La historia de amor entre un joven y una anciana que desafió los límites hace 50 años vuelve sin escándalo
Harold y Maude se ven por primera vez en el funeral de alguien al que ninguno de los dos conoce. Con esa extraña afición a los sepelios, estaban destinados a encontrarse e iniciar una relación. Los espectadores ven cómo su amor incomprensible desde el exterior crece con canciones de Cat Stevens como banda sonora. Podría ser el argumento de una encantadora película de Wes Anderson con planos cenitales y estética pop, pero se trata de una sinopsis de Harold y Maude, la película dirigida en 1971 por Hal Ashby y basada en el libro homónimo de Colin Higgins. La editorial Capitán Swing lo ha editado ahora en España con traducción de Catalina Martínez Muñoz coincidiendo con el quincuagésimo aniversario tanto del texto como del filme.
La película, al contrario de la mayoría de los títulos de Anderson, fue un desastre de taquilla y crítica en aquel momento. La revista Variety escribió que: “Es tan divertida y alegre como un orfanato ardiendo”. Roger Ebert, crítico del Chicago Sun-Times y ganador de un Pulitzer en 1975, opinó que: “La muerte puede ser tan graciosa como la mayoría de las cosas en la vida, supongo, pero no como al estilo de Harold y Maude”. Por su parte, Vincent Canby comentó en The New York Times que, aunque de entrada la película parezca tremendamente cómica, mejor sería perdérsela. Pero su crítica, aunque va en la línea del resto, menciona sin rodeos el aspecto que realmente repugnó a los espectadores: la diferencia de edad de los protagonistas. Harold tiene 19 años y Maude 79. “La cara de bebé y la complexión adolescente del Sr. Cort se ven grotescas al lado del cuerpo diminuto y débil de la señorita Gordon”, afirma en su texto.
Tampoco es que fuese la primera película que trató sobre una relación entre un joven y una mujer madura en la época. Pocos años antes, en 1967, Mike Nichols había estrenado la exitosa El graduado, en la que una madura Anne Bancroft –mítica señora Robinson– seduce a un joven Dustin Hoffman. El filme también causó revuelo (de hecho, marcó bastante a Higgins), pero hay diferencias clave entre ambas: el atractivo de los protagonistas y las edades. Según la sensibilidad del público masivo del momento, el filme de Nichols era erótico. El de Ashby, grotesco.
No hacía falta ser muy avispado para prever que el tema del sexo causaría tal rechazo. De hecho, en el propio libro se muestran las reacciones que parte de la sociedad podría tener ante el enamoramiento de los personajes. El doctor Harley, psicólogo de Harold, le explica que lo que le pasa se conoce como complejo de Edipo y que es muy común en la sociedad que el hijo varón quiera acostarse con su madre de manera inconsciente pero: “Lo que me desconcierta, Harold, es que quieras acostarte con tu abuela”. El padre Finnegan, en un alarde de imaginación calenturienta, le espeta que: “El hecho de que tu cuerpo (...) firme y joven… Se pasó una mano por la frente… cohabite con la carne marchita, los pechos caídos y las nalgas fofas de una mujer madura (...) con toda sinceridad, me da ganas de vomitar”.
Paramount intentó tomar el control de la edición del metraje para eliminar las escenas más “problemáticas” en previsión del desastre que se avecinaba, pero Bud Cort (intérprete de Harold) se enfrentó a la productora y se negó a promocionar la película si Ashby no estaba al mando. Este había ganado un Oscar en 1967 por el montaje de En el calor de la noche, por lo que no tenía sentido el cambio y, además, toda la idea del filme estaba en su cabeza. Paramount perdió aquella batalla y todo salió como esperaban: fatal.
Giro de guión
Los participantes en el supuesto desastre cinematográfico eran ajenos al hecho de que la magnitud de la tragedia no era tan enorme. Según un artículo publicado en 1983 en The New York Times titulado “12 años después, Harold y Maude consigue beneficios”, no todo el mundo odió la película cuando se estrenó. En la fecha en la que salió dicho texto en el periódico neoyorquino había gente que la había visto más de 100 veces. “La película se proyectó 92 semanas consecutivas en Boston, 112 semanas en Montreal, dos años en París y 114 semanas consecutivas en un solo teatro de Minneapolis”.
Había pasado tanto tiempo, que cuando Ruth Gordon (intérprete de Maude) recibió por correo el cheque que le correspondía por el dinero que había generado la película en taquilla estuvo a punto de tirarlo a la basura. Pensó que ese sobre que contenía ese papel por valor de cincuenta mil dólares era “uno de esos sorteos del Reader's Digest”. Ese había sido el mayor fracaso de una carrera por la que había ganado cuatro nominaciones a los Oscar al mejor guion original por Doble vida (1948), mejor argumento y guion por La costilla de Adán (1951), mejor guion original de La impetuosa (1953) y mejor actriz de reparto por La rebelde y la estatuilla a la mejor actriz de reparto por La semilla del diablo (1967).
Tanto ella como Bud Cort y Hal Ashby creyeron en la película en cuanto la historia cayó en sus manos. Ese librito de menos de cien páginas era la tesis doctoral de Colin Higgins, que por aquel entonces estudiaba en la Escuela de Cine de la UCLA. Quería llevarla al cine y dirigirla él mismo pero, aunque logró que llegase a quienes toman las decisiones en Paramount, solo consiguió el primero de los objetivos. Para su suerte, Hal Ashby era un hippie que poco tenía que ver con el ambiente de Hollywood y no traicionó el espíritu de su obra.
Además, los papeles parecían escritos a medida para los actores, tanto por su físico como por su capacidad para darles vida. Trabajaron muy duro: Cort se metió tanto en su personaje, quien finge suicidarse hasta quince veces, que en algunas escenas llegó a sentir que estaba perdiendo la vida de verdad. También había una química especial entre los protagonistas que ayudó a que esa historia de amor tan desequilibrada en cuanto a edad fuese creíble (y casualmente Ruth Gordon estaba casada con un hombre dieciséis años menor que ella).
En 2014, el actor recordó en The Guardian que cuando su padre murió, justo después de que terminase el rodaje, ella le llamó y le dijo: “'Oh, cariño, déjame contarte sobre el día en que murió mi padre'. Y, de repente, fuimos los personajes que habíamos interpretado. A partir de ese momento, se convirtió en una de las amistades más importantes que he tenido. Era una gran mujer [falleció en 1985]”.
La historia de Harold y Maude puede interpretarse desde varios puntos de vista. Es una historia de amor entre un joven y una anciana sobre la que puede haber muchas opiniones y juicios morales, sí. Pero también es una reflexión sobre la relación de los humanos con la muerte: un hecho inevitable que atrae a la vez que asusta y ante el que no hay una sola manera de enfrentarse. Es una crítica a los poderes establecidos, un alegato en pos de la libertad para escoger cómo se quiere vivir y a la capacidad para sobreponerse a las desgracias y seguir en el mundo. Una visión idealizada de la existencia –la época dorada de los hippies aún seguía coleando– que no necesariamente tiene por qué ser posible en la realidad. Para eso está la ficción, para hacer creíble lo improbable.
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