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LABoral de Gijón, del mayor lujo a la más absoluta miseria en los centros de arte

LABoral Centro de Arte y Creación Industrial, en la Ciudad de la Cultura (Gijón)

J.M. Costa

La semana en artes visuales se abría con una noticia luctuosa: LABoral de Gijón, uno de los grandes centros de arte contemporáneo españoles, anuncia que cerrará tres meses al año y tres días a la semana. Se debe, según se aclara, a problemas presupuestarios. Este hecho supone casi la puntilla para un centro al mismo tiempo famoso e infame. Una institución que ha pasado de la riqueza a la miseria en menos de una década y que simboliza mejor que ninguna la frivolidad con que se ha enfocado el arte contemporáneo en nuestro país. Aunque también podríamos hablar de música, de danza o de otras tantas artes.

LABoral nació en el 2007 según una idea de Rosina Gómez Baeza, exdirectora de ARCO y otras ferias de Ifema. Se trataba de alzar en Gijón uno de los grandes centros de arte contemporáneos europeos. Tenía la complicidad de la Junta, de empresas locales de cierto fuste o de multinacionales como Telefónica. Es decir, dinero de sobra tanto para rehabilitar con todo lujo unos inmensos espacios (14.000 metros cuadrados) pertenecientes a la antigua Universidad Laboral franquista, como para montar exposiciones internacionales muy ambiciosas, centradas sobre todo en nuevas tecnologías. Un disparate que, no obstante, logró funcionar a ese ritmo durante unos cuantos años.

En aquella época, los 500 del arte (una expresión del mundillo) pudieron ver exposiciones estupendas, algunas realmente sensacionales. Pero incluso disfrutándolas, hacía falta estar muy ciego para no darse cuenta de que ese planteamiento de LABoral tenía los pies de barro.

En primer lugar, el tamaño del edificio imponía unos gastos corrientes ruinosos. No digamos lo que puede costar llenarlo. En segundo, el centro no buscó ni logró mayor arraigo del que podía tener una ciudad de 273.000 habitantes. Por poner un ejemplo, el primer convenio educativo que estableció LABoral no fue con ninguna universidad asturiana (la de Oviedo, por ejemplo) sino con una barcelonesa. Tampoco es que las exposiciones trataran demasiado sobre la realidad asturiana, aunque casi siempre se han incluido algunos artistas locales en las exposiciones colectivas que producía el mismo centro.

LABoral venia a ser una isla de lujo a la cual se supone acudirían interesados de medio mundo y que buscaba codearse con centros como el ZKM de Karlsruhe, una ciudad de casi el mismo tamaño que Gijón (299.000 habitantes), pero situada en una región rica como Baden Würtemberg (PIB de 361.700 millones de euros por los 23.175 millones de Asturias) y poblada por 10 millones de personas, casi diez veces más que Asturias. No había ni hay color, pero algunos debieron sufrir un ataque agudo de daltonismo.

Todo el montaje fue de una frivolidad asombrosa, solo comparable con la frivolidad con que se está desmantelando. Patronos privados de LABoral podían comunicar por email que, por aquello de la crisis, donde tenían comprometidos 200.000 euros anuales, iban a aportar 5.000 euros. El Ayuntamiento de Gijón, dirigido por Foro Asturias, añade unos casi humillantes 20.000 euros (Avilés pone más de 300.000 euros para el equiparable Niemeyer). Y el gobierno del Principado, principal responsable, ha descapitalizado casi por completo el centro reduciendo su personal a un mínimo de siete personas. No solo eso, lanzada ya en la rampa de la incongruencia, la Junta aduce que las penurias económicas de LABoral se deben a que unos empleados del centro han ido a juicio tras ser despedidos porque sí. El gobierno socialista trata de echarle la culpa a los trabajadores, pero es que además la Junta miente: aún no hay sentencia de esos juicios, por ese lado no ha habido que realizar ningún desembolso.

Este paso de la mayor riqueza a la actual miseria tiene causas políticas sin mayor relación con la cultura, sino con peleas sectarias dentro del PSOE, al enfrentamiento de este con el Foro, que al Foro LABoral también le parece mal y que Ahora Gijón tampoco lo ve muy claro. Aquello de “entre todos la mataron y ella sola se murió”.

¿Hay alternativas entre el todo y la nada? Sin duda. Una muestra es que LABoral ha sido capaz de realizar, ya en precario, diferentes programas de producción, de establecer redes con todo tipo de centros de importancia internacional o de promover iniciativas muy interesantes relacionadas con el sonido o lo digital. Pero ninguna instancia política ha realizado un estudio serio, no se han buscado ni aceptado propuestas alternativas y da toda la impresión de que se imagina un modelo semiprivatizado y popular (sea esto lo que sea) que nunca sería autosostenible dado el tamaño, las características y los gastos del lugar. O puede pasar que no se sabe hacia donde se va, sencillamente.

Un mal general

La peripecia de LABoral, su auge y caída, son solo el ejemplo más espectacular de un mal general. El Patio Herreriano de Valladolid se encuentra en plena crisis, sin dirección, su horario reducido y con una colección que ahora sabemos privada y sin mayor compromiso con el museo. Además lleva años sometido a una especie de “asfixia controlada”, primero a cargo del alcalde León de la Riva y mantenida en la práctica por el actual Ayuntamiento.

El MARCO de Vigo ve que su director, Iñaki Martínez, anuncia que dejará la dirección al final de su contrato explicando en una muy sincera carta que con los presupuestos “se ha llegado al límite de lo razonable”. Ha obtenido una respuesta chulesca e insultante del alcalde de la la ciudad, Abel Caballero (PSOE). En MARCO ya ha pasado el primer plazo autoimpuesto para realizar la convocatoria de una nueva dirección. Haciendo trampas al solitario, como aquel que dice.

El MEIAC de Badajoz ha pasado de ser un ambicioso centro de creación contemporánea a acoger exposiciones como la colección de Juan Gris que pertenece a Telefónica. El Da2 de Salamanca lleva una lánguida existencia con tan pocos sobresaltos como excitación, posiblemente más realista que sus ambiciones inaugurales. Al CGAC de Santiago ha redimensionando sus exposiciones. Su director Santiago Olmo realizó una larga entrevista con la revista gallega Tempos Novos donde explicaba tanto las posibilidades como las mil amenazas que se ciernen sobre el centro. Algo parecido le sucede a otro monstruo museístico, el CAAC de Sevilla situado en la antigua Cartuja, aunque este espacio es demasiado emblemático y no se le dejará caer (del todo).

Esto también vale para grandes centros como el IVAM de Valencia, el MACBA de Barcelona o el Reina Sofía de Madrid. O para algunos concebidos con tamaño y pretensiones más sensatos, como el CA2M de Madrid/Móstoles o el EACC de Castellón. En este contexto el fastuoso y recién nacido centro de Córdoba (C3A) parece el efecto retardado de una borrachera general cuyos resultados son los presentes.

Los culpables principales son unos políticos y unos patronos privados con una falta de seriedad rayana en lo irresponsable. Pero el llamado mundo del arte no se puede ir de vacío. Partíamos de una situación en la que a directores, comisarios, personal de los centros y a los mismos artistas, esta repentina actividad edilicia les pilló con muy escasa experiencia.

En gran medida se trasplantaron experiencias extranjeras a una situación, la española, que no tiene nada que ver con la de Colonia, Eindhoven o Milán. Por otra parte, un mundo acostumbrado a una existencia marginal en un nicho sin contacto social de relevancia, dio lugar a una programación de los centros y museos, sobre todo su presentación y comunicación, que ha dado muchas veces la impresión de haber sido concebida para unos cuantos iniciados. Un problema es que estos eran y son más bien pocos y el primer trabajo debía haber sido despertar la sana curiosidad de un público indiscriminado. Pero en vez de entornar puertas, estas parecían cerradas a cal y canto.

Los centros de artes visuales, como los auditorios, como otro tipo de infraestructuras culturales son absolutamente necesarios si pensamos que la cultura es un bien común. Para lo cual, cierto, los centros deben repensar sus modos de programación, sus actividades y en general unas actitudes que tal vez no hayan sido lo que requería la situación. La mayor parte de los actuales responsables artísticos están más que dispuestos a reflexionar sobre nuevas estrategias. Pero son los políticos quienes tienen la responsabilidad.

Karin Ohlenschläger, actual directora artística del centro gijonés, ve un “futuro posible para LABoral” pero añadiendo que ella no es quien puede garantizarlo. Es lo que hay.

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