Boquitas pintadas
Noches atrás, la periodista Marta Medina se subió a la tarima de un cine madrileño para presentarnos la peli más friki de Brian de Palma, ya sabemos, un tramposo con talento que se apropia de experiencias ajenas y las hace pasar por suyas.
La peli de marras es El Fantasma del Paraíso; una interpretación fáustica y rockera de El fantasma de la Ópera, la novela de Gaston Leroux. Se estrenó con Franco agonizante, pero su repercusión llegaría años más tarde, con la modernidad, cuando se aceptó que los grupos de rock podían subirse a escena maquillados, exhibiendo todo un repertorio de gestos ambiguos que marcasen su orientación sexual como un interrogante abierto.
El ejemplo más claro lo tenemos en Burning, el grupo de rock madrileño que, en sus primeros tiempos, se presentaba cantando en inglés macarrónico. Tacones, pelucas, desvergüenza y carmín corrido en la boca fueron sus señas de identidad. Toño, el cantante, hacia delirar al público con cada golpe de caderas, siempre enfundadas en el cuero de los asuntos prohibidos.
Algo empezaba a cambiar en nuestro país y el interrogante abierto dejaba escapar suspiros del fondo de los armarios. En estos días, Alberto García-Alix publica sus fotos de aquella época y en ellas nos encontramos con varios y variados retratos del cantante de Burning, un animal escénico que jugaba con la ambigüedad en cada pose.
Burning fue de los primeros en marcar tendencia glam en un país como el nuestro, tan macho, donde gusta pisar embrague y meter la palanca de cambios con nota, no sea que lo contrario inquiete más de la cuenta. De esta manera tan atrevida, Burning irrumpió en la primera edad de nuestra democracia. Lo hizo influenciado por el glam en su vertiente neoyorquina, léase el Lou Reed de Transformer o New York Dolls, cuyo guitarrista Johnny Thunders versionó a The Shangri-Las y su Give Him a Great Big Kiss que, a su vez, fue versionado por Burning en su disco Bulevar. La canción llevó por título Es especial y la escuchábamos en las gramolas de los bares mientras jugábamos a la máquina del come cocos. Hablamos del principio de los años ochenta; Marta Medina no había nacido y el rock urbano empezaba a pasar a mejor vida. Los grupos de la movida asaltaban las emisoras de radio y los Burning fueron el eslabón perdido entre aquellos dos mundos.
Volviendo al musicote de la peli de Brian de Palma, no solo encontramos referencias al glam rock, sino que toda la película es un muestrario de las distintas corrientes rockeras surgidas hasta la fecha de su estreno, desde un grupo revival de los 50´s hasta el rock surfero californiano pasando por el hipnotismo del rock progresivo hasta llegar a la pose travestida de un cantante que es un cruce bastardo de Brian Eno con Fabio Mac Namara, y cuya raíz original se encuentra en nuestra tierra.
Porque si hay un artista que inspiró el glam, ese fue, sin duda, un malagueño que cantaba copla con la voz en trémolo y que respondía al nombre artístico de Miguel de Molina. Esperemos que Marta Medina nos hable de él como pionero del glam cuando le toque presentar Canciones para después de una guerra, el documental de Basilio Martín Patino cuya banda sonora forma parte de una memoria que se resiste a ser olvidada bajo los escombros de la historia, una memoria que aún queda por escribir y que, cuando se haga, ha de hacerse con el mismo carmín con el que Miguel de Molina corría sus labios en las miserables alcobas del régimen.
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