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Cosas que decir de los humanos cuando vienes del espacio exterior

Matt Haig, autor del libro Los Humanos

Mónica Zas Marcos

Imagínate por un momento que eres un vonadoriano. Pero que te has pasado de listo y, como castigo, tus anfitriones te envían a uno de los planetas acuosos del universo. Las cápsulas léxicas ya te enseñaron algunas cosas de la Tierra y de sus repulsivos habitantes antes de llegar. Lo que no sabías es que ibas a tener que vivir dentro de uno, el desagradable cuerpo lleno de orificios y protuberancias que se llamaba Andrew Martin y era profesor de la Universidad de Cambridge. Lo que sí sabías es que probablemente tengas que matar a todas sus personas cercanas.

En esa tesitura nos pone el escritor británico Matt Haig en su novela Los Humanos, recién publicada por Roca editorial. Y podría sonar a libros como El hombre que cayó a la Tierra o películas como Mi novia es un extraterrestre, que ofrecen una visión crítica de la raza humana llena de tópicos y condescendencia y que en el fondo nos encanta porque tiene el mismo efecto que un monólogo del Club de la Comedia. Pero aquí los tópicos son el vehículo para una trampa más original, y Haig aprovecha el género para aleccionar sobre materias diversas, del libre albedrío y los números primos a Debussy, Hipótesis de Riemann y Emily Dickinson.

Mantequilla de cacahuete, Beach Boys, perros y orgasmos

Lo primero que piensas cuando llegas a la Tierra desde Vonadoria es que los humanos tienen un aspecto físico horrible. Lo segundo es que son engreídos sin razón. Desde el punto de vista evolutivo, se han quedado al lado de unos seres peludos que arrastran las manos cuando caminan y pese a eso creen que son la cúspide de la jerarquía terrícola. Pero están tan retrasados que hasta tienen que leer de verdad ¡letra por letra! Ese es otro de los símbolos vanidosos de su raza, escriben millones de libros aunque cuentan con un tiempo finito de vida en el que no van a poder leerlos todos.

Sus mentes van por detrás de sus progresos tecnológicos y matemáticos. Es por eso que, cuando el profesor Andrew Martin soluciona la Hipótesis de Rienmann -que establece un patrón que distribuye los números primos hasta el infinito-, será necesario acabar con él y con todos los que entiendan la noticia. Ese misterio numérico supondría un cambio demasiado brusco para el intelecto humano y para el colmo de su ego.

Tampoco pasa nada, son una especie primitiva y egoísta acostumbrada a matarse entre sí. Comen vacas y pasean a los perros con correa, necesitan reafirmar su amor mediante la firma de un papel. Y han establecido el orgasmo como principio fundamental de la vida en la Tierra. Sólo les redimen dos cosas: la música -especialmente los Beach Boys, Debussy, el jazz y Los planetas- y la mantequilla de cacahuete. Y también se les puede conceder que uno de los placeres más reconfortantes de su estilo de vida sea sentir el amor canino.

Pero les sobran las taras. Desde el sentimentalismo y la compasión hasta el dolor, que es el germen del amor. Tienen una obsesión insólita por el contacto y una tendencia hacia la protección que tumba todas las concepciones que se tienen sobre ellos en el espacio exterior. Y lo más peligroso de todo, cómo te hacen empatizar con sus desgracias y disfrutar de sus triunfos. Peligroso, porque se empieza con una tostada de mantequilla de cacahuetes con trocitos y se termina provocando la ira de todos los anfitriones de Vonadoria.

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