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A 500 millas del fracaso

Fotograma de la película Sunshine on Leith, basada en la música de The Proclaimers

Mónica Zas Marcos

Ni siquiera el fenómeno fan de Cómo conocí a vuestra madre se resistió al encanto de The Proclaimers, dueños e intérpretes de las 500 millas más famosas del mundo. Este dueto con encanto escocés ha llevado sus canciones mucho más lejos de las lindes de la nación verde. Han sonado en Benny & Joon, Dos tontos muy tontos, Anatomía de Grey, Shrek y Padre de familia. Incluso Homer Simpson les homenajea en su bar 500 beers, por lo que era cuestión de tiempo que les dedicasen su propio musical.

Aunque al otro lado del charco apenas se note, uno de los puntos fuertes de la banda es su marcada identidad regional. Eso ahora está de moda, solo hace falta fijarse en los Artic Monkeys, que son alabados por sus Yorkshireismos, o los Futureheads que hablan continuamente de Sunderland, o Super Furry Animals, desvergonzadamente galeses. Pero The Proclaimers llevan aludiendo a las virtudes y a la defensa de Escocia mucho antes de que fuese mainstream. Concretamente desde que aparecieron por primera vez, hace 20 años, con la conmovedora descripción del éxodo cultural de Letter from America.

Ahora, el actor resituado tras las cámaras, Dexter Fletcher, recoge el testigo de Stephen Greenhorn, guionista y escritor del musical que convulsionó el Reino Unido en 2007, Amanece en Edimburgo. Los expertos dijeron en su día que este libreto era el orgulloso heredero de Mamma Mia, pero la colonización de ABBA poco se puede comparar con el impacto mundial de los gemelos escoceses. “En Escocia, si se escucha 500 miles, un joven de 18 años es tan feliz como su abuelita”, dice Greenhorn. Y aunque ese sentimiento de afecto no se puede comparar con el de ningún otro país, el buen rollo es internacional y contagioso.

Ron, vinilos e inspiración

“Una noche me empecé a emborrachar mientras escuchaba el primer disco de The Proclaimers, This Is the Story. Más o menos a mitad del disco, el grupo deja de tocar y se ponen a hablar entre ellos, y pensé: 'Esto suena como si fuera un musical'. Escribí la trama en el reverso de la funda y me fui a dormir la mona”, y así, como quien plasma el primer guión de su bestseller en una servilleta de cafetería, surgió uno de los musicales más venerados de la historia moderna.

Veinte son exactamente los temas elegidos por Greenhorn para representar la historia de dos jóvenes que abandonan las tropas de Afganistán para volver a su verde hogar. El director teatral teje la historia de Davy y Ally al rehacer su vida en Leith, el distrito de clase trabajadora más aburguesado de Edimburgo. Junto a sus amigas, Yvonne y Liz, intentarán trazar un futuro para sí mismos, mientras hacen frente a las presiones familiares, la enfermedad, los secretos y sus diferentes expectativas de vida.

Si The Proclaimers fueron un triunfo improbable como estrellas del pop rock, Amanece en Edimburgo lo tenía todo para ser un fracaso lacerante sobre las tablas. Al igual que los hermanos cantantes, el musical se negó a jugar en el tablero comercial y, al igual que la banda, fue la mejor de las decisiones que pudieron haber tomado. Los guiños del espectáculo son tan específicos de Edimburgo que ni siquiera sus vecinos a 60 km a la redonda los pillan, pero el poder emocional de su materia es universal. Por lo tanto, la única pregunta que cabe es por qué ha tomado tanto tiempo reconocer el potencial teatral de The Proclaimers.

La receta del éxito radica en la simpatía de Greenhorn, que convierte un drama de telenovela sobre la madurez, el salir del nido y enamorarse y desencantarse, en una fábula realmente disfrutable. Como dijo en 2007 el crítico teatral de The Guardian, Brian Logan, “caminaría 500 millas, y 500 más para llegar al escenario del Dundee Rep y ver Sunshine on Leith”.

Cuando la banda sonora rellena páginas

Además de las grandes canciones de románticas -y sus mayores éxitos comerciales- como I'm gonna be (500 Miles) y I'm on my way, The Proclaimers cuenta en su discografía con algunas diatribas sobre la dependencia de Escocia como Everybody's a Victim, sobre la indignación de una pequeña nación en Throw the 'R' Away, o el conmovedor canto a la desindustrialización en Letter from America. Estaba claro que en un musical los actores deben cantar las transmutadas canciones de los hermanos pero, ¿y en la película?

Es coherente que, si no te llamas Tom Hopper y no cuentas con unas caras de cartel tales como Russell Crowe, Hugh Jackman o Anne Hathaway, seas reticente a poner a tus actores a cantar en la gran pantalla. Este fue uno de los principales dilemas que abatieron a Dexter Fletcher. Pero Amanece en Edimburgo no existiría sin la música y el baile, así que cuando intento probar suerte con la versión arrítmica, la historia simplemente se estancaba. Primero se sintió tentado a copiar la fórmula de Los Miserables y finalmente, por suerte, terminó siguiendo la senda de Phyllida Lloyd [Mamma Mia]. Todas las canciones fueron grabadas en playback, y mantuvieron ese sentimiento impecable que perseguía el principiante director.

Gracias a esta decisión, hoy podemos disfrutar sobre el celuloide de momentos apasionantes como la apertura de la película. Los soldados interpretan al unísono Sky Takes the Soul en un microclima que pone los pelos de punta y adelanta que, aunque menos agria, el resto de la película promete ser una vorágine de sentimientos. Quizá en la otra parte de la balanza se encuentra la interpretación multitudinaria de 500 miles: las altas expectativas nunca favorecen.

Y porque hay gustos inalterables y odios arraigados, si los musicales no son santo de su devoción, no se deje caer por las salas que proyecten Sunshine on Leith. En cambio, si es un género que ni despierta sus pasiones ni le aborrece hasta la médula -que ni fu ni fa, vaya-, no deje escapar esta oportunidad. Pues el cine que sabe sacar una sonrisa nunca hizo mal a nadie.

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