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“La mejor manera de mirar el horror de frente es mirándolo de soslayo”

El escritor Eduardo Halfon // Foto: Adriana Bianchedi

Paula Corroto

Los libros de Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) siempre mantienen un pulso con la identidad. Es parte de su vida; guatemalteco de nacimiento y de familia judía, vivió desde los diez años en Estados Unidos, un país en el que también tuvo que cambiar su lengua materna, el español, por el inglés. Estas contradicciones se reflejan en sus novelas El boxeador polaco, Monasterio o la más reciente Signor Hoffman recién publicada por Libros del Asteroide.

En este último volumen habitan seis relatos que son también seis viajes por diversas partes del mundo, desde su natal Guatemala, Belice y EEUU hasta la Polonia en la que nació su abuelo, quien sufrió las represalias nazis. En todos ellos hay un viaje interior: la búsqueda por saber quiénes somos realmente, a qué nos debemos y cuáles son las huellas de nuestro pasado. También son una mirada a una Europa que aún debe lidiar con su memoria y con un horror que, como hemos visto estas últimas semanas con la crisis de los refugiados, puede resucitar en cualquier momento. Hablamos con él sobre identidad, la cuestión europea y cómo contar todo esto desde la literatura.

Su anterior libro, Monasterio, era una búsqueda de la identidad y en Signor Hoffman vuelve a incidir en el tema. ¿Uno siempre está a la búsqueda? ¿Es imposible encontrar el ancla?MonasterioSignor Hoffman

Creo que si algún día llego a encontrar el ancla, dejo de escribir. Lo cual implica que escribo siempre buscando algo, y siempre sabiendo que no lo puedo ni debo encontrar. Vivir en esa aparente contradicción es quizás uno de los desgarramientos más fuertes del escritor.

Al final de este libro escribe: “Lo importante no era dónde escribimos nuestra historia, sino escribirla. Narrarla. Dar testimonio”. ¿Para qué? ¿Qué se consigue con ello si no es, muchas veces, dolor?

Al escribir no se consigue nada más que escribir. Uno no escribe con el objetivo de conseguir algo. Uno tampoco escribe evitando el dolor, ni intentando paliarlo. La literatura no es un bálsamo. O al menos no lo es para el que la escribe.

¿Es este dolor o punzada en el estómago lo que le anima a escribir a usted?

Heridos hacia el arte, dijo o tal vez dijo alguna vez W.H. Auden. Hay algo de herido en el escritor. No tanto un dolor, sino una herida que alguna vez se hizo y que sigue ahí, muy adentro, muchas veces hasta invisible, impalpable.

Lo importante no es el destino, sino el viaje, decía Kavafis, en una frase que ha sido tantas veces recordada. En estos relatos hay muchos viajes, ¿busca algún destino cuando viaja? Y, ¿qué encuentra en el viaje?

Aunque viajo mucho, lo curioso es que viajo mal. Me cuesta salir de mi casa y rutina. Soy un neurótico en los aviones (siempre ventanilla, siempre primera fila). Llevo en la maleta un rollo de cinta adhesiva para tapar cualquier grieta de luz en las habitaciones. Pero me he dado cuenta de que al llegar a una ciudad mi disposición es la de alguien que quiere quedarse. Como si estuviera viajando por el mundo buscando mi propio pedazo de mundo, mi ciudad. Nunca la encuentro, claro. Al menos por ahora.

Los viajes también se conciben como huidas de algo, muchas veces hacia ninguna parte. ¿Tienen algo de huida también para usted?

Más que de huida, un viaje para mí tiene la sensación de haber llegado. No estoy huyendo de algo, sino arribando a algo. Para poder huir, hay que huir de algo, y yo no tengo un lugar del cual huir. 

En el libro aparecen muchos personajes femeninos con los que se encuentra el protagonista. En su mayoría, mujeres solas, mujeres que han tenido que hacer un esfuerzo ímprobo para vivir en este mundo hostil, mujeres que conviven con una tristeza, con una pérdida. A veces tengo la sensación que a las mujeres se les pide una personalidad fuerte y rompedora para enfrentarse a todo esto. Como si la debilidad fuera algo negativo. ¿Pensó en esto en algún momento?

No sé si eso les pido a las mujeres de mis historias, o si ellas llegan así. Fuertes, decididas, independientes, siempre guiando o protegiendo a los hombres, a mi narrador, y a mí mismo. Desde Lía en La pirueta, o Tamara en Monasterio, o Shasta o Marina en Signor Hoffman, las mujeres de mi literatura parecen darle sentido a mi vida. Me orientan. Me protegen. 

En estos relatos vuelve una y otra vez sobre el asunto de ser o no ser guatemalteco. De hecho, en alguna entrevista ha dicho “Soy guatemalteco, pero no lo soy”. ¿Cómo convive con esta contradicción?

Soy guatemalteco, porque ahí nací, ahí está mi familia, ahí tengo una casa y mis libros. Pero no soy guatemalteco, porque jamás me he sentido parte del tejido nacional. Recuerdo ya tener esa sensación de extranjería desde niño, creciendo como niño judío en un país profundamente católico. Todas las costumbres, los feriados, las comidas, los rituales y las fiestas de mis amigos giraban en torno a una religión que no era la mía. Podía ver el país, pero no participar. Y luego, en 1981, el día de mi décimo cumpleaños, nos marchamos con mi familia a Estados Unidos, donde pasé los próximos doce años, y donde el inglés se convirtió en mi lengua más fuerte. Ya no sólo estaba fuera de mi país, sino ahora también de mi lengua materna. Pero jamás lo he visto como una contradicción. Soy guatemalteco, y no lo soy.  

La religión vuelve a estar muy presente. El asunto judío, Auschwitz, los guetos. ¿Europa, el mundo, no lo ha superado?

La literatura nada tiene que ver con superar un pasado, o una tragedia, o la historia de un pueblo. La literatura obedece a un instinto mucho más personal e íntimo. Escribo desde el yo. No desde el mundo, o desde Europa, o desde España o Guatemala. La literatura sólo se vuelve tuya y de todos si se gesta desde un punto muy mío.

En Monasterio había una incomodidad hacia el judaísmo, pero mi sensación es que en este libro de relatos se encuentra más cómodo con ello. ¿Qué ha pasado entre tanto?Monasterio

Siempre me siento incómodo ante el judaísmo. Pero quizás esa incomodidad es más evidente en un libro situado en Israel, ¿no? Para mí, los temas de nuestra vida, los temas que nos atraviesan, nos atraviesan siempre. Escribir sobre ellos no es más que escribir sobre ellos. No se superan.

¿Y cuando le sacan el tema Israel-Palestina, qué pasa por su mente?

Que quieren meterme en problemas. Que quieren que diga algo ingenioso sobre un tema imposible. Que están confundiendo judío con israelí.

Por otro lado, mientras leía me venían a la mente las imágenes de estos días con los refugiados. Y se habla mucho de las raíces cristianas y valores europeos, la solidaridad, la democracia etc, pero también parece que todo esto ha saltado por los aires. ¿Ha perdido Europa su identidad? ¿En qué nos hemos convertido los europeos?

¿Es que alguna vez Europa tuvo sólo una identidad?

Esto venía a cuento sobre todo del primer relato, en el que habla de un campo de concentración en Italia totalmente reconstruido. Como si en Europa nos quedaran tan viejas las guerras (pese a que el conflicto de los Balcanes, por ejemplo, sucedió hace sólo 20 años) que tenemos que inventarnos un decorado. ¿Es porque Europa ya no quiere mirar de frente al drama?

El ser humano, en general, nunca ha querido mirar de frente el drama. Le rinde homenajes a la tragedia. Le construye parques temáticos y fuentes conmemorativas a al horror. Pero jamás lo mira de frente. Eso quizás lo hacen la literatura, la poesía, el teatro, el arte en general. Quizás la mejor manera de mirar el horror de frente es mirándolo de soslayo.

Voy a preguntarle finalmente por Guatemala, ya que hace un mes se produjo la dimisión del presidente Otto Pérez Molina, implicado en un caso de corrupción. Una muestra de que el país —aunque podríamos pensar lo mismo de España— aún sigue empañado por políticas muy poco democráticas. ¿Cómo reacciona la sociedad civil a todo esto?

En los últimos meses se ha visto una movilización social inaudita en Guatemala. Manifestaciones públicas y virtuales que lograron no sólo unir a la población, sino sacar del poder a dos delincuentes, el presidente y la vice presidente. El problema, sin embargo, es que ellos dos no son el problema. Son sólo las más recientes cabecillas de una estructura criminal profundamente corrupta. El país lleva décadas viendo a sus políticos huir millonarios, a jueces y diputados y alcaldes corruptos. Eso sigue. La clase política militar sigue muy enraizada, y es muy poderosa. Tomará mucha más revolución cambiar el sistema mismo. Sí, hay una nueva esperanza en la sociedad civil. Pero también hay mucha desconfianza.

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