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La iglesia de un pueblo fantasma de Zamora que sobrevive, a duras penas, a los últimos vecinos

Estado de ruina y abandono en el que se encuentra el “pueblo fantasma” de Otero

José María Sadia

Otero de Sariegos —

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Podría ser uno más de los cientos, miles, de pequeños pueblos que están desapareciendo (o a punto de hacerlo) en la España rural. Pero su pretérito esplendor económico —derivado del negocio de la explotación de la sal— y su condición de privilegiado observatorio de aves en la reserva natural de las Lagunas de Villafáfila, en Zamora, se resisten a relegar a una muerte definitiva los últimos restos de Otero de Sariegos, pueblo convertido en icono de la despoblación décadas antes de acuñarse la expresión “España vacía”. La iglesia de San Martín, un edificio con vestigios originales del siglo XIII aunque sin alardes monumentales, se encarga de mantener la memoria. Ahora, sin embargo, hasta esta última bandera corre el riesgo de replegarse, tras ingresar el templo en la llamada Lista Roja del patrimonio con la que la asociación Hispania Nostra denuncia y visibiliza los monumentos en peligro de desaparición.

Aunque los abundantes aficionados que acuden a Lagunas de Villafáfila para observar las aves —en especial, la avutarda— sientan compasión por las ruinas de Otero de Sariegos, quizá desconozcan que el pueblo enclavado en la Tierra de Campos zamorana ya se enfrentó a anteriores procesos de despoblación. Y con éxito. Lo hizo en el siglo XIV, cuando la demografía de todo el continente europeo sufría la sacudida mortal de la peste, y en el XVII, siglo al que sobrevivió a dos décadas sin el menor rastro de alma humana. “La demografía de todo el entorno siempre fue alta, con cerca de 25 aldeas, y una población estable gracias al desarrollo económico que generaba la extracción de la sal en las lagunas, especialmente en los siglos XVIII y XIX, cuando Otero llegó a alcanzar los 200 habitantes”, relata Elías Rodríguez, médico y apasionado de la historia de Villafáfila, de cuyo Ayuntamiento depende Otero de Sariegos administrativamente.

En realidad, los antepasados conocían desde antiguo el negocio de la sal. En concreto, desde la Edad del Cobre, hace más de cuatro mil años. La repercusión de esta pequeña industria fue tal que el rey Carlos III trató de incentivar la producción en el siglo XVIII, con la creación de la Real Fábrica de Salitres de Villafáfila, cuya actividad terminaría desapareciendo décadas después —el edificio aún se conserva en la localidad vecina— con la invasión de las tropas francesas de José Bonaparte. Y en el XX, llegó el retroceso definitivo para Otero.

“En un pueblo con pocos servicios, 20 habitantes y toda la comarca en declive, resulta inviable mantener la vida”, analiza Elías Rodríguez. Los naturales de Otero —donde antiguamente se decía que solían habitar varias familias ricas y el resto de vecinos eran gentes humildes a su servicio— optaron por mudarse a los pueblos más grandes de la zona, Villafáfila y Villarrín. A las décadas del éxodo rural, alentado directa e indirectamente desde los años cincuenta por el franquismo, solo terminaron resistiendo dos hermanos y dos hermanas que acabarían dejando desierta la localidad de Otero recién comenzado el siglo XXI.

El patrimonio, último testigo

Preocupada por la decadencia del pueblo de sus antepasados, la arquitecta y divulgadora Beatriz Barrio pudo comprobar el rápido deterioro de Otero de Sariegos. “Cada vez que visitaba el pueblo, me encontraba con menos casas, que acababan viniéndose abajo”, lamenta. Una muerte exprés motivada, en parte, por la frágil “cultura del barro”: las construcciones no eran más que la acumulación de adobes —una mezcla de tierra, agua y paja secada al sol— y la superposición de encofrados de tapial, añadiendo cal a la propia tierra. En el caso de la iglesia, Beatriz Barrio nunca llegó a conocerla con culto, aunque sí había asistido a alguna ceremonia, alguna misa, algún entierro. Cuando pudo acceder al interior —actualmente está clausurada por el peligro de derrumbe— comprobó que el último testigo firme de Otero comenzaba a ofrecer señales de flaqueza. “Las bóvedas han comenzado a desprenderse, sobre todo en la parte de la espadaña, debido a las filtraciones de agua: si todo sigue así, acabará viniéndose abajo”, lamenta.

Impotente ante el estado del templo, la arquitecta acudió a las redes sociales para denunciar la situación, que puso en conocimiento de la asociación Hispania Nostra. Su comité científico decidió añadir el edificio a la inquietante Lista Roja el pasado mes de junio. Desde entonces, el agua ha seguido socavando la estabilidad de la iglesia de San Martín sin otra novedad. “Esto es producto de la falta de uso y cuidado, y de la desgana; hay quien cree que no pasa nada si se cae al no haber vecinos, pero yo pienso todo lo contrario: mi ascendencia está allí”, reconoce Barrio.

A partir de aquí, vuelve a surgir el debate: si un templo no está protegido, ¿la actitud correcta es dejarlo caer? “La iglesia no tiene mucho misterio arquitectónico, ni ningún elemento destacable; no es monumental ni extraordinaria, pero posee el valor de las poblaciones más antiguas que se asentaron en las Lagunas”, defiende la arquitecta zamorana. Así es como Barrio apunta a la necesidad de conservar el inmueble, atendiendo a la lógica habitual de que todo templo se erige sobre un lugar sagrado anterior. ¿Qué oculta San Martín en el subsuelo? Una excavación arqueológica podría revelar sus secretos en una zona que se convirtió en fuente de vida para cientos de vecinos, generación tras generación, desde la Edad del Cobre.

Un icono de la despoblación

Cuando los últimos vecinos echaron el cierre a sus casas para trasladarse a los pueblos más próximos, pronto detectaron con dolor que su pasado se venía abajo. Literalmente. A la fragilidad del urbanismo de Otero de Sariegos se unió el vandalismo: el estropicio de puertas y ventanas sin ningún fin aparente, los grafitis en las paredes… Caminar hoy por sus desdibujadas calles es hacerlo por un extraño y desolador cementerio de barro sobre el que se erige la figura de su iglesia, ahora enferma. De ahí que resulte paradójico que un escenario de decadencia esté rodeado por otro en el que se respira vida: el constante goteo que propicia la observación de la naturaleza, y el canto despreocupado de las aves migrantes en una de las reservas más importantes de la península.

“Solo queda en pie la iglesia y un pequeño edificio, las antiguas escuelas; el resto se ha ido tirando para evitar que posibles derrumbes pudieran generar alguna desgracia: ahora mismo está prácticamente arrasado”, describe Elías Rodríguez. Ese es, precisamente, el motivo de la clausura del templo de San Martín. “Aunque es más pequeña que en el siglo XVI —los arcos exteriores apuntan a una reforma para reducir su volumen original— ha ido sobreviviendo a todos los avatares, pero el peligro actual de derrumbe es grande”, reconoce Rodríguez, quien ha recuperado la memoria de Villafáfila y de otros pueblos del entorno, como Otero, en un blog personal.

La historia de Otero es la de un lugar condenado, desde antiguo, al olvido… o no. Precisamente, su desafortunada historia ha sido la fuente de su popularidad. Desde hace décadas, mucho antes de que términos como “sangría demográfica” o “España vacía” terminaran por popularizarse en nuestros días —ante uno de los problemas más serios al que el país se enfrenta, por ahora, sin armas— Otero de Sariegos se convirtió en franquicia de la despoblación, en icónico pueblo fantasma… ¿Por qué? La hipótesis de Elías Rodríguez tiene toda la lógica: “Al estar situado en el entorno de las Lagunas, donde las aves atraen a mucha población, ha tenido mayor visibilidad que otras localidades que también han desaparecido en comarcas de Zamora como Sayago o Aliste”.

Esperanza ante la desesperanza

Tanto Beatriz Barrio como Elías Rodríguez han charlado con antiguos vecinos de Otero de Sariegos sobre su orgullo de pertenencia al pueblo y el (casi) imposible futuro de la localidad abandonada. “Se trata de gente mayor que está resignada, creen que es ley de vida y que muchos otros núcleos de población acabarán como este”, relata Beatriz, aludiendo a una curiosa paradoja: “Para mí siempre ha sido el pueblo fantasma de Otero, aunque todavía hubiera alguna persona viviendo allí”. Elías, que conoce perfectamente el comportamiento de Otero y de otros lugares de la zona de las Lagunas de Villafáfila se muestra igual de pesimista. “Es un sitio difícil de repoblar por sus limitaciones: ni siquiera hay servicios básicos, por la protección tampoco se pueden construir desagües o una depuradora”, valora.

Acaso la última esperanza se encuentra en el entorno natural de privilegio, en la visita periódica de las aves y en el magnetismo que su comportamiento tiene para los observadores. Para Beatriz Barrio existe una “oportunidad de oro”: salvar la iglesia de un derrumbe asegurado y convertirla en una pieza más para la interpretación de las Lagunas. “Para llevar a cabo el proyecto es necesario un engranaje mayor que lo saque adelante y, sinceramente, no noto que haya un equipo detrás”, lamenta la divulgadora, quien no renuncia, en todo caso, a defender la propuesta a través de las armas del siglo XXI, la comunicación social.

Si nadie hace nada, la iglesia de San Martín acabará cumpliendo el pronóstico. Con sus muros en el suelo, Otero se reafirmará como pueblo fantasma. Y ni siquiera el patrimonio material dará cuenta de su histórico pasado en la explotación de las salinas, de su enclave en territorio natural o de la rica tradición oral que ha mantenido viva la relación de hechos destacables de la localidad. Incluidos los luctuosos, como el impactante crimen —fue recogido en la prensa nacional de la época— que tuvo lugar en una de sus viviendas a las puertas de la Guerra Civil, cuando un vecino acabó con la vida de su exnovia, para quitarse, a continuación, la suya propia. Todo, absolutamente todo, acabará mimetizándose en un monótono, pero bello paisaje, salpicado de los reconocibles palomares de Tierra de Campos.

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