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CRÍTICA

'9 dedos', cine negro francés y lunático insólito en nuestro país

Hamy, Hartmann

Rubén Lardín

9 dedos empieza como terminan muchas películas: con el protagonista poniendo pies en polvorosa. Es noche cerrada y Magloire huye de un control policial hacia la playa. Allí, tendido en la arena, un moribundo le confiará un fajo de billetes. Poco después, será raptado por una pintoresca banda de criminales, los hombres de Kurtz, que harán de él no solo rehén, también cómplice.

Tras poner en práctica un robo meticulosamente planeado que saldrá de pena, juntos se embarcarán en un siniestro carguero donde parece estar actuando una epidemia.

9 dedos es el quinto largometraje de François-Jacques Ossang, pero el primero que accede al circuito comercial de nuestro país. La noticia es insólita, ya que estamos ante uno de los artistas, poeta, escritor y músico además de cineasta, más radicales del cine galo.

Aventuras sobrenaturales

Ossang, especie de Guy Maddin francés, aterrizaba en la escena undergound de su país a finales de los años 70. Lo hacía con equipaje punk y muy dispuesto a hacerse notar como cortometrajista. Hoy es, junto a otros francotiradores como Bertrand Mandico, uno de los representantes del cine francés más extremado e insular.

Lo que le distingue del resto de sus colegas es que él no se somete a la trama, sino que la pone en cuarentena y la deja en evocación. Se habla por ello de cine experimental, pero en 9 dedos no hay nada de experimento. Si acaso podemos hablar de cine retro ya que no clásico, artie, como se decía antes, y en cualquier caso ajeno a las rutinas del cine contemporáneo.

Como en todo el cine habido y por haber, aquí el estilo es el verdadero discurso. Ossang se desentiende de todos aquellos peajes que le aburren y los suple con clima y voluntad excéntrica. Así, la película se maneja con la audacia y la desfachatez de los géneros menores para inventar algo diferente, a poder ser nuevo o nunca visto. Hay que decir que la aspiración le queda grande porque su idea de vanguardia resulta algo manida, pero la película queda autorizada en su sed de aventura y exotismo, en la poética de lo fantástico que exuda cada una de sus imágenes.

Los pecios del naufragio

9 dedos es una película que lo quiere todo. Se trata de un cine compuesto que toma de Murnau y de Fritz Lang, de Melville, de Epstein y de los tebeos de Edgar P. Jacobs. Del folletín desmelenado, del teatro de la crueldad y de la ciencia ficción de bolsillo. Esos son los espíritus que recorren el metraje, mientras Ossang, con la boca grande, cita a Dreyer, a Lautréamont, a Raymond Roussel, a Conrad o a Roberto Arlt, guías o amuletos de protección en los que calibra su propuesta.

Todo aquí son fantasmas de otras obras, convenciones soñadas sobre una noción general de juego infantil. Tal vez por eso la película está filmada en 35 milímetros, para hacerse materia y conquistar condición de objeto, naturaleza propia.

Finalmente, 9 dedos es cine negro lunático, contemplativo, fatalista y a la deriva. Un bello artefacto con aspiraciones de cine mudo, que se conduce según códigos primitivos y que en esa arqueología se logra puro misterio sintetizado. Y el misterio, nadie pondrá esto en duda, es la palabra que mejor define la juventud de los hombres.

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