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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

'The Old Man & The Gun', la última bala de Robert Redford

Robert Redford como Forrest Tucker, su último papel.

Francesc Miró

Forrest Tucker tenía 78 años y una lista de achaques severos propios de su edad cuando se retiró. Lo hizo durante la primavera de 1999, cuando condujo ochenta kilómetros hasta una sucursal del Republic Security Bank medianamente alejada de su hogar. Entró allí con una Colt 45, una practicada sonrisa y un perfecto traje blanco. Atracó el banco y se fue.

Conducía un Grand Am rojo que no pasaba desapercibido. Tras correr como la pólvora la orden de búsqueda del automóvil, decenas de coches patrulla se pusieron a buscarle. Uno de ellos se cruzó con Tucker y decidió pegarse a su tubo de escape. La virulencia de la persecución fue tal que el coche del atracador terminó chocando contra una palmera, quedando su conductor atrapado con el airbag. Cuando le arrestaron, Tucker sonreía.

“He pasado media vida en la cárcel. Salvo cuando me fugaba”, le decía el propio Tucker al escritor y periodista de The New Yorker David Grann. “Nací en 1920 y a los quince años pisé la primera celda. Ahora tengo ochenta y uno y sigo estando preso, pero me he fugado dieciocho veces con éxito y doce sin él. Hice planes para escaparme otras muchas veces, pero no tiene sentido que le hable de ello”.

Grann le entrevistó en 2002 y escribió un genial relato de no-ficción llamado El viejo y la pistola. Ahora, el realizador estadounidense David Lowery adapta el texto con Robert Redford en el papel de Tucker. Protagonista absoluto de una película bella, elegante y tranquila sobre un hombre incapaz de dejar su trabajo. Último papel de un actor incapaz de alejarse del cine.

De inadaptados y romances singulares

David Lowery siempre ha sido un romántico a su manera. Y sin traicionarse, ha sabido hacer convivir y dialogar distintos géneros con su cine. Se dio a conocer en 2013, cuando su largometraje En un lugar sin ley se convirtió en uno de los fenómenos independientes del año, con alabanzas en Sundance y en Cannes. Se trataba de un western que recordaba al cine de Terrence Malick pero también al melodrama contemporáneo de la escuela de Richard Linklater. En aquella película narraba un romance intenso entre Rooney Mara y Casey Affleck en el Texas profundo de los setenta, tocado de la tensión latente de una historia de forajidos. Él, un fugitivo perseguido en varios estados, hacía lo posible por reunirse con ella y conocer a su hija.

En 2016 aceptó el encargo de Disney para realizar el remake de Peter y el dragón y, aunque el resultado distaba de ser una película infantil tan inspirada como pretendía, seguía siendo extrañamente consecuente con su mirada: el drama familiar cuajaba bien con la fantasía. Era la historia de un chaval que vive en el bosque y que aprende a relacionarse con la sociedad al tiempo que convive con un dragón gigante.

Al poco estrenó la que es, a día de hoy, su obra maestra: A Ghost Story. Narraba la relación de una pareja -de nuevo Mara y Affleck-, destruída tras una repentina muerte. Él volvía en forma de fantasma, incapaz de comunicarse con ella, y veía como reconstruía su vida. Un maravilloso acercamiento al cine fantasmagórico desde un lirismo y una sensibilidad desarmantes, pero también un melodrama romántico en toda regla. Disertación sobre el sentimiento de pérdida y el olvido -involuntario o no-.

Todas estas películas conviven en The Old Man & The Gun: la historia de Forrest Tucker, un hombre que se ha pasado la vida huyendo de la ley hasta que, un día, conoce a una mujer -interpretada por Sissy Spacek- que le hace pensar en qué pasaría si apretase el freno. Si llevase una vida normal y corriente, acorde con la legalidad vigente.Western crepuscular cuyas raíces podrían recordar a determinado cine de Clint Eastwood. Pero a la vez, una delicada historia de amor entre dos personas mayores, conscientes de que ya no les quedan muchas otras oportunidades para ser felices.

The Old Man & The Gun es, por momentos, un delicado retrato de la vejez y el amor. Sencillo en su exposición de los conflictos que atraviesan sus personajes, tranquilo en su desarrollo del drama. Es una película pacífica que transmite cariño y sentimiento sin pisar el pantanoso terreno de lo cursi. La razón tiene nombre propio: Robert Redford.

Objeto de cinefilia crepuscular

Robert Redford se retiró en agosto de 2018, aunque ya llevaba tiempo dándole vueltas al asunto, tal y como confesaba en una entrevista de Entertainment Weekly. Afirmaba que llevaba poniéndose delante de las cámaras desde que tenía veinte años y -igual que el propio Forrest Tucker- estaba ya cansado. Quería dejar de dar la cara.

Aunque eso no significa necesariamente que vaya a dejar el cine: el actor cuenta con una larga carrera como director desde que en 1980 estrenase la interesantísima Gente corriente. Nueve largometrajes van desde entonces y no parece que esté dispuesto a soltar la batuta. Nunca ha afirmado que dejará de dirigir.

En la piel de Tucker, el actor parece estar interpretando a un ladrón octogenario y lo cierto es que el rol le va como anillo al dedo. Pero su personaje, realmente, ofrece mucho más que lo que la historia plantea: se trata de una reinterpretación de su propia trayectoria, una mirada hacia atrás que evalúa lo que el galán de Hollywood ha significado y cómo ha llegado a ser quien es. Y eso convierte The Old Man & the Gun en algo más que una película de atracos y amores. Es un homenaje a un actor y a una forma de entender el cine.

Lowery se encarga de que captemos bien su mensaje. Más allá de que su film sostenga un discurso sobre un hombre mayor ante la incertidumbre de si será capaz de dejar de dedicarse a robar y abrazar una vida tranquila, sostiene textualmente una nostalgia -ciertamente sana en este caso-, que nos transporta a los setenta.

Un flashback, de hecho, juega una carta arriesgada pero inteligente: utiliza metraje de películas de Redford para retratar todas las veces que Forrest Tucker se ha escurrido entre las manos de la policía. Vemos y recordamos, así, el Brubaker de Stuart Rosenberg, El valle del fugitivo de Abraham Polonsky, Propiedad condenada, Tal como éramos y El jinete eléctrico de Sydney Pollack... Tal es la fuerza de este guiño para ablandar el corazón del cinéfilo que bien podría entenderse The Old Man & the Gun como una secuela apócrifa de Dos hombres y un destino.

Son tan explícitas sus intenciones, mostradas siempre de forma sincera y sensible, que hasta lleva a sus personajes al cine a ver una película en un momento clave de del film. Se trata de una película del 71 llamada Carretera asfaltada en dos direcciones. Una road movie surgida tras el fenómeno de Easy Rider, hoy convertida en película de culto. Café para los muy cafeteros.

En esta escena, que podría pasar desapercibida, también se podría encontrar el núcleo vital de la película. En el fondo, The Old Man & The Gun es David Lowery recordando todas las veces que se sentó en un cine a ver películas de Robert Redford. Y a su vez, es un elegante adiós de un actor que no volveremos a ver en una gran pantalla.

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