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Geoffrey O'Brien: “La sociedad de los sesenta hizo de la juventud un fetiche”

Geoffrey O'Brien

Lucía Lijtmaer

La luz es del color de la limonada en los recuerdos de los años sesenta, ya sean propios o ajenos. La primera parte de la década aparece como un chorro de luz amarilla, lleno de fiestas, chicas en minifalda, eye-liner desbocado, sexo con pastillas anticonceptivas y las primeras boy bands de la historia. Sin embargo, a medida que avanza, todo cambia. Alistair Crowley, Charles Manson, Scorpio's Rising, sectas, adolescentes en manicomios... Los magnicidios y la represión generalizada se mezclan con Boy Dylan tocando con chaqueta de cuero, Allan Ginsberg con yonquis del Upper East Side, Timothy Leary, un mandala y el escote de Liz Taylor.

¿Qué son los años sesenta? La década inabarcable configuró una gran parte de los referentes contemporáneos que conocemos, y ha sido tratada y maltratada como mito a partes iguales. El estudioso y divulgador Geoffrey O'Brien por el contrario, decide en Tiempo de soñar (Alpha Decay) tratar desde la experiencia poética cómo aquellos hijos de familias nucleares -en su doble acepción- crecieron para intentar convertirse en lo que se esperaba de ellos: los adolescentes estrellas de la década estrella. Y después, todo cambió.

A caballo entre la no ficción y un libro de memorias, con pasajes ficcionados, el libro parece el resultado de un inconsciente colectivo. ¿Por qué eligió este formato?

Me pareció la única forma de escribirlo. No quería que fuera una autobiografía lineal, no quería que fuera mi propia historia o el cúmulo de mis circunstancias. Quería apelar a toda una generación y evitar el formato de la novela, para no correr el riesgo de convertirlo en un drama con una trama convencional. Yo soy poeta, así que me fijé en la obra de William Carlos Williams y Ezra Pound, en su manera de tomar cualquier material y la observación directa para convertirlo en un collage que sea unitario. Como artefacto, eso funciona formalmente. Resultó difícil en aquella época encontrar un editor que estuviera de acuerdo, porque el mundo editorial funcionaba en compartimentos estancos.

En su libro hay imágenes claramente autobiográficas de los sesenta. ¿Cuál es para usted la imagen definitiva de esa década?

Es difícil, son tantas... El libro me recuerda a todas aquellas cosas, no necesariamente relevantes. Son oleadas de imágenes de mi adolescencia, no puedo elegir una sola.

Algunas referencias pueden resultar más desconocidas para el lector, mientras que otras -los poetas de la generación beat, Bob Dylan, los Beatles- han sido sobreexplotadas narrativamente por su propia generación. ¿Fue eso una dificultad?

Claramente sí, fue algo de lo que quería escapar. Ya en los ochenta, cuando se publicó el libro, sabíamos que algunas imágenes se convertirían en símbolos de esa era, como pasa con todas. Mis recuerdos estaban muy vivos aún, así que yo quería ser fiel a lo que había implicado estar ahí y cómo me sentía yo, incluso si era algo muy subjetivo. Si no, acabas convirtiéndote en un disco de grandes éxitos, y te repites sin cesar.

A mí lo que me interesa de esa década es cómo todo cambiaba tan deprisa, todo era volátil, y avanzaba a una velocidad increíble. Eso abrumaba a muchos. En cuanto eras partícipe de una idea ya había cambiado. Por ejemplo, el mito del jipismo, que explico en el libro, comenzó como una especie de jardín del Eden y poco tiempo después ya era una víctima de sí mismo.

Se lee con cierta sorna cuando se explica la reacción de esa generación a lo ideológico: “Si hay demasiadas cosas, tengamos más cosas, pero que sean divertidas”, o “la libertad estaba permitida si no cambiaba nada”. ¿Es un aviso a una generación que se creyó libertaria pero acabó siendo muy conservadora?

Sí, está claro que hay un rechazo a esas contradicciones, pero el libro no quiere emitir juicios morales. Yo quería evitarlos a toda costa, porque no soy un evangelizador de la década de los sesenta, ni tengo una visión apocalíptica sobre ella. Simplemente quiero describir esa época.

Se explica, además, de dónde viene esa generación. La concepción de la familia cambia.

Era necesario recrear cómo era Estados Unidos en la década de los cincuenta. El mundo suburbano, esa tranquilidad extraña, casi extraterrestre, ese sentido aparente de confianza que se erosionaba por el miedo a todo lo que viniera de fuera, lleno de amenazas invisibles. Los niños que experimentaron eso son los que pasaron por todo lo demás en los sesenta, siendo adolescentes.

La idea de un apocalipsis por llegar recuerda a libros de los noventa como Generación X de Douglas Coupland, que también contaba con la obsesión por los desastres nucleares, y una desazón similar a la de este libro. ¿Qué opina de esa generación que tuvo que vivir con el peso del mito de los sesenta pero acabó teniendo parecidos temas e imágenes?Generación X

Creo que el sentido apocalíptico y distópico se ha hecho más profundo con la pérdida de la fe inocente en la renovación a través del disfrute, que es lo que tuvimos nosotros durante un breve período de tiempo, y que intentamos que sirviera para algo más que para el propio placer personal. La resaca de los sesenta fue demasiado intensa.

Usted narra el inicio de la política pop con John F. Kennedy, donde el político asume la narrativa del actor para poder transmitir los valores de su marca, mientras que la estrella de Hollywood se ofrece en sacrificio ritual para que el sistema se perpetúe.

Ronald Reagan era presidente cuando yo escribía el libro, así que era central para mí, por su nexo como actor y político. Los sesenta fueron una época en la que por primera vez vislumbramos la política como espectáculo, a raíz de los debates entre Richard Nixon y John F. Kennedy. Kennedy tenía pinta de estrella de Hollywood, mientras que Nixon parecía un tipo al que no te querrías encontrar en un callejón oscuro. La política como espectáculo explotó esa idea y la publicidad lo magnificó.

¿Cree que es fundamental para entender a EEUU desde entonces?

Sin duda, ahora es mucho más acusado, casi una parodia. Las elecciones se tratan como si se tratara de publicidad y llega a niveles de precisión y marketing enormes. Los sesenta era muy básicos en eso, inocentes en comparación.

¿Eran menos parecidos a series como Mad Men en sus búsquedas por vender un producto, independientemente de que fuera una persona?Mad Men

Me fascinan esos artefactos televisivos, y como crean un nuevo mito sobre los sesenta. La gente que conocí yo que se dedicaba a la publicidad, esos 'Ad Men', eran mucho más respetables y estaban más sobrios. Igual es que no conocí a la gente adecuada (ríe). Esas historias parecen funcionar como documento histórico para los jóvenes.

También parece una década fascinada por la diversión y por la estética del lujo, ya sea real o imaginario. De hecho, el futuro también opera como espacio de lujo, no hay pobres en la ciencia ficción de los sesenta.

Fue una década de gran prosperidad, eso lo vimos más tarde. Los sesenta fueron el clímax del bienestar económico, y mucha gente vivió vidas de lujo. Hasta la clase obrera disfrutó de sueldos decentes, por eso se crearon las zonas suburbanas. Por otro lado, el lujo es una preocupación constante en la vida americana. En ese momento se asociaba con la sofisticación y el estilo de vida de los famosos: la vida de Liz Taylor, de los Kennedy y de Jackie Onassis eran como una película pública.

Hay frases lapidarias en el libro, como “somos los adolescentes más afortunados de la historia universal” o “la idea del martirio sexual se había extinguido”, pero la prosa es muy nihilista, está llena de adolescentes perdidos que vagan, como el retrato de Joan Didion en “Carta desde California” de los adolescentes que desaparecen.

Esa crónica fue una influencia directa para mí. El álbum blanco y Arrastrarse hacia Belén tuvieron un impacto clarísimo. Este es un libro sobre qué implica ser joven, sobre el tránsito de la infancia a la adolescencia en un momento en el que la sociedad de los sesenta hizo de la juventud un fetiche. Fue una época muy peculiar para ser joven. Éramos estrellas porque los adultos nos decían que éramos estrellas.

El libro se publicó en 1988. ¿Escribiría lo mismo sobre esa década hoy en día? ¿Cambiaría algo?

Lo escribí cuando todos esos recuerdos todavía estaban muy presentes. Fue una época extraña, porque me seguían interesando las mismas cosas que en los sesenta pero mi vida había cambiado: tenía ya una familia, un trabajo estable...Estaba a la distancia adecuada para escribirlo. No sé cómo lo escribiría a día de hoy.

Pero si piensa en toda la sección dedicada a las imágenes apocalípticas y después en los atentados del 11S y lo que significaron para EEUU, ¿cree que le habría sugerido algo?

¡Sin duda! Cuando leo el libro me doy cuenta de que las cosas que parecían típicas de los sesenta ahora existen y de manera mucho más exagerada.

¿Cuáles?

La paranoia delirante es mucho más sistemática. Si lo piensas, internet es el patio de juegos del pensamiento delirante extremo. No hay más que fijarse.

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