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'Las cuatro hijas', el documental que trata de entender por qué dos mujeres jóvenes se unieron al ISIS

Olfa junto a sus dos hijas reales y las dos actrices que interpretan a sus dos hijas perdidas

Javier Zurro

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En 2016, la directora tunecina Kaouther Ben Hania descubrió en la radio la historia de su compatriota Olfa Hamrouni, una mujer que perdió a dos de sus cuatro hijas cuando estas se unieron al ISIS en Libia. En aquel momento sintió un impulso, “una intuición” que le decía que en aquel testimonio había una película por contar. La realizadora no entendía qué había llevado a dos jóvenes a radicalizarse de aquella forma. Necesitaba intentar entender, y creía que su cine podía ser, al menos, una forma de hacer las preguntas adecuadas para reflexionar sobre el asunto. 

“No tenía respuestas, pero quería comprender qué lleva a dos chicas jóvenes a embarcarse en ese camino”, dice siete años después Kaouther Ben Hania al respecto de su película, Las cuatro hijas, recién estrenada en España y nominada al Oscar al Mejor documental. Pensó en todas las formas posibles de trasladar la historia de Hamrouni, y hasta comenzó a rodar un documental al uso. “No funcionaba. Estaba perdida y me costó encontrar la forma correcta de contar la historia. En esos años intimé mucho con Olfa y con sus hijas, porque yo era la única persona que no las juzgaba. Me gané su confianza, fui su única amiga y compartí con ella todas mis dudas”, recuerda la cineasta.

Se dio un tiempo y dirigió El hombre que vendió su piel, por la que también fue nominada al Oscar a la Mejor película internacional. Al acabar aquel filme se dio cuenta de que lo que más le interesaba de Olfa y sus hijas no era el presente, sino el pasado, y para filmarlo el documental tradicional no valía, así que pensó en fórmulas para poder traerlo a escena. La primera tentación fue caer en un cliché, reconstruirlo con dramatizaciones, pero finalmente llegó a la idea que conforma el original mecanismo de Las cuatro hijas, en el que dos actrices sustituyen y completan el espacio dejado por aquellas jóvenes que se fueron al ISIS. 

Cuando dieron con la clave, encontraron otro problema. Olfa era demasiado consciente de que estaba en una película. “Desde el momento en que puse en marcha la cámara empezó a interpretar un papel concreto. Tuve que dejar de rodar porque acabé dándome cuenta de que iba a caer en la trampa que me estaba tendiendo. Olfa estaba bajo la influencia de los periodistas. Interpretaba, con gran talento trágico, el papel de la madre afligida, histérica, que se siente culpable, pero esos rasgos casi nunca permiten explorar las diversas dimensiones de un individuo”, analiza la cineasta, que lo que quería era abordar las contradicciones y emociones del personaje, no solo la cara pública del mismo.

Con su decisión acierta y construye un filme donde se habla de fundamentalismo religioso, machismo y heridas transmitidas entre madres e hijas. “Olfa infligió a sus hijas algunos de los abusos que ella misma había sufrido de niña. La transmisión de traumas de madre a hija es un tema recurrente a lo largo de esta película”, explica Ben Hania que cree que Olfa termina asumiendo el patriarcado encarnándolo y pasándoselo a sus hijas. Olfa reprime los deseos, la sexualidad y el cuerpo de sus hijas. Algo que la directora vincula, sobre todo, a ciertas religiones: “Todos sabemos que la represión habitual sobre las mujeres nace de las religiones monoteístas. Nuestra madre, Eva, fue la primera pecadora de todas. Por tanto, las tres grandes religiones monoteístas han forjado esa mentalidad patriarcal. Es un bagaje cultural y mitológico que estamos heredando desde hace siglos”.

Las cuatro hijas bebe de películas como Close-Up, de Abbas Kiarostami o Fraude, de Orson Welles, cineastas que hicieron entender a la directora que en el cine hay “un amplio campo de experimentación”. “Quería que mi película tuviera un elemento brechtiano donde fuera posible representar la escena mientras se reflexiona sobre ella al mismo tiempo. Quería que pudiéramos pasar de momentos de interpretación real a otros de reflexión sobre lo que se estaba representando. La línea tenía que ser borrosa porque en la vida nos pasamos el tiempo actuando, más aún delante de la cámara. Desde mis inicios, siempre me ha gustado explorar esa relación, tan tenue y delicada, entre ficción y documental. Es un hilo común que recorre todas mis películas”. 

Con su cine lo que ha hecho es, además, derribar clichés sobre la mujer árabe: “Cuando nos adentramos en la vida de alguien yo no pienso si mis espectadores van a ser occidentales o van a ser japoneses. Yo no funciono así, hago una película teniendo en cuenta mi mirada, y soy consciente de los clichés. No soy ingenua, pero sé que cuando tenemos una historia personal, nos enfrentamos a un ser humano complejo. Quizá la mirada occidental, que está condicionada por el cine americano, que da el papel secundario a los árabes y nunca un protagonista, hace que no haya personajes con esa complejidad”. 

En este proyecto sintió que tenía “una responsabilidad” hacia Olfa y sus hijas, y por ello les propuso tener opción sobre el montaje final. Sentarse con ellas y ver si algo les molestaba. “Era algo normal al tratarse de su propia historia”, justifica de alguna forma. Lo que no esperaba es que su respuesta fuera que se fiaban al 100% de su criterio. Por un lado se sintió aliviada, porque confiaban en ella, pero por otro lado le “supuso una gran responsabilidad y miedo, porque es una película muy sensible, muy íntima”. “Es un terreno minado. Por eso, lo más importante era ser fiel a los personajes y mostrar su complejidad, sin fascinaciones ni juicios”, opina. El resultado es una obra que se arriesga en forma y fondo para intentar entender cómo se perpetúan los valores más reaccionarios en las nuevas generaciones.

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