Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

La peor cara de la gentrificación en Lavapiés: del Carrefour 24h a un café con porras en el Codere

Sergio C. Fanjul en Lavapiés, uno de los barrios protagonistas de 'La ciudad infinita'

Mónica Zas Marcos

El madrileño barrio de Lavapiés es uno de los más ricos en monumentos de la capital. Pero ni la Real Fábrica de Tabacos ni el Instituto Cervantes le interesan tanto a Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) como el Carrefour que encabeza la plaza con sus enormes letras naranjas.

El escritor y periodista cultural ha decidido que este sea el inicio del recorrido con el que presenta su libro La ciudad infinita (Reservoir Books), un ensayo lírico sobre el urbanismo y la gentrificación de Madrid.

El encuentro se produce un viernes a mediodía, frente a la boca de Metro y en medio del vendaval que atiza a la urbe tras dos días de calor sofocante. Quizá la meteorología espante a la gente en ciertas zonas del barrio, pero nunca en el Carrefour, donde la actividad bulle las veinticuatro horas del día. “Sus horarios, tan amplios que no pueden serlo más, dicen mucho del estilo de vida que se va imponiendo: una sociedad siempre conectada, con jornadas laborales largas y dispersas, y mucho trabajador autónomo impredecible”, explica el autor.

Fanjul alcanzó notoriedad en las redes sociales gracias a difundir pequeñas entrevistas a famosos en sus secciones favoritas del supermercado. Unos, en la zona de productos ecológicos. Otros, en la panadería. “Era gracioso porque a todos les pillaba in fraganti y me decían que estaban ahí de casualidad, que ellos apoyaban el comercio tradicional”, dice con sorna. Pero “es inevitable caer en el Carrefour de Lavapiés, es como un agujero negro”.

Con la gentrificación, dejó de publicar estos encuentros con personalidades de la cultura porque se volvieron banales y contraproducentes. “Daban una visión del barrio que, al final, es lo que lo está destruyendo”, se lamenta. Donde antes había un supermercado “horroroso” como las duchas de una prisión soviética, ahora está todo diseñado al milímetro para el público hipster.

“Han puesto una barra de sushi y un pasillo de ecológicos para atender a la obsesión moderna por la alimentación, los alérgenos y el gluten”, explica el escritor. Pero, sobre todo, el cambio se ha notado en la clientela: un reflejo fiel de la mutación social del barrio y de la ciudad en general.

“Hay una mezcolanza muy extraña entre turistas y gente joven que ha llegado atraída por el 'molonismo' del movimiento cultural. Sin embargo, cada vez hay menos migrantes y gente mayor”, diferencia. “Por ejemplo, la zona de Tribulete estaba llena de tiendas chinas al por mayor, pero se han ido desde que prohibieron pasar a los camiones de carga y descarga y ya no pudieron abastecer sus comercios”.

En cambio, la población que resiste es la bangladesí “porque no tienen otras redes sociales fuera del barrio y son propietarios de negocios como restaurantes y tiendas de tecnología”.

La siguiente parada en este safari de la gentrificación es el Ibis Budget que se encuentra metafóricamente entre una cadena de hamburgueserías y una ferretería de toda la vida.

“El barrio está entrando en dos direcciones contrapuestas: lo cultural y lo fino, y el turismo más festivo y macarra”, explica Fanjul. El hotel entraría dentro de la segunda categoría, la de los hospedajes económicos que atraen a extranjeros jóvenes con ganas de juerga. En el otro extremo estarían los centros culturales y las galerías de arte de la calle Doctor Fourquet, que seducen a “un público distinguido y con cierto poder adquisitivo”.

En la esquina contraria al Ibis, aparece un Codere donde Sergio Fanjul va a desayunar muchas mañanas. “Dos porras buenísimas y un café con leche cuestan menos de dos euros, lo que sirve como gancho para las clases más desfavorecidas” y que muy posiblemente terminen cayendo en la trampa de las apuestas.

Esta se ha convertido en una cruzada para las asociaciones contra la ludopatía de Lavapiés, que luchan contra el Goliat de las publicidades agresivas y de otras estrategias más sutiles como la del precio del café.

Desayunar en un Codere desde el que te saluda un busto en cartón piedra de Carlos Sobera está lejos de resultar ideal, pero es otra consecuencia de la desaparición de los bares tradicionales de barra metálica. El Café Barbieri, situado en la Travesía Primavera, es de los pocos supervivientes en este mar de locales impersonales. “Es decir, los bares hipsters con sus paredes de ladrillo visto, sus bombillas vintage con filamentos y sus cup-cakes de colores. Hoy en día, el interiorismo es tan clónico que no sabes si entras en una óptica, en una panadería o en una agencia de viajes”, sentencia.

Lo que ocultan las cup-cakes y las bicicletas

cup-cakesPara el autor de La ciudad infinita, la peor cara de la gentrificación es muchas veces la más invisible. Paseando por la calle Argumosa, Fanjul se detiene frente a una fachada de la que cuelga una sábana blanca rotulada. “No más expulsiones”, reclama. “El buque insignia de los desahucios y el monumento de la infamia es Argumosa 11. Este edificio ha sido comprado por un fondo inmobiliario que está intentando expulsar a todos los vecinos para poner viviendas de lujo o pisos de alquiler turístico”, cuenta.

Pepi y Maira habían aguantado cinco o seis desahucios con ayuda de las asociaciones y de los vecinos hasta hace un par de meses. Desde el momento en el que la policía rompió el forjado metálico del portal, estas señoras siguen viviendo en una pensión sin alternativa habitacional.

“Recuerdo aquel día como algo brutal, porque cuando me asomé estaba la calle tomada por furgones policiales como si fuese un golpe de Estado. Me impresionó verlos llegar con el ariete para tirar las puertas y con las cizallas para romper metales, porque en esos objetos se ve la fuerza bruta de un desahucio”, asegura Fanjul.

El autor diferencia estos desahucios de los que se veían durante la crisis porque son “por subidas desmesuradas del alquiler o porque no se renuevan los contratos, no por impago de la hipoteca”. Lavapiés ha sufrido subidas de hasta el 100% y esa es realidad dolorosa de la gentrificación: “Lo asociamos con la modernidad, con los cup-cakes y con las bicicletas, pero en el fondo es un proceso económico e inmobiliario brutal”.

Ni siquiera la famosa red política de Lavapiés, fundada sobre casas okupa y que hacía temblar al sistema a principios del milenio, ha conseguido aguantar. Fanjul señala el triángulo de la calle Zurita, donde se gestó Podemos en la librería La Marabunta, luego se presentó en sociedad en el Teatro del Barrio y fundó su primer círculo del distrito centro en el local de enfrente, que ahora está cerrado.

“Lavapiés siempre ha sido un hervidero del movimiento político, contracultural y de colectivos de arte crítico y, aunque aguantan ciertas asociaciones, los desahucios lo han mermado todo”, asume.

Mientras lo cuenta, un grupo de turistas caucásicos pasea alegremente sobre sus bicicletas alquiladas, ajenos a la destrucción lenta y silenciosa que está sufriendo uno de los barrios con más personalidad de Madrid. Uno que, hasta hace poco, era bautizado 'el puerto' por su orografía, su heterogeneidad y su mezcla de razas.

La ciudad infinita cuenta este caso y muchos más. Porque, como recuerda Sergio C. Fanjul, el objetivo es conocer la almendra central pero sobre todo la periferia. Al fin y al cabo, quizá esta sea la legítima heredera de la esencia del antiguo barrio de Lavapiés.

Etiquetas
stats