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Amemos el cine español como lo hicieron los Javis en los Goya y no como lo hace Vox

Los presentadores Javier Ambrossi y Javier Calvo posan con las actrices Cecilia Roth, Antonia San Juan, Marisa Paredes y Penélope Cruz y el director Pedro Almodóvar.

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“Esta es nuestra gran noche”. Lo dijeron los Javis y Ana Belén nada más comenzar la gala, y vaya si lo fue. Lo que hicieron los presentadores fue la mayor, y mejor, carta de amor al cine español que se ha visto en la televisión en mucho tiempo. Una carta que llegaba en el mejor momento, con la extrema derecha calentando y provocando. Aireando falsos mitos. Llamándoles señoritos, subvencionados. Acusándoles de hacer películas que no le importan a nadie. 

La respuesta de Javier Calvo vino en forma de dardo en la gala. “Amar el cine español es una de las formas más bonitas de amar a nuestro país”, dijo. Pero también en forma de una ceremonia que desprendía ilusión y magia. Durante meses se han esforzado en reivindicar ser los maestros de ceremonias. No puede ser un marrón. Debería ser un honor, y así se lo tomaron ellos. Hicieron carne una gala con la que llevan años soñando, y se notaba. Los Javis tienen un don especial, y es que hacen que lo que ellos sienten pase al espectador. Ocurre con sus películas, con sus series, y pasó con sus Goya.

Solo en su mente podría cuadrar mezclar a Amaia y a David Bisbal, pero es que solo ellos saben reivindicar lo popular para ponerlo al mismo lugar que el resto de cultura. No hay clasismo en su propuesta, sino una mirada frontal a todos. “En mi mundo cabemos todos, en el suyo no”, dijo de nuevo Calvo en la alfombra roja dedicado a Vox. En su gala cupimos todos, pero sobre todo estábamos representados todos aquellos que veíamos la ceremonia en casa y vibrábamos con cada discurso. Los que nos sabemos los momentos de cada ceremonia, los ganadores de cada edición.

Se convirtieron, por un ratito, en una especie de Lola Flores. Ni cantaban ni bailaban, pero no podíamos perdérnoslos. Eran un imán, dieron con el tono perfecto para ellos y lo supieron trasladar cada vez que aparecían. Su chica ye-yé acompañado de la voz perfecta de Ana Belén culminó con uno de esos momentos que ellos saben ofrecer, porque saben lo que es un buen show. Su beso en el suelo quedará para los grandes momentos de los Goya, pero sobre todo quedará cuando ambos, en un sofá, que luego se desvelaría icónico, contaron a cámara sus recuerdos cinéfilos.

Todos tenemos una película de Pedro Almodóvar, y ellos repasaron galas, momentos en salas de cine. Hablaron de cómo aceptaron la homosexualidad viendo cine español; cómo descubrieron que querían ser cineastas viendo Volver o Todo sobre mi madre. Nos creemos las lágrimas de Javier Calvo cuando hablaba porque nos emocionamos con él, porque toda la gala de los Goya estaba cargada de ese amor al cine que ponen ellos en todo lo que hacen. Había amor al cine en sus discursos, en sus besos, y en la forma en la que agarraron la mano a Ana Belén y a Elena Martín antes de dar paso al In Memoriam.

Reivindicaron desde lo más obvio, Almodóvar, hasta lo más popular, Ocho apellidos vascos. Sí, aquella película que es la segunda que más dinero ha hecho en la historia en España solo por detrás de Avatar. Una película que solo por sí misma desmonta la acusación de García-Gallardo de que nadie ve cine español, pero también una película que comenzó a romper los prejuicios que alentó la derecha desde la gala del 'No a la guerra' como venganza por aquella ceremonia reivindicativa. Más de 20 años después la derecha se venga de nuevo, y azuza otra vez los mismos mantras rancios y falsos.

Lo dejó claro Almodóvar, el único que podía permitirse un momento como el que protagonizó. El cineasta español más internacional detuvo la gala para decir que devuelven con creces lo que reciben. Podía haber añadido muchas más cosas, como que España recibe mucho menos dinero que Francia, Italia o Alemania. Que nuestras películas viajan por todo el mundo y son reconocidas en festivales internacionales. Que este año hay dos películas nominadas al Oscar, que ganamos un premio en la Berlinale y estuvimos en Cannes. Las palabras del líder de Vox en Castilla y León podrían ser tomadas como boutades, pero son gasolina y mecha para volver a tiempos oscuros. Para odiar nuestro cine.

Vox dice que ama el cine español. Es mentira. Ama solo un cine que no existe. Un cine que ellos desearían pero que no responde a los anhelos e inquietudes de los españoles. Ellos quieren a Blas de Lezo, quieren que no se hable de la memoria histórica ni se revisite la conquista de América. Quieren una Seminci que vuelva a sus orígenes de cine religioso. Quieren el discurso de los vencedores. Quieren el discurso de los privilegiados. Ellos son los señoritos, no los cineastas que ponen su foco en realidades que nadie quiere ver. Que hablan de sexualidad en la mujer, de maestros republicanos asesinados, que lo hacen en castellano, en euskera, en catalán y en gallego. Películas que también son capaces de hacer películas grandes, espectaculares, al nivel de Hollywood, y hacerlo en español y sin prejuicios. 

Que dijeran que el cine español no gusta el día después de que 4.000 personas abarrotaran unos cines para ver (probablemente por segunda o tercera vez) La sociedad de la nieve deja en evidencia la poca credibilidad de quien la dice. Más de 100 millones de personas la han visto en todo el mundo generando un fenómeno que ya quisieran para sí las grandes producciones de Hollywood. Hay que querer al cine español, pero no como lo hace Vox. Hagámoslo como Bayona, como Almodóvar, como Estíbaliz Urresola, como esas 4.000 personas que fueron al cine y sobre todo como los Javis, que transmiten ese amor a nuevas generaciones que serán el futuro que erradicará del todo las mentiras que vierten contra ellos.

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