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'Paciencia': un drama de ciencia ficción cósmica, doméstica y determinista

'Paciencia', de Daniel Clowes

Rubén Lardín

La aparición de un nuevo tebeo de Daniel Clowes coincide estos días con la desaparición de Umberto Eco, que a mediados de los 60 alborotó el ámbito académico al reivindicar la semántica legítima y particular de esa manifestación de la cultura entonces llamada “de masas” que era el cómic. 30 años después de que el semiólogo italiano dijera la suya los tebeos conseguirían sacudirse del todo esa fama de pueriles que los perseguían, y fue gracias a una serie de autores crecidos en la cultura popular y reeducados en la actitud airada del underground. Juntos pero cada uno a la suya, dibujantes como Charles Burns, Peter Bagge o los hermanos Hernandez propusieron una nueva escena de afectos contraculturales donde brilló con intensidad el nombre de Daniel Clowes, que aportó obras clave para el cambio como Ghost World, sobre dos amigas que trataban de dar consigo mismas en una sociedad definida en sus patologías. “¿Pueden las mujeres leer cómics?”, desafiaban los editores españoles de aquel tebeo en las notas de promoción. Se estaban desbloqueando niveles.

La madre de las ciencias

Daniel Clowes empezó a concebir el argumento de Paciencia por aquel entonces en las páginas de Eightball, una revista autónoma en la que desarrolló series como David Boring, Ice Haven o Como un guante de seda forjado en hierro, pero el formato le pareció insuficiente y Paciencia se haría esperar. Hoy la historia se acerca a las 200 páginas y lleva en contraportada una sinopsis del autor tan escueta como insondable: “Un viaje mortal por el tiempo y el espacio a las esencias del amor eterno”.

Las historias de viajes en el tiempo suelen ser filigranas de guionista que en el ir y venir buscan devolverle el sentido a una anécdota, cargarla de matiz y explicarla en toda su entidad. Paciencia se acoge a esa tradición pero vence la tentación que suele acompañarla, que es la de deslumbrar con el propio artificio narrativo. Lo que hace Clowes es confeccionarle a un argumento menudo una trama llena de meandros, mundos paralelos y fragmentos simultáneos de memoria que le permiten ir aplicando su mirada adusta sobre una realidad que se va viendo revelada.

Lo que se cuenta en Paciencia es la peripecia de un hombre que va y viene en el espacio-tiempo para corregir las causas de una tragedia. El enunciado es jurisdicción de la ciencia ficción pero el desarrollo está más cerca de los misterios mundanos del género negro, y si nos ponemos las gafas de cerca tendríamos que hablar de un drama de diván y de estar por casa, una sencilla falla de ánimo en el seno de una pareja embarazada.

El futuro está de vuelta

Paciencia le ha requerido a Clowes 10 años de claustro durante los cuales no ha mostrado una sola página a nadie, ni siquiera a su mujer o a sus editores. Ha trabajado en secreto pero en un formato enorme, cuatro veces mayor al acostumbrado y manejando las páginas de dos en dos, contemplando el par como unidad de diseño y practicando un dibujo expansivo, menos escrupuloso que de costumbre y sometido a un relato que no admite distracciones. Sus personajes lucen crispados como siempre lo estuvieron, cautivos de un entorno donde todo, incluso ellos para sí mismos, suele ser hostil, pero se mantienen firmes ante el cinismo. Con los años, el discurso de Clowes parece haberse ido pacificando pero ahora se ve suplido por un ímpetu gráfico que por momentos clama a la psicodelia compacta de un Jack Kirby, paradigma de aquellos autores que desde la artesanía popular del comic book supieron entregar más de lo que les solicitaba el medio.

Con una carrera fulgurante y todos los premios de la industria en su haber, poseedor incluso de una nominación al Oscar por el guión que adaptaba Ghost World y que protagonizaron unas Thora Birch y Scarlett Johansson todavía mocitas, Daniel Clowes, de quien este año veremos la adaptación al cine de Wilson que él mismo ha escrito para la pantalla, viaja a través del tiempo sin salirse del camino. Paciencia es un libro sin rastro de vanidad donde el autor se encomienda a una historia de cimientos férreos, un tejido complejo diseñado para evitarse las zozobras del narrador exigente e inquieto que sigue siendo a más de tres décadas de su debut.

El último tebeo de Clowes tiene el atrevimiento de divertirse a lo grande y a la vez la humildad de empezar y terminar cuestionando su propia ambición. Es ciencia ficción psicologista sobre causas y efectos, y refrenda los puntos que Umberto Eco puso sobre las íes hace más de medio siglo, cuando la alta y la baja cultura se empezaban a diluir en una única inercia que nos traería hasta hoy. Un momento en que la historieta vuelve a ser un medio minoritario pero ya tolerado por la intelligentsia, que si quiere sosegarse en eufemismos circunstanciales como el de “novela gráfica”, aquí tiene una de altura.

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