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'Expuesta' como escritora, ¿puede inspirar la ansiedad a pesar de ser una epidemia?

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Laura García Higueras

“La ansiedad llenará cualquier receptáculo que le dé”, porque así es como funciona y se diluye en todos los que la padecen, y sufren. Son muchos los acosados por sensaciones como el miedo al futuro, a la incertidumbre, a cumplir las expectativas, a decidir y no querer equivocarse. A exponerse. Son muchos los paralizados por no saber cómo gestionarlo y los que se aíslan para lidiar en soledad física, que no mental, con sus consecuencias.

La autora inglesa Olivi Sudjic fue una más dentro de este amplio grupo. Después de publicar su primera novela, Una vida que no es mía (Destino, 2019), sufrió una crisis de ansiedad en sus carnes, cuando se sintió desprotegida ante la opinión pública, los comentarios en Internet y sus propios fantasmas, como el del extendido síndrome del impostor. Sin embargo, cuando le propusieron que escribiera un ensayo sobre el tema que ella misma quisiera, optó por lanzarse al vacío de la que ha definido como la “epidemia de la ansiedad”.

Expuesta (Alpha Decay) se ha convertido en el receptáculo de sus reflexiones, un viaje interior en el que no ha escatimado en abrirse en canal para explorarse. “Escribir una novela me pareció la solución perfecta”, reconoce en el volumen “una forma de esconderme del mundo y retener el control casi total sobre cualquier cosa de mi entorno inmediato”. Un proceso que, según explica a eldiario.es, ha acabado siendo “curativo”. En parte por haber pensado en la ansiedad, como explica en sus páginas, como “una fuerza dual para vivir y para la creatividad”.

La ansiedad como “enfermedad social”

Es curioso. La ansiedad se ha convertido en una de las enfermedades más comunes de nuestro tiempo y, sin embargo, está profundamente relacionada con la soledad. Puede que en parte porque, como se expone en el ensayo: “Es difícil buscar ayuda cuando sientes (o te hacen sentir) que tu problema no es real. Cuanta más gente te dice que no hay nada por lo que tengas que estar ansiosa, peor es la sensación”.

Eso sí, mientras tanto, la ansiedad se convierte en “una forma de vida” y, sobre todo, “una enfermedad social”. Sudjic concreta que se debe “al sistema en el que vivimos”. Un problema que, si bien es optimista en cuanto a las herramientas para lidiar con él, aborda con pesimismo una posible erradicación del mismo. Es más, sostiene que “será aún más frecuente en las generaciones posteriores”.

La escritora inglesa ha conseguido con Expuesta contraatacar la ansiedad reconduciendo su energía hacia el terreno artístico y creativo. En su proceso ha tenido como compañeras a sus referentes literarios: Olivia Laing, Chris Kraus, Elena Ferrante y Maggie Nelson, entre otras voces femeninas. Porque, como ella misma reconoce, “como la mayoría de la gente, leo no solo para encontrar diferencia, sino también para encontrar comunión. Para sentir que mi vida interior y la del autor se han fundido brevemente”. Según expone “fue como ser bien recibida por desconocidas. Cuando me sentí atomizada y expuesta, me sentí abrazada por ellas”.

De su mano pudo experimentar “el temor de la exposición de manera indirecta, verme a través del prisma de otra y ver mis propios pensamientos enajenados”. Esa conexión por la que, cuando leemos un libro, sentimos la necesidad de decirle a quien lo ha escrito: “a mí también”. Sudjic reivindica que, en lugar de eso, “hacemos dobleces en las páginas o subrayamos”.

La ansiedad como arma selectiva

La autora señalaba como culpable de que la ansiedad se haya convertido en un mal colectivo a un sistema donde no todos son igual de vulnerables. Más sangrante es, como comparte con este medio, para “las mujeres y grupos marginados a los que se les repite constantemente que 'ellos' son el problema”. Una postura a la que dedica buena parte de su obra, en gran parte tomando como referencia su 'yo' como mujer y escritora.

“Si fuera hombre no tendría todos estos encuentros bochornosos con personas que hacen suposiciones sobe mi vida personal, como si la ficción fuera simplemente una ropa provocativa”, lamenta reprochando cómo el intrusismo tiene potencial de convertirse en norma cuando es una mujer quien firma un ejemplar. Vuelve a acompañarse de sus referentes para plantearse que “seguramente muchas autoras se atormentan a la hora de elegir la perspectiva desde la que escribir. ¿Primera persona del presente? ¿Tercera del pasado?”. Un autoescrutinio desigual, ya que no se imagina “a autores blancos varones reflexionando en exceso sobre la legitimidad del simple hecho de tener perspectiva”. Porque, como apunta, “la suya es la considerada universal”.

Esa legitimidad dada por el hecho de ser hombre, encuentra su paradoja en cómo “nos esforzamos mucho en separar el arte del artista si el artista en cuestión es Woody Allen”, mientras que cuando una mujer afirma algo, indiferentemente de que sea o no ficción, “la reacción instintiva parece ser la desautorizarla y suponer que conocemos la verdad”, reprende.

Una práctica que inevitablemente se relaciona con el cuestionamiento constante que también sufren las denunciantes de violencia sexual. Bien podría pensarse que una forma de controlar una narrativa fuera contar tu propia historia si corre el riesgo de ser puesta en duda por su credibilidad, no obstante la autora zanja que “cuando la escritura de las mujeres se usa como una coda de la propia vida de la mujer, es una invitación a la destrucción”.

Expuesta no pretende ser aún así un ejercicio de invitación al abandono, la frustración o el desaliento, por mucho que manifieste que “la subjetividad femenina necesita algo más que dos millones de ejemplares vendidos en el mundo para ser aceptada”. Su artífice busca generar ese abrazo que ella antes recibió de sus referentes y, ante todo, “invitar a más voces femeninas a la multitud”. Una multitud en la que sentirnos, todas, bienvenidas.

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