Terror de escritorio, o cuando Skype y FaceTime se convierten en ventanas para ver el mal
Los creadores de intrigas y terrores fílmicos siempre han estado atentos a las novedades tecnológicas, ya que son oportunidades para la reconfiguración de viejos sustos que poder presentar en situaciones de aspecto novedoso. La irrupción de los teléfonos móviles generó los correspondientes thrillers y terrores como Cellullar, Phone o la trilogía Llamada perdida. Y el auge de las comunicaciones online ha favorecido nuevos juegos narrativos.
En nuestro siglo, y al calor de sensaciones pop como El proyecto de la bruja de Blair, han proliferado las películas de terror presentadas como ficciones de metraje encontrado (found footage). El incremento de importancia de las comunicaciones telemáticas ha impulsado una nueva materialización de este tipo de propuestas: películas donde la pantalla cinematográfica toma forma de pantalla de un escritorio de ordenador personal. Host, por ejemplo, presentaba una sesión de espiritismo (que, obviamente, se tuerce) en forma de videoconferencia en supuesto tiempo real.
Las películas que trabajan este artificio, una suerte de novela epistolar para nuestros tiempos de comunicaciones remotas e inmediatas, se han etiquetado como screenlife films o destktop films. Más de un avispado creativo ha visto la posibilidad de dar otra vuelta de tuerca al recorte de gastos propio del cine de terror digital low-cost. El director y productor Timur Bekmambetov (Guardianes de la noche, Wanted) ha producido dos de los mayores éxitos de esta tendencia: el filme de terror sobrenatural Eliminado y el thriller Searching.
Miedo e intriga 2.0, antes de la pandemia
Aunque podemos encontrar precedentes mucho más lejanos, como la fantasía de futuros cercanos Tomás está enamorado (2000) o el terror en viejos chats de vídeo que relataba The Collingswood Story (2002), quizá las dos primeras películas circunscritas a pantallas de ordenador que consiguieron un fuerte impacto en el mainstream se estrenaron en 2014. Levan Gabriadze firmó la mencionada Eliminado, una ficción de espíritus vengativos versados en el ámbito de las telecomunicaciones que se convirtió en uno de los grandes éxitos económicos de la productora Blumhouse (Insidious, Paranormal activity). Y Nacho Vigalondo escribió y dirigió el thriller neo-hitchcockiano de fans fatales y piratas informáticos Open windows.
Vigalondo firmó un juego narrativo y estético que comienza con ecos del Brian de Palma voyeurístico de Doble cuerpo o Femme fatale, encuentra su desenlace en una escalada de acción y giros de guión, y termina con una cierta poética de la imagen digital que explora la calma tras la tormenta. Un seguidor de una estrella del cine es tentado por una voz telefónica a castigarla por darle un supuesto plantón en un acto promocional. El antihéroe protagonista intenta trascender su naturaleza de supuesta marioneta de un criminal invisible.
Vigalondo incorporó algunas pinceladas interesantes sobre el lado oscuro del fandom dentro de este thriller mucho más libre de lo que podía anunciar su planteamiento. La proliferación de ojos electrónicos, sumando ordenadores, teléfonos móviles y otras cámaras, multiplica las posibilidades de elección de puntos de vista a través del montaje. Los autores de Eliminado, en cambio, optaron por una mayor autolimitación en su relato de la venganza sobrenatural de un espíritu airado. El escritorio de un ordenador personal es el lugar a través del cual somos testigos de las desventuras de un grupo de amigos que se están comunicando por redes sociales y videoconferencia… cuando un nuevo perfil comienza a acecharles.
Bekmambetov, productor de Eliminado, también ha dirigido Profile: un thriller de pantallas que se inspira en la historia real de la periodista Anna Erelle. Erelle asumió una identidad falsa en las redes sociales para entrar en contacto con reclutadores de Estado Islámico y descubrir su modus operandi. Para potenciar la incertidumbre y añadir emoción, el realizador y su equipo añadieron algunas dosis de dudas (¿románticas?) e imprudencias profesionales en la conducta de su protagonista ficcionada. El dueto protagonista ofreció un trabajo actoral sólido que contribuye a mantener la tensión y abstraerse de las habituales inverosimilitudes en la representación de la profesión periodística.
El empujón pandémico
La experiencia del confinamiento y la emergencia sanitaria derivada de la irrupción de la covid-19 ha estimulado a nuevos creadores a apostar por el terror de pantallas. Realizadores como el argentino Max Coronel o el británico Rob Savage tuvieron la astucia de preparar largometrajes urgentes, oportunos u oportunistas, que hermanaban los screenlife films con el estallido pandémico. En ambos casos, el repertorio de clichés del terror de espíritus y demonios arrinconaba cualquier comentario o reflexión sobre un presente de aislamiento y distancias sociales.
Savage consiguió un resultado más bien limitado e ingenuo, pero potencialmente simpático. Su Host lleva los juegos espiritistas habituales en el terror comercial y sustocéntrico de demonios, fantasmas y permanencias a las reuniones virtuales organizadas a través de Zoom. La apuesta por la narración en supuesto tiempo real conlleva una concentración temporal extrema de los acontecimientos (la película solo dura 56 minutos). Esta agitación quizá favorece que parte de la audiencia se deje llevar por un acelerado greatests hits del sobresalto.
En buena medida, Savage se abstuvo de ofrecer un retrato del presente de confinamiento. Cultiva más la broma costumbrista, como cuando se interrumpe una sesión de espiritismo porque la médium recibe una compra online, que la pincelada de comentario o reflexión. En Host, el confinamiento es básicamente un decorado que se explicita a través de la comparecencia de un par de mascarillas y alguna alusión (fugaz) a las soledades pandémicas y sus consiguientes tristezas.
La producción argentina La parte oscura coincide en estos planteamiento. Se amaga con proponer una alegoría posible sobre los desánimos o las depresiones derivadas de la distancia social, pero se termina explicando una historia de presencias demoníacas que colonizan el espíritu de las psiques en situación vulnerable: autosupera tu tristeza o serás poseído. La poca pericia demostrada por algunos intérpretes sugiere que la obra tiene un origen más bien amateur, y los aficionados al terror tampoco encontrarán escenas sugerentemente inquietantes.
Una tendencia en crecimiento
Ahora el terror de pantallas comienza a estar suficientemente establecido. Y los cineastas ven en ello la posibilidad de parodiar sus clichés. La reciente Untitled horror film es una comedia de terror sobre unos actores que trabajan en una serie de televisión bajo amenaza de cancelación. Como pasatiempo y exploración de oportunidades laborales, comienzan a rodar una película de miedo en sus respectivas casas y con sus teléfonos móviles.
En el aspecto terrorífico, la obra parece solo apta para incondicionales y comparatistas: no se detecta un especial cuidado en la escenificación visual de unas escenas ya vistas en otras películas. Curiosamente, la propuesta puede resultar más atractiva como mirada humorística a las vidas, las manías y los egos de los actores de Hollywood, siempre que se asuma su naturaleza limitada (¿limitadísima?) de broma entre amigos.
Mientras tanto, el realizador de Host ya ha vuelto al género que contribuyó a popularizar: presentó su siguiente largometraje, Dashcam, en la pasada y reciente edición del Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges. Extrañamente, otro realizador con un pasado en el terror pandémico acaba de presentar una película de título homónimo. Christopher Nilsson había firmado Unsubscribe, un mediometraje-troleo diseñado para ser un absurdo número uno de taquilla en pleno cierre de cines en los Estados Unidos. Su siguiente película comienza como thriller de pantallas pero termina abriendo el campo de imágenes posibles para construir una intriga de investigación periodística exprés alrededor de un asesinato político.
La Dashcam de Nilsson intenta honrar a referentes de la ficción conspirativa como Impacto. Su protagonista es un periodista insatisfecho por desarrollar tareas técnicas que se encuentra con la historia de su vida: una filtración involuntaria le da acceso a varias grabaciones audiovisuales, sonoras y fotográficas que comprometen la versión oficial de la muerte de un fiscal. Desgraciadamente, y como sucede habitualmente en los screenlife films, se acaba tensando demasiado la cuerda de la verosimilitud y optando por atajos de guionista perezoso.
La película de Nilsson comparte puntos débiles con otras propuestas similares, como la dificultad de conseguir desenlaces satisfactorios. El audiovisual que parte de metraje encontrado puede facilitar la inmersión del espectador con unas imágenes de aspecto más crudo que intentan parecer fragmentos de realidad. A la vez, destacan algunos problemas recurrentes precisamente en el campo de la verosimilitud. Inercias propias del género terrorífico, como la tendencia de los personajes-víctimas a tomar decisiones equivocadísimas, pueden chirriar con más facilidad. Quizá porque no comparecen envueltos (sea por la misma naturaleza del género, por la precariedad económica, o por ambos factores) del trabajado decorado de un mundo cinematográfico convencional. Y quizá también porque la desnudez de los desktop films facilita que no comparemos a los personajes con aquellos que vimos en otras películas, sino con nosotros mismos.
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