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Derain, Balthus y Giacometti, la exposición escandalosa que no lo es

André Derain Le Peintre et sa famille [El pintor y su familia], 1939

J.M. Costa

André Derain (1880-1954), Balthus (1908-2001) y Alberto Giacometti (1901-1966) eran amigos. Así lo atestigua una enorme foto colgada al final de la exposición Derain/Balthus/Giacometti, Una amistad entre artistas que acaba de inaugurarse en las salas de la Fundación Mapfre en Madrid y que permanecerá abierta hasta el 6 de Mayo.

Esta exposición, generada en el Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris y comisariada por Jacqueline Munck, resulta bastante extraña. A primera vista no parece que exista mayor relación artística entre ellos, si se exceptúa que los tres son figurativos y trataron mucho la figura femenina. Y, no obstante, la relación, la complicidad y la amistad existían, aunque seguramente no fueron tan exclusivas (desde luego no en el caso de Giacometti) como parece desprenderse de los textos del catálogo.

Situémonos en el momento, años 1934-35. Un bastante joven Balthus andaba muy fascinado con Derain, veintiocho años mayor que él. Pero no se sentía atraído por el Derain fauve, amigo de Matisse y de Vlaminck y uno de los sustentos intelectuales del movimiento.

Aquel Derain ya no existía desde el final de la Gran Guerra. Como tantos otros pintores vanguardistas, Derain había regresado al orden (expresión inspirada en el libro de ensayos Le rappel a l'ordre (1926) de Jean Cocteau). Orden que significaba, a grandes rasgos, retomar la pureza del primer Renacimiento y sus fuentes clásicas. Este regreso afectó a muchos, pero a algunos como Picasso les duró relativamente poco. Otros como Derain o de Chirico (aquí cerca en Caixaforum hasta el 18 de febrero) persistieron en esa línea el resto de sus vidas. Siendo muy criticados por ello, alienándose una gran cantidad de las simpatías acumuladas durante los dos primeros decenios del siglo.

Entra en escena Balthus, una de cuyas primeras exposiciones visita Derain (probablemente por mediación de Antonin Artaud) y se establece un contacto inmediato entre el gran pintor rechazado por sus pares más significativos y un joven cuya carrera comenzaba y continuaría en un cierto tono escandaloso.

Aunque ha de decirse de inmediato que Balthus aseguró toda su vida que en su ánimo no estaba provocar, no era tan inconsciente como para no saber que varios de sus cuadros con niñas levantarían una polvareda que dura hasta hoy mismo. De todas formas, los cuadros de aquella primera época que fascinaron a Derain y a Picasso como la Leçon de guitarre (1934) no están en esta exposición y quizá resulte un poco más complicado entender la atracción mutua. Aparte de su común amor al clasicismo, claro.

Un amor del que participaba Giacometti, pero de forma ampliada. Porque el suizo estudió no solo a renacentistas, griegos y romanos, sino también escultura etrusca o mesopotámica.

Así se abre la exposición, tras una Introducción con obras de los tres artistas entre las que solo destaca el Bodegón con peras (1936) de Derain que Balthus alababa.

La primera sección se llama La mirada cultural y se supone que rastrea los orígenes artísticos de los tres amigos. Se pueden ver copias o interpretaciones de obras renacentistas de Piero della Francesca por Balthus o del Renacimiento tardío e influencias más exóticas, como varios dibujos sobre esculturas egipcias en Giacometti.

Hay influencias en Derain algo inesperadas, como una copia de 1945-1950 de una de las varias versiones de La matanza de los inocentes (1565-1567) de Pieter Brueghel el Viejo y su hijo El Joven, con algunas variaciones sobre el original(es) que acercan una obra muy señalada del Renacimiento alemán al Renacimiento italiano. Es lo más interesante pero también se aprende el respeto de Derain hacia una figura clave para las vanguardias como fue Cezanne. Bien es cierto que su Sotobosque y rocas pertenecen a 1911-13 es decir, de su fase fauve, hasta donde los más jóvenes no le seguían.

Sigue Vidas silenciosas, una corta excursión por paisajes de Balthus, alguno de plena madurez como El Valle del Lone (1957) donde no aparecen figuras, algo notable en un pintor tan ligado a la figura humana. Hay una muy buena Vista de Saint-Maxim (1930) de Derain, un paisaje rural donde Derain muestra su dominio de la pintura y su capacidad para depurar formas y colores. Se regresa a Balthus con motivo de los bodegones y de Giacometti, que no había aparecido por aquí, se presenta otro bodegón. No es que diga gran cosa sobre la relación de los artistas, porque estos temas estaban siendo tratados hasta por Picasso, el ser artísticamente más odiado por Derain.

Luego llega El modelo que sin duda es central en el trabajo de los tres, aunque desde diferentes perspectivas y peripecias. Hay dos cuadros de Derain (1930-35) y Balthus (1955) que están muy bien traídos, sendas jóvenes con el torso descubierto y que parecen casi figuras especulares. Hay niñas de Balthus y Derain que se dan cierto aire, aunque el velo morboso del primero falta en el segundo. ¿Y Giacometti? Pues como en casi toda la exposición, más bien a lo suyo. Porque en su caso, cuando conoció a Annette Arm durante la II Guerra Mundial, la convirtió en su modelo casi única y se casó con ella. Aquí el cuadro principal es Isabel en el estudio (1949) con otra modelo, evidentemente.

A continuación llega la sala más nutrida, llamada Entreacto, quizás pensando en el Entreacte de Arthur Caravan pero seguro en los trabajos escenográficos y de figurinismo del trío.

Giacometti, de nuevo, va a su ritmo y aquí abre la sala con un par de proyectos, uno de los cuales ni siquiera es para una obra teatral, aunque si tenga cierto carácter dramático. Lo mejor es el escenario que diseñó para la representación de Esperando a Godot de 1961 en París por el cual, Samuel Beckett, se interesó muy de cerca.

Balthus y Derain sí que participaron en un buen número de obras, muchas de ellas representadas. De lo más interesante aquí son unas máscaras de Derain que recuerdan a las griegas o etruscas, muy Giacometti. Hay decorados y figurines que están bien pero nada rompedor o impresionante, aunque el decorado y los figurines de Balthus para la versión de 1961 del Estado de sitio de Albert Camus debieron funcionar muy bien.

El sueño, visiones de lo desconocido resulta un poco anticlimática porque se reduce a unos pocos desnudos ni muy excepcionales ni muy visionarios de Balthus y Derain. También una pequeña escultura de Giacometti llamada Mujer acostada soñando (1929) de un surrealismo más relacionado con Miró que son sus compañeros de exposición. Nada raro, Miró y Giacometti eran amigos.

La última sección, llamada La garra sombría “reúne las obras que tocan la alarma de un mundo vacilante”. En realidad viene a ser un popurrí de épocas y motivos diversos con un vago aire misterioso o siniestro que es desmentido rotundamente al final por unos opulentos desnudos de Derain como El claro del bosque (El almuerzo en la hierba, 1938).

En su conjunto se trata de una exposición rara pero entretenida. Por desgracia no están las obras de Balthus que le siguen definiendo hoy en día y que decenios después siguen provocando escándalos, como uno en el Metropolitan de Nueva York hace poco más de un mes.

Tampoco hay grandes cosas de Giacometti, exceptuando un par de cuadros y sus siempre maravillosos dibujos. Y hay mucho Derain de una época no excesivamente deslumbrante ni conocida pero en la cual se muestra muy dueño de su oficio y en (pocas) ocasiones brillante. Hay cuestiones raras como caracterizar casi como un acto de resistencia una visita de Derain al Berlín en 1941, muy utilizada por la propaganda nazi. Aunque seguramente sea cierto que ser investigado por colaboracionismo (sin que hubiera casi nada) le sentara muy mal.

Derain fue el primero en morir en 1954. Poco más de una década después fallecía Giacometti. Balthus alcanzó los 93 años, muriendo en 2001. Pero ver su obra reunida y relacionada, aunque veces sea un poco con calzador, explica mejor cuestiones como la relación entre artistas que su mismo arte. Hay afinidades inesperadas y aunque las piezas aquí reunidas no son en general excepcionales, sí narran bastante bien una de esas historias. Los artistas, aunque esa sea su imagen, no son seres insulares.

Nota: No se ofrecen imágenes de Balthus dada la exigencia de su Legado de solicitar una autorización especial. Están disponibles para su contemplación con una simple búsqueda

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