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Una tarde celebrando el 84 cumpleaños de Joel-Peter Witkin, el fotógrafo de la muerte que derrocha vitalidad

Joel-Peter Witkin comenta sus fotografías en la galería Imaginart de Barcelona, el pasado 19 de septiembre

Carmen López

Barcelona —

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La exposición de la obra de Joel-Peter Witkin que la galería barcelonesa Imaginart acoge hasta el próximo 6 de octubre ha desvelado algunas sorpresas. No tanto en relación con las fotografías, al menos para quienes ya conocían su trabajo, sino con el tipo de público que tiene e incluso con el propio autor. El aura oscura e inquietante que envuelve sus instantáneas poco tiene que ver con las personas que se interesan por su fotografía –o no con su gran mayoría– ni con el hombre que la firma. Lo primero pudo verse el día de la inauguración el pasado 7 de septiembre y lo segundo, el día 19 del mismo mes, cuando el norteamericano aprovechó algunas de las horas de su breve estancia en la ciudad catalana para acercarse a saludar a sus fans. Quienes esperaban a un anciano bajo de energía y con pocas ganas de alternar con otra gente se encontraron con un hombre hablador y de carcajada fácil que sopló las velas de su 84 cumpleaños en pleno evento.

“Ha sido una coincidencia, no sabíamos que cumplía los años precisamente hoy. Pero cuando nos enteramos, pues le compramos una tarta”, explicó Benito Padilla, director de la galería, a elDiario.es. Él llevaba tiempo interesado en mostrar la obra de Witkin y, gracias a un contacto de Damian Pissarra –el responsable del festival Kronos que se celebra ahora en Barcelona y que también tiene imágenes del fotógrafo estadounidense–, consiguió un préstamo de la galería oficial que gestiona su obra en París para traer parte de ella a su espacio. Aunque algunas de sus fotografías han podido verse en España en los últimos años –en Madrid en 2016 y en Murcia en 2018–, la exposición más completa que se le ha dedicado en el país tuvo lugar en 1988 en el Centro de Arte Reina Sofía. Mucho tiempo para un autor cuyos trabajos están expuestos en museos tan importantes como el Moma de Nueva York, el Victoria and Albert Museum de Londres o el Centro Georges Pompidou de París.

Desde Imaginart relatan que sabían que la muestra iba a despertar interés, pero no al nivel que lo ha hecho. El día de la inauguración el espacio se llenó con un público de lo más variopinto: jóvenes con estética cyberpunk, góticos ataviados de negro y hasta un grupo de señoras vestidas de colores que, sonrientes, se sacaron una foto delante de Feast of Fools, un bodegón en la que se mezclan frutas con miembros humanos desperdigados y la cabeza de un bebé con los ojos vendados. Todos los asistentes por igual posaron sus miradas en los detalles de los retratos de malformaciones, evocaciones a la muerte, escenas zoóficas y referencias a la religión católica que adornan las paredes del espacio y que le han valido al autor múltiples críticas por parte de los sectores más conservadores.

“Cuando tenía cinco o seis años, saliendo con sus padres a la calle, le vino rodando lo que parecía un balón al que le dio varios puntapiés. Luego resultó que era la cabeza de una niña que había salido de un accidente cercano. Eso parece ser que le produjo un trauma referenciado en su obra durante su vida”, contó Padilla a los que llenaron la inauguración. La carrera de Witkin, quien nació en Brooklyn en 1939, le llevó primero a la Guerra de Vietnam, donde ejerció de corresponsal entre 1961 y 1964. Tras un tiempo trabajando como fotógrafo oficial de City Walls Inc., se licenció en bellas artes en la Cooper School Of Fine Arts y terminó de formarse en la Universidad de Nuevo México en Albuquerque, un país cuya cultura tiene una relación muy estrecha con la muerte y los difuntos. “Todas estas experiencias junto a sus lecturas de Lacan, de Freud o de Foucault abonaron el campo en el que después, de forma mucho más intensa, se interesó”, dijo el director de la galería.

El autor en persona

Media hora antes del comienzo del evento del día 19, había una cola importante en la puerta de la sala comandada por admiradores. Los primeros ya habían estado en la inauguración, como Betty Broke, que aseguró: “Me gusta por su parte macabra y oscura. He venido porque me gustaría hacerle algunas preguntas sobre si hay algún autor que le inspire especialmente, porque a mí me lleva al mundo de Edgar Allan Poe o de Lovecraft y no sé si él los ha leído”. Un rato más tarde, le pidió a Witkin que le estampase su firma en el brazo, una solicitud curiosa para muchos aunque no para ella. “Yo vengo del mundo del rap, donde es habitual pedirle al artista que te firme parte del cuerpo”, esclareció.

Unos puestos más atrás en la cola estaba Pau Verdú, un joven que no sabía que el autor iba a estar en la galería ese día y se encontró con que tenía que esperar para entrar cuando llegó. No era un seguidor de Witkin, aunque sí sabía quién era. “He venido por curiosidad, porque sé que es un autor muy subversivo y conocer un poco más su obra. No sé muy bien qué esperarme de la exposición”, sostuvo. Otro que aguardó su turno en la acera fue Pedro, que sí pertenece al grupo de admiradores férreos del fotógrafo. “Hace tiempo, empecé a ojear libros de fotógrafos y me lo encontré. Yo trabajo en cementerios municipales y el rollo de la muerte y personajes como del circo de los horrores me llaman la atención”, comentó. “Además, yo hago música con un amigote y le llegamos a escribir un mail para proponerle hacer algo con sus fotografías y nuestra música, aunque él nunca nos respondió”, dijo entre risas.

Yvette fue la primera en acercarse al fotógrafo: entró, llegó a la mesa donde estaba el autor, le estrechó la mano y se fue. Lo hizo todo tan rápido porque no sabía muy bien qué iba a pasar, si el hombre iba a estar muy cansado ―algo que se imaginaba casi todo el mundo― o se iba a retirar pronto, así que no quiso perder la oportunidad. “Tener traumas de la infancia no es nada nuevo y él tuvo unos cuantos. Entonces creo que el suyo es un arte transversal: puedes ser siniestro, que te guste el techno, new romantic o apasionado de la época victoriana y te puede gustar su trabajo”, comenta al respecto de su admiración por Witkin. Aunque su obra preferida es El beso, a ella le suscita un interés especial las descripciones de las fotografías. “Por ejemplo, esta de aquí se llama El zapato follador y la mujer que se creía que se iba a convertir en una cámara. Cuando vine a la inauguración, en vez de subir fotos de sus fotos a Instagram publiqué los carteles con las descripciones para que la gente pudiera venir más fresca a la muestra”, sostiene.

Precisamente, El beso es una de las fotografías que el propio Witkin detalló en el breve tour que hizo por la exposición y que nadie se esperaba. En ella se puede ver a dos cabezas decapitadas unidas por la boca, pero que en realidad son la misma persona. Según contó el autor, un responsable de un departamento de anatomía de la universidad le dejó ver la cabeza de un cadáver partida a la mitad, lo que le dio la idea. “Estaba cortada al medio para que el estudiante de medicina o el investigador pudiera mirar lo que había dentro. Entonces vi las dos partes, las junté y las separé y supe que tenía que fotografiarlas de esa manera: como un hombre besándose”, desarrolló. “Es como mirar dos perfiles de un hombre: el izquierdo y el derecho y sabes que es lo mismo. El poder de esta fotografía, su significado, es el ego en la identidad personal”, sostuvo. Sabe que es su trabajo más famoso y, de hecho, dijo: “Creo que es una de mis mejores fotografías y después de mi muerte sé que va a ser una imagen importante en la historia de la fotografía. Lo digo sin ego, porque he trabajado para ello”.

También se detuvo en Man Without Legs (1984) donde, además de explicar cómo había conocido al protagonista –que no tenía piernas pero si unos brazos musculados porque los usaba para impulsar el patín sobre el que se movía–, contó una anécdota que ayudó a entender su obra un poco más aún. “Mi abuela cayó por las escaleras el día de su boda y su pierna nunca se curó. Así que cada mañana mi madre tenía que limpiarle la pierna cuando yo era un niño. Cada día me levantaba y olía el café y la pierna de mi abuela. Por eso no he estado en un Starbucks en toda mi vida”, relató antes de estallar en carcajadas. No fue un evento para personas con poca resistencia ante lo desagradable o el vómito fácil.

El evento siguió hasta el final con más firmas y fotografías con sus seguidores, que no paraban de llegar. Esa fue la actividad que realizó en Barcelona más allá de descansar en el hotel al llegar desde Bélgica y dormir antes de partir a Londres a la mañana siguiente. Son las últimas citas de un tour que quizá sea el último, aunque visto el ánimo con el que sopló las velas de la tarta puede que aún haya tiempo para una vuelta más.

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