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CINE

'Ama', una feroz radiografía de la presión social por ser una madre ejemplar

Fotograma de la película 'Ama'

Francesc Miró / Germán Aranda Millán

15 de julio de 2021 21:53 h

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Pepa soporta el inmisericorde sol de Benidorm para pasear por sus playas repartiendo flyers a turistas y adolescentes con ganas de fiesta. Trabaja como 'relaciones públicas' de la célebre discoteca Penélope y gana muy poco, o por lo menos no lo suficiente como para mantener a su hija Leila.

Un día Pepa se ve en la calle y con Leila en brazos. Sin hogar, sin un trabajo digno y sin recursos, madre e hija asisten a una precipitada caída de piezas de dominó: todo lo que parecía estable deja de serlo. Solo entonces Pepa se percatará de las carencias de su relación con la pequeña Leila, a quien durante años ha dejado a cargo de otras personas.

La realizadora Júlia de Paz Solvas tenía 25 años cuando estrenó este, su primer largometraje en solitario, en la última edición del Festival de Málaga. Allí Ama se llevó el Premio Feroz de la Crítica y la Biznaga de Plata a la Mejor Actriz para Tamara Casellas. Ahora llega a los cines como una de las revelaciones más importantes del año en el panorama español. Una película dura, hermosa, directa al grano y contundente en su discurso sobre la maternidad. 

La pesada carga de ser madre

Pepa es una joven cansada desde el minuto uno de película. Su mochila de traumas es físicamente palpable: se pasa la película arrastrando bolsas de ropa y cogiendo de la mano o en brazos a su hija, una carga más. Como si Leila fuese un fardo que llevar de un lado a otro, hasta dejarlo a buen recaudo. Esos son los pesos que se ven, pues los que no se ven se transmiten a través de la mirada, llena de ira, de la actriz principal: una entregadísima Tamara Casellas que si no tiene ya el Goya a Mejor Actriz Revelación en la mano es porque la gala aún no se ha celebrado.

Pepa, su personaje, fue madre adolescente y nadie le ha enseñado cómo ejercer la maternidad. No sabe qué hacer con su vida, mucho menos qué hacer con la de Leila, pero a su alrededor el mismo hecho de concebir le impone un mandato social: ahora tiene que ser responsable, no emborracharse, no cometer errores, ser buena madre, saber cuidar, pensar por ambas. Como si ese conocimiento se adquiriese por arte de magia durante el parto. 

“Yo no soy madre, pero siempre hay sentimientos de haberse sentido abandonada en algún momento o de haberse sentido culpable y no haberse perdonado que te conectan con el personaje”, cuenta Júlia de Paz, la directora, que atiende a elDiario.es después del preestreno. 

Para la realizadora es evidente que existe una “presión social por hacerlo todo bien si eres madre”. “¿Qué pasaría si fuera un hombre? Estamos acostumbrados a ver personajes masculinos equivocarse y ya de entrada diríamos 'ay pobre, qué situación le ha tocado vivir', mientras que con ella parece que se la juzga por cualquier error”, añade.

Tamara Casellas, la actriz que da vida a Pepa, comenta que su personaje “es alguien que se ha buscado bastante llegar a donde llega”. Una mujer que “al principio te cae mal y la juzgas, pero acabas empatizando y te engancha emocionalmente”.

Un cine de cerrar heridas

Antes de estrenar esta película, Júlia de Paz había codirigido La filla d'algú –proyecto colectivo llevado a cabo por 11 alumnos de la ESCAC–, y realizado un cortometraje titulado, precisamente, Ama. Aquello fue la semilla: un corto de 18 minutos rodado con la misma intensidad del filme que nos ocupa, para el que también contó con Tamara Casellas en el papel de Pepa. 

Por eso, la juventud de la realizadora no debería confundirse con la falta de experiencia: Júlia de Paz desplegaba en 2018 el mismo dispositivo formal que sostiene su primer largometraje en solitario. Lo hacía valiéndose de la misma actriz principal y con el mismo discurso de fondo. Tenía claro cómo quería narrar esta historia así que sería vago decir que esta película sorprende por su 'madurez', término demasiadas veces utilizado para sustentar cierto tono paternalista con el que la crítica se acomoda –nos acomodamos– al tratar cualquier debut. 

Ama abraza inquietudes temáticas y estéticas de un cine social honesto, vibrante, hecho desde el nervio de la cámara en mano y la naturalidad de los diálogos sin clichés. Pero, sobre todo, es una película sorpresivamente bella por cuanto de verdadera emoción contiene. Ama se siente como una herida que necesitaba cicatrizar y su urgencia, su ímpetu, la convierten en algo magnético de principio a fin.

La misma realizadora cuenta que esta película nació durante el proceso de recuperación de una depresión, que se trató con ayuda psicológica y psiquiátrica. Sufría un trastorno de ansiedad cuyo origen los especialistas le dijeron que podía venir de su miedo cerval al abandono. Un día su madre le dijo: “Creo que todo lo que te pasa es por mi culpa. Por cómo te he sobreprotegido y te he educado desde el miedo, por temor a que te pasara algo”.

Entonces algo dentro de Júlia de Paz se revolvió. “Esta culpabilidad aún persiste en ella. Me niego a justificar mi enfermedad por cómo mi madre enfocó su maternidad. Todas las mujeres vivimos bajo el exigente mito de la maternidad: si te sales de ahí eres una mala madre y, consecuentemente, una mala mujer”. 

La razón de ser de un personaje como el de Pepa es esa culpabilidad de una madre que ha hecho las cosas lo mejor que sabía y, a pesar de todo, no ha sido suficiente: el sistema siempre exige más. Ama es esa herida por cerrar y ante su honestidad de discurso no cabe el cinismo. 

Por eso Pepa se acaricia constantemente la cicatriz que le dejó la operación de cesárea con la que vino al mundo Leila. Por eso su historia deviene algo más en manos de Júlia de Paz: Ama se nos revela como una denuncia contundente, sin grises, de las opresiones que muchas otras Pepas han sufrido y a las que nadie dedicó nunca una película.

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