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Sánchez Ferlosio, el escritor irreverente que se cansó de las novelas y se pasó al ensayo crítico con el poder

Fallece en Madrid a los 91 años el escritor Rafael Sánchez Ferlosio

Miguel Ángel Villena

Cuando todavía no había cumplido 30 años, Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 1927-Madrid, 2019) ya había alcanzado el éxito literario con dos de las mejores novelas alumbradas por aquella generación de los 50 a la que perteneció. La primera de ellas, Industrias y andanzas de Alfanhuí (1951), fue una insólita y extraordinaria narración de literatura fantástica, mientras El Jarama, premio Nadal en 1955, se convirtió en un relato modélico del realismo social, considerado por muchos críticos como una  obra maestra de la literatura española del siglo XX.

Pero el joven y ya consagrado autor, crecido en el ambiente intelectual de su padre, el escritor y periodista Rafael Sánchez Mazas, uno de los ideólogos de la Falange y ministro con la dictadura del general Franco, se cansó pronto del género novelístico. Así pues, hasta tres décadas después no regresó a la narrativa con El testimonio de Yarfoz (1986), una obra de compleja lectura que el propio escritor llegó a calificar con su sinceridad habitual como “un coñazo”.

Ahora bien, Rafael Sánchez Ferlosio nunca dejó de escribir y de publicar, tanto ensayos y libros de aforismos como artículos periodísticos en las páginas del diario El País. Autor de culto, con escasos pero muy fieles lectores, su obra ensayística respondió a lo largo de su dilatada vida a una afilada y brillante pluma que fustigó los excesos, la sinrazón y la crueldad del poder, de todo tipo de poderes.

Algunos de esos ensayos forman ya parte de las reflexiones más lúcidas en un país que se acomodó con el paso del tiempo a la autocomplacencia de los nuevos ricos y a la indulgencia frente a la corrupción y los desmanes. Una obra con el muy significativo título de Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, que ganó el premio Nacional de Ensayo en 1993, ejemplifica la actitud de resistencia ética de Sánchez Ferlosio que dejó a modo de testamento literario uno de sus últimos libros, Babel contra Babel (2016), una recopilación de sus artículos sobre política internacional y sobre las guerras.

No obstante y a pesar de su carácter irreverente y heterodoxo, el autor de El Jarama recibió las más altas distinciones literarias que pueden concederse a un escritor español, como el premio Cervantes en 2004 o el Nacional de las Letras en 2009, ambos como reconocimiento al conjunto de su obra.

Tal vez en ese temprano hartazgo de la novela influyera en Sánchez Ferlosio su desprecio por las etiquetas y los encasillamientos en un espíritu libre y poco dado a seguir modas, tendencias o corrientes dominantes. En cualquier caso, su enorme talento figuró como una de las grandes aportaciones a la llamada generación de los 50 o de los niños de la guerra que integró junto a otros excelentes novelistas como Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos, Juan Goytisolo o Carmen Martín Gaite con la que el escritor fallecido se casó en 1953 para separarse de forma amistosa en 1970.

El matrimonio tuvo dos hijos, pero el primogénito, Miguel, falleció a los pocos meses de vida mientras Marta murió a los 29 años. De aspecto desaliñado y poco amigo de las convenciones sociales, rabiosamente independiente, exhibía en sus intervenciones públicas una cultura enciclopédica, casi renacentista, que se basaba en un erudito conocimiento de la gramática, la filosofía, la historia o las más variadas disciplinas humanísticas.

Como ocurre con tantos escritores en este país, Sánchez Ferlosio fue más admirado y citado que verdaderamente leído, salvo el caso de El Jarama que han estudiado varias generaciones de bachilleres. De todas maneras, en su actitud literaria y cívica ejerció siempre como cronista incómodo en todos los géneros literarios y su perspicaz mirada recorrió un agitado siglo con todas sus contradicciones.

Por ello, este hijo de aquel fundador de Falange que escapó a un fusilamiento masivo e inspiró la novela Soldados de Salamina, de Javier Cercas, transitó más tarde por un realismo de denuncia que alcanzó su cota magistral en El Jarama para derivar en su madurez creativa en conciencia crítica e insobornable de una sociedad que ha arrinconado a los intelectuales comprometidos como Rafael Sánchez Ferlosio.

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