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Atxaga se adentra en el infinito paisaje de la memoria en “Días de Nevada”

Atxaga se adentra en el infinito paisaje de la memoria en "Días de Nevada"

EFE

Madrid —

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Entre agosto de 2007 y junio de 2008 Bernardo Atxaga vivió en Reno, invitado por la Universidad de Nevada (EE.UU.), con la única misión de escribir lo que deseara. Esa libertad se palpa en “Días de Nevada”, un libro inclasificable en el que este escritor se adentra en “el paisaje infinito de la memoria”.

“La memoria no es solo una operación intelectual. Todo lo que se recuerda lleva una carga de emoción”, afirmaba hoy Atxaga en una entrevista con Efe con motivo de la publicación por Alfaguara de su nuevo libro.

La crónica, el relato, el diario y lo onírico se funden en esta obra, que es fruto de la experiencia de aquellos meses que pasó en Estados Unidos pero también del inmenso poder de evocación que tiene este escritor cuyos libros están traducidos a más de treinta idiomas.

Atxaga (Asteasu, Guipúzcoa, 1951) fue a Nevada “por puro azar, porque se puso enferma la persona” que el Centro de Estudios Vascos de la Universidad había invitado en primer lugar, y tuvieron que “improvisar otro invitado”.

“Organizamos el viaje en poco tiempo (fue con su mujer y sus dos hijas), sin saber bien a dónde íbamos, aunque lo interesante es que el lejano oeste es un paisaje tan nuestro como el de mi infancia; Nevada, California y Arizona nos son familiares”, cuenta este gran narrador, el más premiado de cuantos escriben en euskera.

“Todos hemos jugado de niños a indios y vaqueros, hemos visto películas del oeste; la música de Elvis Presley era la más importante hasta que llegaron los Beatles”, señala Atxaga, que ha disfrutado al seleccionar “la banda sonora” de su nuevo libro, con canciones de Neil Young, Rolling Stones y Grateful Dead, entre otros.

Esa familiaridad la hace extensiva a los presidentes de Estados Unidos, que “forman parte de nuestra vida”, subraya este narrador que habla en el libro de los mítines que Barack Obama y Hillary Clinton dieron en Nevada cuando disputaban la candidatura del Partido Demócrata a las elecciones presidenciales.

En “Días de Nevada” las vivencias de aquellos meses, entre ellas el impacto que le causó el desierto o las preocupantes noticias de secuestros y violaciones que se produjeron en Reno mientras estuvieron allí, se funden con recuerdos del pasado del escritor y con elementos oníricos.

Su “trabajo fundamental” ha sido ordenar el conjunto de piezas que fue escribiendo “a partir de núcleos poéticos determinados”, uno de los cuales es “la imagen que queda de las personas después de su muerte, el emblema que nos queda”.

Ese es uno de los focos del libro, que aparece en el relato dedicado al boxeador vasco Paulino Uzcudun, pero también en los capítulos sobre la muerte del padre y de la madre del escritor, sin duda entre los más emotivos de esta singular obra.

La muerte irrumpe, además, cuando evoca la de un primo suyo que era autista y que falleció a los quince años tras ingerir trozos de hierro y clavos.

Otro núcleo de “Días de Nevada” es “el monstruo”, muy presente en los fragmentos relacionados con King Kong, con Uzkudun -“un King Kong humano”, dice Atxaga- o con el secuestrador que mató a una joven que vivía a pocos metros de la casa del escritor en Nevada y que tuvo atemorizada a la población durante semanas.

“En la antigüedad, el atleta era el modelo principal para los griegos. Para la cristiandad fue la figura de Jesús, y, aunque resulte triste, uno de los personajes centrales en la cultura actual es el pederasta, el violador sexual. Forma parte de un 'modus operandi' de cierto sector de la sociedad occidental”.

El raptor de “Días de Nevada”, cuenta Atxaga, se sentía “por encima de la ley y se creía impune, como le sucede muchas veces a los políticos actuales aunque el tipo de delitos que cometan sea muy diferente”.

Una vez decididos los núcleos poéticos, el escritor fue “desechando todas aquellas piezas que no encajaban”. Y han sido muchas las que se han quedado fuera, como un breve ensayo sobre Lawrence de Arabia o un relato protagonizado por osos, explica.

Al adentrarse por ese “paisaje infinito de la memoria”, Atxaga se dio cuenta de que podía conseguir “la unidad” que deseaba para su libro cuando vio un helicóptero que aterrizaba en el helipuerto de un hospital de Reno e, “inmediatamente”, se trasladó al hospital de San Sebastián donde había pasado “más de un mes” con su padre.

En otra ocasión, la visión de un grupo de caballos salvajes en Nevada le hizo recordar una historia de su infancia relacionada con un caballo que se electrocutó en su pueblo debido a un cable que andaba suelto, y querían echarle la culpa al padre del escritor.

Ese suceso le da pie a Atxaga a contar, por primera vez, la relación “un tanto oscura” de su padre con el abuelo del escritor.

Datos biográficos que también ofrecerá este narrador cuando hable de su madre, que, a pesar de haber crecido en una familia muy pobre, pudo estudiar.

“Fue casi un milagro que estudiara”, asegura Atxaga antes de recordar que, en 1936, la guerra se encargaría de poner fin al sueño de su madre de ir a la universidad.

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