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'Nerve', un thriller sobre los gozos y sombras de Internet

Fotograma de "Nerve". Lionsgate.

Ignasi Franch

Con una pizca de fortuna, el estreno de Nerve coincide con el estallido del fenómeno Pokémon Go. Sus autores, Henry Joost y Ariel Schulman, ya habían tratado previamente el mundo de Internet (en el discutido documental Catfish) y se habían dedicado al cine de género (en la tercera y cuarta entrega de la saga Paranormal activity). En esta ocasión, hermanan ambos intereses con este thriller sobre una misteriosa plataforma online: sus jugadores deben cumplir una serie de retos en el mundo físico a cambio de dinero.

El filme está protagonizado por Vee, una joven tímida que quiere aprovechar el inicio de sus estudios para abandonar el hogar familiar... pero no se atreve a decírselo a su madre. Sidney, una amiga más lanzada, la empuja a arriesgarse. Después de que esa presión genere una situación embarazosa, Vee opta por registrarse en Nerve y asumir un rol inesperado: no será una observadora, sino una jugadora que acepta los retos que le proponen los espectadores. Todo comienza cuando besa a un extraño a cambio de 100 dólares. A partir de ahí, las cosas se complican.

Internet como catalizador de experiencias

La película parece pensada para jóvenes deseosos de un entretenimiento veraniego ligero. Su trama conecta con la actualidad e incorpora guiños cómplices sobre la presión social y el deseo de rebeldía adolescente. Las escenas están montadas de manera dinámica e incluyen muchas canciones, bastante acción y algunas provocaciones aptas para todos los públicos.

Los cineastas dejan a un lado las experimentaciones posibles sobre la narración a través de pantallas de ordenador o de teléfono móvil, fundamentales en obras como Open windows, Eliminado o Blog. De alguna manera, su propuesta sintoniza con los juegos de realidad aumentada: el ciberespacio influye en el mundo físico sin imponerse a este. Internet no es el centro de la vida, pero propicia experiencias como el flirteo entre la modosa Vee y un joven motorista.

La película tiene algo de juego de rol: la audiencia puede identificarse con esta joven tímida que toma riesgos y se convierte en heroína de Internet. En Scream 4, la actriz Emma Roberts interpretó a una chica rendida al lado más psicópata de la fama: “No necesito amigos, necesito fans”, afirmaba. Su personaje en Nerve, en cambio, acaba poniéndose límites éticos.

El público ávido de roles femeninos fuertes podrá respetar, sin grandes entusiasmos, la figura de Vee: aunque sucumbe temporalmente a las frustraciones e inseguridades, las supera y acaba demostrando astucia para recuperar el control de su vida.

Un final con moraleja

El tercer acto de la obra ha sido señalado como el más débil del conjunto. La escalada de situaciones extremas anima la narración, pero dificulta que el happy end resulte convincente. Joost y Schulman liberan a los protagonistas de una manera no demasiado verosímil, después de haberlos empujado a un callejón sin salida. Además, quieren advertir de los peligros de Internet y subrayar que puede estimular los impulsos más oscuros de las personas.

Los más refractarios a las moralejas tendrán motivos para indignarse. Sí: el código fuente de este entretenimiento incluye un troyano en forma de discurso aleccionador. Después de explotar la atracción por el riesgo, después de transmitir entusiasmo al relatar una aventura irreflexiva, los autores de la película se revelan tan modosos como su protagonista.

La inteligencia colectiva de Internet se retrata como una crueldad colectiva: los observadores empujan a los jugadores de Nerve más allá de sus límites. Vee apela a la responsabilidad de quienes contemplan pasivamente, o impulsan activamente, los desafíos. De la misma manera que en la reciente Money monster, el personaje principal reclama la compasión y empatía de quienes le miran. En ambos casos, como si de un moderno circo romano se tratase, la audiencia orienta el pulgar hacia abajo.

Los autores de Nerve sugieren que, cuando pueden resguardarse en el anonimato, la mayoría de las personas son implacables. Y que sólo dejan de serlo a través de la amenaza o de la exposición pública. La llamada a la responsabilidad toma así unas formas inquietantes, en tiempos de videovigilancia masiva. Quizá para compensar ese mensaje, se regala un final desaforadamente feliz a los protagonistas... y a los espectadores. Es la conclusión de esta fiesta de ponche sin alcohol, dulzón y que no provoca resaca.

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