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'Espíritu sagrado': alerta ovni en el cine español

'Espíritu sagrado' es una película de Chema García Ibarra

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Allá por 2008, cuando internet todavía era campo y se estaba tan bien, en los foros se hablaba con entusiasmo de un cortometraje sobre un chaval que esperaba El ataque de los robots de Nebulosa 5 en el descampado de cagar los perros al lado de su casa. Aquel era el único enclave del planeta que los extraterrestres tenían planeado respetar.

Desde entonces nada ha ocurrido, aquí seguimos, ni se nos ha pasado por la cabeza movernos del sitio. Más de diez años después seguimos repantigados delante de esta pantalla mientras el ilicitano Chema García Ibarra, director de aquella pieza de culto, ha ido perseverando en una filmografía singular (Protopartículas, Misterio, La disco resplandece, Leyenda dorada, Uranes) que ahora, sin moverse del pueblo, se inviste de largometraje y en ello encuentra el salvoconducto para acceder al circuito de salas comerciales.

Cine contemporáneo y sin embargo tangible dado que está filmada en celuloide de 16mm, Espíritu sagrado es, como todos los títulos de su autor, una película empeñada en el milagro. Una historia atenta a las estrellas que no se da cuenta de que las estrellas le han devuelto la mirada.

We want to believe

En su argumento se entreveran dos ideas primordiales. La primera, que habla de una realidad potencial, la encarna un peregrino grupo de miembros de la asociación ufológica OVNI-Levante, conocedora de un secreto cósmico que nos atañe a todos, una venida. La realidad palmaria, por otro lado, tiene que ver también con una ausencia y se cifra en la desaparición de una niña, en concreto una gemela de otra que ahora, obediente, está haciendo de modelo para la búsqueda.

Chema García borda esas dos tramas con hilo de comedia triste y alguna puntada de thriller, si bien apenas unas nociones, un vago recuerdo de lo que era un thriller ya que sus intereses van por otros derroteros. Y así, deambula la zona franca donde los géneros se despeñan, usa los códigos conocidos para dar lugar a su fracaso y se abre paso a un descampado de la imaginación donde el espectador, tocado de estupor, será abandonado a su suerte. Pero esto no es más que un decir.

Espíritu sagrado, pese a su empeño en esa ciencia ficción pochada cuya piedra de toque fue el Código 7 de Nacho Vigalondo, es una película que no descansa, vibrante en cada una de sus imágenes, planos que son viñetas de amor esmeradas en significar España, la fantasía y el deseo de España, ese anhelo colosal que gravita sobre las vidas penosas de todos los españoles, aquí representados por españoles de Elche, un lugar estrambótico pero tan adecuado como cualquier otro para alcanzar lo universal no ya desde lo local sino desde lo doméstico, en zapatillas.

Todo lo que esperábamos

Que todo el mundo bendiga una película es indicio de su escaso interés, pero Espíritu sagrado, que se estrena tras una gira de festivales que trae consigo el pan para hoy de la hipérbole y el ditirambo, está libre de sospecha, ya que en el mejor de los casos conquistará a la gran minoría afecta a ese cine indie de ademanes desbravados que resulta un tanto irritante para el común de los espectadores. Un cine menudo y sofisticado, que nunca debe confundirse con el cine underground, en los últimos tiempos representado en los trabajos de directores como Ainhoa Rodríguez (Destello bravío), Julián Génisson (que tiene a las puertas Inmotep) o Ion de Sosa (Sueñan los androides), camarada de Ibarra que aquí se emplea como productor ejecutivo.

Espíritu sagrado comparte ese timbre generacional pero viene de más lejos, de más atrás, de los personajes pasmados en plano medio de Daniel Clowes y de las narrativas atmosféricas que santificó David Lynch, aunque mencionar a David Lynch a estas alturas parezca no significar nada. Ibarra, en cualquier caso, se ampara en un coro autóctono donde asoman talentos tan estimulantes como los de Leonor Díaz, Beatriz Lobo, Marcelo Criminal o Lorena Iglesias para hacer un cine muy escrito, de sedimento, que empieza a cuajar en la generosa dirección de arte y termina subiendo la levadura en sus interpretaciones de grado cero, de suma conciencia. Ocurre así porque ninguno de sus protagonistas es actor profesional ni trata de parecerlo frente a la cámara, y en esa decisión se logran actuaciones oblicuas, sin resabio, declamaciones nuevas de trinca y de un impacto cercano a la ensoñación. Algo parecido a lo que debe de ser el reverso del cine. Son personajes que dificultan la empatía que se les suele solicitar a las películas en su naturaleza de mentiras, pero que operan en beneficio de un todo poético.

Pese a estar tan premeditada en lo inesperado, Espíritu sagrado está libre de cinismo y se fragua en el corazón de un anhelo que al fin y al cabo nos define. Es cine más etnográfico que costumbrista, que observa al ser humano desde fuera, desde los confines de la galaxia, y de él llega a comprender un único concepto, la compasión.

En Elche, entretanto, como en España entera, las señales más enigmáticas proceden del interior de nuestras cabezas, de dentro de casa, de la televisión, sin ir más lejos, o de esta misma pantalla en la que ahora leemos. “Esto es todo igual”, dice en un momento dado el protagonista de la película tratando de orientarse en un cementerio.

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