'La noche de 12 años', las torturas y el encierro que enloquecieron a Mujica
“Ya que no podemos matarlos, los vamos a volver locos”. José Mujica, Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández Huidrobo recordarán de por vida esta promesa de sus captores, sobre todo por lo mucho que se afanaron en cumplirla. La pronunció un alto cargo militar uruguayo cuando tuvo entre rejas a estos tres miembros del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros entre 1973 y 1985. Doce años de encierro, torturas, oscuridad y ayuno que les carcomió el cuerpo hasta que estuvieron “para esqueleto” y las mentes hasta que las vaciaron de raciocinio.
“Nos tocó pelear con la locura, porque en ese tipo de prisión buscaron que quedáramos lelos. Y triunfamos: no quedamos lelos”, dijo Pepe Mujica en la presentación de La noche de 12 años, la película que revive aquellos días en las cárceles del régimen militar de los años 70. La dirige el realizador Álvaro Brechner y en la piel de los tres guerrilleros tupamaros se han metido el uruguayo Alfonso Tort como Huidobro, el argentino Chino Darín como Rosencof y Antonio de la Torre como Mujica.
Los dramas se suelen relativizar con el paso del tiempo. Las generaciones más jóvenes pueden haber oído hablar de la dictadura uruguaya, de los 465 asesinados por la milicia y de los presos políticos que convirtieron a Uruguay en el país con más detenidos en proporción a su censo, pero nada más. Los protagonistas los relativizan para sobrevivir y el resto del mundo para caminar hacia adelante sin rencor. Por eso, ahí dónde no llegan los documentales, las esquelas de los periódicos o los testimonios a viva voz, el cine hace una labor necesaria: la de imaginar.
No obstante Brechner ha partido de la biografía de Rosencof, Memorias del calabozo, para inventar lo menos posible. Los actores se sometieron a un estricto régimen con el que perdieron casi 20 kilos y estudiaron cada mueca y deje exacto del acento para presentar una réplica decente ante el expresidente uruguayo y su colega escritor (Huidobro falleció en 2016). Pero competir contra los recuerdos no es tarea sencilla.
Ni la más extrema de las interpretaciones nos puede acercar a la idea de pasar 4.300 días sin hablar con nadie, siendo torturados a cada rato y comiendo las sobras llenas de colillas de los carceleros. Aún así, La noche de 12 años estremece hasta donde permiten las dos dimensiones de una pantalla. Es una película de sentimientos, sobre todo de los que provoca en el espectador, no de situaciones.
“Los sentires no se pueden expresar con palabras y, como cualquier hijo de vecino, sientes con la madre las cosas que pasaron, y por eso no la quiero volver a ver”, dijo el exmandatario de 83 años en una entrevista. El director de la película cuenta que, en el pase individual, Mujica acabó llorando y quiso mandarle una nota de voz a de la Torre. “En realidad, lo hiciste mejor que yo”, le dijo al actor, que contestó de vuelta enjugándose las lágrimas.
Mujica fue diagnosticado de psicosis delirante cuando llevaba siete años encarcelado. Paseaba de un lado a otro de la celda contando pasos: tres hacia la derecha, tres hacia la izquierda. Como estaba obligado a guardar silencio, su cerebro comenzó a mantener una conversación consigo mismo. La única que lo presenció en todo ese tiempo fue su preocupada madre, que no perdía la esperanza de hacerle llegar unos matecitos, un orinal y unos dulces de leche a su Pepe que siempre interceptaban los guardias.
Rosencof (llamado el Ruso) e Huidrobo (el Ñato) pensaban en sus mujeres e hijas para aferrarse a la cordura. También crearon un lenguaje propio a través de golpes en las paredes de la celda por el que terminaban con los nudillos en carne viva. A veces es más apremiante la necesidad de comunicarse que el dolor físico, y ellos hablaban de fútbol, de Eurovisión, jugaban al ajedrez mental y, no tan a menudo, se preguntaban dónde estarían sus otros siete compañeros apresados. Si acaso vivían. Habían perdido la esperanza cuando Mujica dejó de contestar a su código golpe.
La noche del plebiscito de 1980, los tres recibieron una buena paliza de los militares. El rechazo a un régimen constitucional que legitimara al Gobierno activó la cuenta atrás, así que triplicaron la rabia en cada patada o técnica de ahogamiento en caso de que fuesen las últimas. Aunque el contarreloj se inició con la encuesta popular, la liberación no llegaría hasta cinco años más tarde, el 10 de marzo de 1985.
“Una noche, ya en libertad, me levanté con ganas de ir al baño. Serían las dos, tres de la mañana. Y me quedé ahí, quieto, frente a la puerta. Durante 12 años no había abierto una puerta y estaba esperando una señal de autorización”, contaba Rosencof con sorna cuando publicó Memorias del calabozo. Ahora son ellos los que autorizan a unos desconocidos a meterse en su piel y a todos los demás a presenciar su peor intimidad. En eso consiste la memoria histórica. En recordar lo que unos pocos han peleado durante años por olvidar y ayudarles a mantener viva la lucha.