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'Verano 1993' o cómo rodar con niñas actrices sin convertirlas en juguetes rotos

Carla Simón, directora de 'Verano 1993', junto a Laia Artigas

Mónica Zas Marcos

Hace tiempo que los menores de 16 años no pueden optar al Goya. La medida, tomada en 2011 tras el éxito de Pa Negre, fue acogida con gusto en la industria por proteger a los niños de los compromisos monetarios y promocionales que muchas veces implica ganar el cabezón de bronce.

También era una forma de no caer en los errores del pasado y por los que muchos niños prodigio acabaron en el vertedero de los juguetes rotos.

Aún así, hay interpretaciones de los más pequeños que si no es un premio, bien se merecerían todo el reconocimiento. Esto es lo que ha ocurrido en la última edición con Verano 1993, la película que le ha reportado tres premios Goya a Carla Simón y a sus dos protagonistas adultos. Aunque Bruna Cusí y David Verdaguer realizan un trabajo veraz como pareja, el alma de este debut lo representan las dos niñas: Laia Artigas, como Frida, y la pequeña Paula Blanco, como Lola.

La película es conmovedora por el drama que presenta y la cotidianidad con la que lo hace, pero es aún más impresionante por la solvencia de las pequeñas en pantalla. No hay nadie que salga de la sala de cine sin preguntarse cómo consiguen crear esos sentimientos en una niña de siete años y en otra de tres y medio. La respuesta no es la magia, sino mucho trabajo y paciencia detrás de las cámaras que por fin ha sido recompensado en un palmarés.

Este martes, los premios Yago han anunciado como ganadores en la categoría de categoría no reconocida, al equipo de Verano 1993 por su trabajo con Laia y Paula. Desde el cásting, con Mireia Juárez a la cabeza, hasta las acting coach y pedagogas, Laura Tajada y Laia Ricard, o la misma Carla Simón y sus actores principales. Todos ellos han hecho una labor hercúlea e invisible para que las dos menores entrasen de lleno pero con infinita ternura en el mundo de Verano 1993.

¿Hablaron con Laia de la muerte? ¿Cómo conseguían enseñar el guion a la pequeña, que lleva pañal y aún no lee? ¿Cuántas horas trabajaron? ¿Por qué el resultado es tan natural? Estos interrogantes que abordan al espectador, se vuelven más valiosos cuando Carla Simón los desvela. O cuando Mireia Juárez cuenta los trucos del cásting.

“Para el personaje de Frida, la niña tenía que ser más urbanita, pero el de Lola es de campo. Pertenece a esas familias que se marcharon de Badalona a las afueras en los noventa”, cuenta Juárez. Se desplazaron por Cataluña y fueron colgando carteles en los colegios y las escuelas de teatro, ya que la directora quería niñas que no hubiesen actuado previamente.

Lo que pocos saben es que tuvieron que convocar una segunda ronda de cástings porque no encontraban a sus Frida y Lola definitivas. “Les hacíamos mentir. La mentira es muy útil en las pruebas para ver si pueden entrar en el juego con profundidad y creerse lo que hacen. Muchos niños juegan, pero hay muy pocos que lo hagan con esa convicción”, dice Carla Simón. “Laia [Artigas], de hecho, fue de las últimas niñas que vimos”.

Aunque no sea políticamente correcto admitirlo, la directora no sintió el famoso flechazo “es ella” con la pequeña protagonista. “Creo que está muy idealizado”, ríe recordando la difícil decisión. “Laia tenía algo especial. Esa mirada que te despierta un deseo de filmar y seguirla con la cámara, como te tiene que ocurrir con todos tus actores”, recuerda Simón. No le costó darse cuenta de que no se había equivocado.

Los piojos de la confianza

Antes de comenzar a rodar, la directora estuvo dos meses organizando reuniones con las niñas y el resto del plantel. Un día, Laia con Bruna Cusí. Al siguiente, con la pequeña Paula y Verdaguer. “El resultado, que se puede ver en los vídeos del making of, parece una precuela de Verano 1993”, dice la directora.

“Imaginábamos momentos que podrían haber pasado antes de lo que ocurre en la película, hasta el momento en el que Esteban le cuenta a Marga que su hermana les quiere dejar a Frida. O cuando Frida sabe que su madre ha muerto y que se va a vivir con sus tíos”, enumera. Pero el trabajo no fue completamente sobre el guion de la película (que las niñas nunca leyeron), sino también a través de situaciones cotidianas como ir a la compra, jugar en la piscina o incluso quitar piojos a las niñas.

“Bruna [Cusí], que interpreta a la tía de Frida y la madre de Lola, estuvo toda una tarde quitando piojos a Laia y Paula. No puedo imaginar nada más íntimo”, dice una divertida Simón. “Yo ni siquiera sabía si iba a servir para algo. Los del equipo debían pensar que estaba como una cabra, sacando piojos a las niñas, pero se notó al llegar al set”, asegura convencida.

Cuando tocó desplazarse a La Garrotxa para rodar en un tiempo récord, el equipo ya se sentía como una familia. Ese entrenamiento previo fue necesario para rodar con las pequeñas en las menores tomas posibles, ya que solo podían estar seis horas en las localizaciones y dos por las noches (de 10 a 12). “Sin embargo, siempre surge algo que no te esperas: como que a Paula le aterrorizan los gigantes y cabezudos y que a Laia no le entusiasma el agua”, confiesa la realizadora, que tuvo que invertir horas en ayudar a las niñas a enfrentarse a sus miedos.

“No fue necesario hablar de la muerte”

“Lo que más me preguntan es cómo abordamos el tema de la muerte”, dice Carla Simón sobre el quid de la película. “Lo cierto es no hablamos de muerte con las niñas, al menos no a esos niveles, porque no hizo falta. El lenguaje de los niños (enfados, risas, tristeza) es tan básico que queda muy creíble”, asegura la directora.

Laia Artigas afortunadamente no ha sufrido la pérdida de un ser querido como su álter ego, Frida, o como la misma Simón, así que tuvieron que encontrar la forma de tocar su propia fibra sensible. “A ella se le murió una mascota y le dio mucha pena, así que hablar de eso, o de otras cosas que no son la muerte, unido a su imaginación brutal, la metía en seguida en el estado de ánimo”, desvela. Aunque esta técnica no funcionó igual de bien en la escena final, y a la vez la más simbólica.

“Lo probamos todo. Historias tristes, canciones tristes...y no funcionaba nada. Me planteé incluso eliminar esa escena, pero al final descubrimos que su talón de Aquiles era la frustración. Si yo le decía que no lo estaba haciendo bien, le generaba un mosqueo tal que lloraba. Me decía, dime que no lo hago bien y lloro. Y así fue”, admite Simón.

La otra escena que la cineasta recuerda como la más complicada fue en la que Frida se maquilla, finge que fuma y habla imitando a su madre. “Aquí había unas líneas de guion muy claras sobre expresiones que yo había sacado de las cartas de mi madre. 'Enrróllate', 'estoy cantidad de cansada'. Opté por hacer yo de su mamá y actuar así, fumar, maquillarme, hablar de esa manera, y luego en el set le dije que me imitase”, cuenta. Como dice Carla, lo importante no es hacerle sentir un huracán de emociones a la niña, sino al espectador. Y eso Laia Artigas lo consigue de Goya.

“Los valores de los premios son pésimos”

Laia, de siete, y Paula, de cuatro, no son conscientes del alcance emocional de la historia, pero ¿algún día verán la película y entenderán el mensaje poderoso que ayudaron a generar en el espectador? “Paula no sé de lo que se va a acordar. De hecho, tuvimos una entrevista en verano y ella le decía al periodista que se ahogó de verdad. Yo le decía que no, pero ella se había visto en la pantalla y estaba del todo convencida”, cuenta Simón entre risas.

“Laia, aunque la ha visto muchas veces, no puede entender muy profundo. Son muy pequeñas”, concluye. En su opinión, cuanta menos consciencia tengan de la industria por el momento, mejor. Por eso está totalmente a favor de que, siendo tan jóvenes, no aspiren a ningún premio por Verano 1993.

“Los valores educativos que transmiten los premios son pésimos. Competencia y ostentación. Me parece que un niño ya se lo encontrará en la vida y no hay necesidad de que lo viva ahora”, una opinión que la directora comparte hacia las exhaustivas promociones que a veces tienen que soportar los niños.

“Veo a los niños de Hollywood, que hacen una promoción bestial, y me horroriza cómo se sientan en una silla y contestan las preguntas. Parecen adultos de repente. Yo no tengo miedo que las niñas [de Verano 1993] terminen siendo juguetes rotos, porque nuestra industria es mucho más pequeña y nuestra película también. En parte estoy segura de que no se han enterado de lo que ha pasado”, se tranquiliza.

Verano 1993 ha creado la receta del éxito para evitar que eso pase: generar un ambiente cómodo y familiar para las pequeñas, entrenar la paciencia a todos los niveles, e incluso despiojar si fuera necesario. Un compromiso por parte de los adultos para que los prodigios de hoy no se conviertan en los talentos desperdiciados del mañana.

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