más oscuros llegaron a lo largo de la historia con epidemias, pero no siempre fue así, como demuestra Hugh Macdonald en su ensayo “Música en 1853”, año crucial para la música, cuando Berlioz y Wagner compusieron “Los troyanos” y “El anillo de los nibelungos”, mientras el cólera arrasaba Europa.

El propio Macdonald indica en el prefacio de “Música en 1853” (Acantilado) que su propósito era escribir “una biografía horizontal” de la música, recorrer la vida de varias personas a lo largo de un breve lapso, en este caso diez meses de 1853.

El autor, que ocupa la cátedra de música Avis H. Blewett de la Universidad de Washington (San Luis, Misuri, EEUU), se detiene en 1853 por ser “un período inusualmente pródigo en acontecimientos importantes en los que participan los principales miembros del deslumbrante elenco de la música del siglo XIX”.

Recuerda Macdonald que en 1853, Chopin, Mendelssohn y Donizetti habían muerto, pero “Berlioz, Liszt y Verdi se encontraban en el apogeo de sus facultades, Wagner se disponía a realizar una hazaña extraordinaria, y una nueva generación, representada por Brahms, estaba dando sus primeros pasos hacia la fama”.

En esa década de 1850, el romanticismo de compositores como Schubert, Berlioz, Schumann y Chopin llegó a su final y evolucionó hacia “un mundo mucho más dinámico e intenso” de “El anillo del nibelungo” de Wagner y de la Sinfonía “Patética” de Chaikovski.

Macdonald se explica ese florecimiento repentino por que, a excepción de Meyerbeer y Verdi, que trabajaban en una esfera restringida y en un aislamiento relativo, “la mayoría estaban en estrecho contacto y seguían los viajes, los conciertos, las opiniones críticas y las nuevas composiciones de sus colegas”.

Detecta el autor dos factores técnicos o “estaciones de bombeo” que impulsaron a ese grupo estelar: el servicio postal, que alcanzó en 1853 su máxima eficiencia, y el ferrocarril, que ya entonces se extendía por Reino Unido y Francia, y que unía los diferentes reinos, ducados, principados y ciudades libres que formaban el mapa político de Alemania.

La primera oleada de cólera asiático invadió Europa en 1830, pero su causa no fue determinada con seguridad hasta 1854 por el doctor John Snow, después de que la epidemia hubiera causado en 17 años la muerte de más de 30.000 personas y las sospechas se dirigieran al agua contaminada.

Cuando uno de los proveedores de agua de Londres trasladó la toma de abastecimiento aguas arriba del Támesis a un punto con aguas más limpias Snow pudo comprobar que las casas con el nuevo servicio no padecían el cólera y fue así como dio con un denominador común entre todas las muertes, el pozo de Broad Street.

Decenas de miles de europeos fallecieron con las diversas oleadas de cólera en el siglo XIX, algunos de ellos notables como el filósofo Georg Wilhelm Friedrich Hegel o Carlos X de Francia, el último rey borbón del país galo.

En España, la segunda epidemia de cólera del siglo -la más duradera e intensa- entró por el puerto de Vigo (Pontevedra) a finales de 1853 en el vapor Isabel la Católica y desde allí la enfermedad se propagó poco a poco por las Rías Baixas.

Se extendió por la península durante las guerras carlistas, si bien ya en 1851 había causado gran mortandad en Canarias y en el Imperio marroquí.

La penetración del virus fue regular, solía llegar desde Oriente a Rusia y desde allí al resto de Europa, Alemania, Italia, Francia y España.

En América el primer brote se detecto en esos años en Cartagena de Indias (Colombia) y en ese contexto situó el escritor Gabriel García Márquez su primera novela escrita tras ganar el Nobel de Literatura, “El amor en los tiempos del cólera”.

Las epidemias también acabaron con músicos a lo largo del siglo XIX como Juan Crisóstomo Arriaga y Chopin (tuberculosis), Donizetti y Schubert (sífilis) o Chaikovski (cólera); de escritores como Bécquer o pintores como Gauguin, Henri Rousseau o Eugène Delacroix.

Jose Oliva.

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