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Claves que nos dejó 'La Ola' para identificar a las juventudes fascistas 10 años después

Imagen de 'Somos la Ola', la nueva serie de Netflix

Mónica Zas Marcos

“Vamos a probar un experimento. Un experimento amistoso”. Aquel día de la primavera de 1967, el profesor Ron Jones decidió empezar su clase de estudios sociales de forma distinta. Hacía calor en Palo Alto, California, y no había mucha alternativa para espabilar a sus febriles alumnos de Secundaria. “¿Por qué el ciudadano de a pie alemán permitió que sucediese el Holocausto?”, les preguntó.

En lugar de dar una perorata sobre la compleja psicología del ser humano, Jones usó a sus pupilos como conejillos de indias. El experimento, que en principio solo iba a durar un día, terminó dando lugar al movimiento fascista Tercera Ola, a un libro que recogió el polémico ensayo y a una película que removió por primera vez en muchas décadas las conciencias de los jóvenes alemanes: La Ola (2008), dirigida por Dennis Gansel. Ahora, Netflix recupera la idea en Somos la Ola, una serie que aborda la erótica del fascismo diez años después.

Desde su estreno, La Ola ha servido como método docente en institutos y universidades para alertar de que la historia es peligrosamente cíclica y de que ser facha no consiste solo en levantar el brazo derecho o predicar ideas racistas y antisemitas. El investigador de la Universidad de Murcia, Juan José García Escribano, la proyecta cada año en sus clases de Sociología.

“Los ingredientes que dan forma a una mentalidad totalitaria en la película son los que el fascismo usa actualmente”, explica Escribano en conversación con eldiario.es. Aquel día en Palo Alto, el maestro comenzó enseñando a sus alumnos a sentarse erguidos, a ponerse de pie de forma rápida y les obligó a dirigirse a él como “señor Jones”. Practicaron toda la clase y se lo pasaron bien, aunque flotaba en el aire una sensación de miedo y autoridad. Él pensó que el experimento quedaría ahí, pero se equivocaba.

Al día siguiente, al entrar en el aula, los jóvenes repitieron el saludo sin tener que pedírselo, por lo que Jones fue un paso más allá. Escribió en la pizarra un eslogan improvisado, fuerza mediante disciplina, y creó un saludo que consistía en cruzar una mano ahuecada hacia el hombro contrario. Si participaban en el movimiento Tercera Ola, obtendrían un sobresaliente. En cambio, si intentaban rebelarse o derrocarle, suspenderían.

“Es una ideología simple y maniquea que designa al otro como el enemigo y se focaliza en la formación de un grupo muy cohesionado entorno a una simbología y a un estímulo identitario”, dice Escribano. En el caso de la película eran las camisas blancas, el saludo imitando a la onda acuática y la existencia de un líder carismático que, de nuevo, recaía en el profesor.

Pero, ¿cuál era el enemigo? En principio la motivación de este grupo no era ideológica ni estaba impulsada por el odio, pero esto fue algo que el profesor se encargó de revertir. Jones designó una “policía secreta” que le informase de aquellos alumnos que transgredían sus normas. Además, prohibió las reuniones de más de tres. Y, cuando parecía que los integrantes se venían abajo, les amenazaba con la expulsión del centro. ¿Quién era el enemigo entonces? El otro en su concepción más amplia, es decir, cualquiera que tuviese boca y pudiese dar un chivatazo.

El director Dennis Gansel introdujo además en 2009 el enfrentamiento ideológico con un grupo de anarquistas. “El último elemento, que también aparece en la película, es la violencia física y verbal como recurso”, reconoce el investigador. Tanto en La Ola como en la nueva propuesta de Netflix son los marginados los que abrazan la radicalización con más ímpetu. Al fin y al cabo, mientras son ellos los que reparten palos, no los están recibiendo. “Hay individuos que son más débiles desde el punto de vista emocional y son más propensos a caer en este tipo de ideologías”, piensa el catedrático.

Aunque La Ola tenía dos finales, Gansel se decantó por el más violento: el que Tim dispara a un compañero y acto seguido se suicida ante la posibilidad de quedarse desamparado sin movimiento. Sin embargo, lo que ocurrió en 1967 se asemejaba más al final alternativo.

El profesor Ron Jones convocó a los alumnos a una manifestación “nacional” de las juventudes de La Tercera Ola en la que debían jurar lealtad al líder. Mientras tanto, tres chicas disidentes fueron escoltadas a la biblioteca y se les mantuvo “bajo arresto domiciliario” en contra de su voluntad.

Al llegar al lugar de la reunión, Jones se quedó en silencio y proyectó en una televisión imágenes reales de la marcha de Nuremberg y el surgimiento del Tercer Reich. Les dijo que habían sido manipulados y engañados. Algunos lloraron de alivio, otros de rabia y otros por la decepción. A Jones le salió caro este experimento, pero aquellos chavales californianos se llevaron de por vida la lección de que ninguno estaba exento de caer en el fascismo.

La emoción antes que la cabeza

Como dijo la filósofa Hannah Arendt en el juicio del criminal de guerra Adolf Eichmann, la mayoría de los miembros de las SS no eran “pervertidos ni sádicos”, sino personas “terriblemente y terroríficamente normales”. Juan José García Escribano piensa que es ese el verdadero peligro de los movimientos fascistas actuales.

“Los acontecimientos que se están dando en Europa están provocando que los jóvenes se dejen llevar más por la emoción que por la cabeza. Lo vemos en otros países, pero también en las calles de Catalunya o en el incremento del voto joven a Vox”, explica. “El momento de incertidumbre social es un caldo de cultivo muy bueno para ensayar cosas de estas características”.

Escribano señala otro elemento actual que alienta estos movimientos: las fake news y el desprecio por la verdad. “Si cada vez que un político miente no se toman medidas reales y se le sigue votando, ¿qué valor tiene la verdad hoy en día? La juventud valora mucho más un discurso relacionado con la pasión que con la honestidad”, razona. El problema es que es justo este segmento de población el que más “identificado” está a nivel político y, por lo tanto, el que más se movilizará en las próximas elecciones.

Ante esto, reparte el mea culpa entre su profesión, las familias y los encargados de una enseñanza superior que “infantiliza a los jóvenes”. “La universidad se ha convertido en una escuela primaria: se le da a la gente verdades en lugar de alentar posibilidades de reflexión”, se lamenta. Pero, para solucionar esto “no vale con ponerles una película”, ni siquiera La Ola, “sino que se requieren muchas más actividades en los centros que estimulen un pensamiento crítico que ahora tienen anulado”.

Ese fue el objetivo del profesor Ron Jones con su experimento en los años sesenta y por él arriesgó su carrera docente. Aunque no salió como esperaba, el cómputo general le mereció la pena. Para su sorpresa, muchas décadas más tarde se encontró con uno de aquellos alumnos en una charla en Berkeley que le hizo el saludo de la mano.

La Tercera Ola no fue solo el simulacro de un pasado aterrador, sino la probeta para un futuro que años después a muchos les sigue pareciendo la opción más sugerente. Y eso es lo verdaderamente preocupante.

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