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Juan F. Rivero, Irati Iturritza o Alejandro Pérez-Paredes: seis autores para continuar hablando de poesía

Seis autores para continuar hablando de poesía

Clara Giménez Lorenzo

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Hiperión, Antonio Carvajal, Tino Barriuso y Adonáis. Son, probablemente, los cuatro premios de poesía joven más prestigiosos de nuestro país, otorgados a autores menores de 25 —Antonio Carvajal y Tino Barriuso—  o 35 años —Hiperión y Adonáis— que presenten originales en castellano. En los últimos años han destacado los trabajos de Begoña M. Rueda, Rocío Acebal, Carlos Catena, Francisco Javier Navarro Prieto, Rosa Berbel, Javier Calderón, Juan Gallego Benot, Rodrigo García Marina, María Elena Higueruelo o Abraham Guerrero, entre los de otras voces que resuenan en el panorama poético nacional. 

Los premios funcionan como una poderosa herramienta de visibilidad y constituyen un necesario apoyo económico para quienes intentan hacerse un hueco en la escena: en muchos casos, publicar solo es materialmente posible si se obtiene un reconocimiento de esta clase. Aunque, como es inevitable, el sistema de premios y festivales también opaca otras poéticas. “Los premios de poesía, en los que yo también he participado, canonizan, y el jurado muchas veces rota de un premio a otro”, opina Ángelo Néstore, poeta y editor en Letraversal. “Para mí, lo importante, al margen de los premios, es crear un catálogo donde haya una visión poética y política muy concreta, y eso no suele ser posible con los grandes premios, que muchas veces ganan libros que encajan dentro de ciertos mecanismos”.

“El premio es una legitimación, pero también lo es que te publique una editorial independiente, es la misma lógica interna pero desde un punto de vista distinto”, señala el periodista cultural y editor Adrián Viéitez. “Lo que puede ser puesto en cuestión es que se alimenten una serie de premios que generen canon, aunque el recorrido es difícilmente planteable de otra manera. No sé si siendo tan joven tienes la capacidad para emanciparte de los circuitos que ya están dados, tampoco sé qué circuito es mejor que otro, las lógicas de capitalización también se dan en circuitos alternativos”.

Más allá de las novedades literarias que han llenado los medios con motivo del Día del libro y sin la intención de desmerecer a ninguno de los creadores anteriormente citados, proponemos una lista, en palabras de la periodista Berta Gómez, “necesariamente incompleta y parcial, que pretende ser solo una invitación, un recorrido bibliográfico posible”. En este caso, queremos destacar a poetas que no han ganado ninguno de los cuatro premios mencionados —aunque sí otros más minoritarios o menos conocidos— y que, por tener menos de 35, entran en la cuestionada categoría de “poesía joven”; algunos llevan años publicando, otros acaban de sacar a la luz su primer poemario: queremos celebrarlos también a ellos, ensanchar la mirada y continuar abriendo conversaciones en torno a la poesía. 

Juan F. Rivero (Sevilla, 1991)

Poeta, editor, traductor y profesor. Juan F. Rivero es una persona muy querida entre quienes conciben las redes sociales como un espacio para la conversación literaria: allí suele recomendar, entre muchas otras tras propuestas, poesía y narrativa japonesa —imparte cursos sobre esta temática en la Escuela de escritores de Madrid— , además de compartir algunas de las traducciones que realiza en su tiempo libre, como esta versión del poema Two headed-calf de Laura Gilpin. 

En 2014, Rivero formó parte del grupo poético Los perros románticos y participó en la antología Tenían 20 años y estaban locos, editada por Luna Miguel. La obra de este autor gira en torno a dos ejes temáticos: soledad y memoria. Fue en 2016 cuando publicó su primer poemario, Canícula, cuya reedición, con nuevos poemas y una selección de fotografías de João Pedro Pinto, colgó libremente en Internet. El segundo libro de Rivero, Las Hogueras azules (Candaya), vio la luz en junio de 2020, y en la exploración del tiempo y su relación con el lenguaje están presentes las lecturas de autores tan dispares como John Ashbery, Matsuo Bashō, Federico García Lorca, Bei Dao o Anne Carson.

“Creo que existe un problema con los certámenes de poesía desde el momento en que un autor novel no puede contemplar otras opciones para dar a conocer su obra”, cuenta Rivero a elDiario.es. Pasada la adolescencia, decidió que no se presentaría a concursos, pero recuerda “la frustración que conllevaba sentir que mi poesía no encajaba con el estilo y los formatos premiados en los certámenes. Me preguntaba: ¿y si quiero experimentar con las relaciones posibles entre lenguaje escrito y lenguaje visual?, ¿y si quiero escribir poesía en prosa y no en verso?, ¿y si necesito jugar con el formato para expresar lo que quiero expresar”. “Al final opté por buscar otras vías e iniciar proyectos propios, y aquella fue una decisión feliz, pues me ha permitido escribir desde un lugar de plena libertad, sin preocuparme por adaptar mi obra a lo que se estaba premiando en un momento u otro o a las líneas marcadas por las instituciones”, asevera. 

Irati Iturritza Errea (Pamplona, 1997)

Irati Iturritza, que se define en Twitter como “escorpio y eurofan”, es graduada en Lenguas modernas y ha publicado dos poemarios en La Bella Varsovia: Brazos cortos (2017) y Tampoco era esto lo que quería decir (2020), el segundo acompañado de las fotografías en blanco y negro de Erik Rodríguez Fernández. “Me interesa la poesía como un cambio de perspectiva, un mirar desde el otro lado”, apunta Iturritza. “En lo poético impera una lógica distinta, que no es lineal ni racional, me interesa la poesía en tanto que acercamiento a esa otra visión y como diálogo entre diferentes lenguajes”.

“No recuerdo haberme presentado nunca a un premio, pero tuve mucha suerte de caer en La Bella Varsovia”, afirma la autora. “Me deslumbró —no exagero, no se trata de un lugar común: me deslumbró— su inteligencia, el pensamiento hondo sobre las formas de decir y de pensar la realidad, las lecturas que había escogido y que incorporaba a su discurso en conversación —y a veces en conflicto— con su propia escritura”, sostiene Elena Medel, su editora, quien leyó en 2015 los primeros poemas de Iturritza, en los que “brillaban ya intenciones a las que ha regresado en Tampoco era esto lo que quería decir: la reflexión sobre el lenguaje y sus posibilidades e imposibilidades”. “Como lectora me gusta regresar a los poemas de Irati, que nunca se agotan; como editora, salgo de ellos pensando con curiosidad, con entusiasmo, en los poemas que escribirá a continuación. Creo que es ya una de las grandes autoras de su generación, y me siento muy afortunada al editar sus libros”, concluye Medel. 

Aída González Rossi (Santa Cruz de Tenerife, 1995)

“Trato de mirar a la periferia desde la periferia”, dice González Rossi a elDiario.es. Pueblo yo (Libero Editorial, 2020) es su primer poemario, aunque antes había publicado la plaquette Deseo y la tierra (Cartonera Island, 2018). Su periferia geográfica es un pueblo del sur de Tenerife, el mismo sur que colonizan los “guiris hediondos” sobre los que escribía otra autora canaria, Andrea Abreu, en la novela Panza de Burro. González Rossi define su primera obra, escrita con una “poesía en prosa” que desarma las estructuras convencionales del lenguaje y reivindica su oralidad, como “un libro sobre la identidad y sobre reconocerte forzosamente en las periferias que la habitan: en mi caso, la canaria, la del sur, la del cuerpo gordo y la de ser lesbiana”.

Con la mirada puesta en otros poetas canarios como Tomás Redondo Velo, Katya Vázquez Schröder, Santiago Jatib o Tayri Muñiz, González Rossi piensa en “la doble exclusión, por una parte por ser poetas jóvenes, y por otra parte por vivir en Canarias, creo que nos cuesta más entrar en el circuito aunque ahora con las redes todo sea más fácil”. “Muchas veces nos es más complicado publicar en editoriales de la península y vemos los premios como esa entrada a los circuitos”, afirma. 

Raquel Santanera (Manlleu, 1991)

Algunas de las obsesiones de esta poeta nacida en la comarca de Osona son, según Lletra, portal que difunde literatura catalana en internet, “los ovnis, el Triángulo de las Bermudas y los libros”. Santanera, que estudió Estudios literarios y un máster en Construcción y representación de identidades culturales,  ha publicado dos poemarios: Teologia poètica d’un sol ús (2015, Viena) y De robots i màquines o un nou tractat d’alquímia (2018, El Gall editor), y ha participado en antologías digitales como Massa Mare.  Su obra, galardonada con los premios Martí Dot (2014)  y Pollença (2017) y Miquel Martí i Pol, ha sido denominada como lírica cyborg por sus influencias del posthumanismo de Donna Haraway y Rosi Braidotti. “Santanera recrea un mundo post-tecnológico en decadencia en donde las máquinas y los robots padecen las consecuencias de una existencia sometida al poder de los tecnócratas”, escribió la académica Nuria Morgado en Romance Notes  sobre su segundo libro.

En noviembre de 2020, Santanera se alzó con el premio que otorga la fundación Miquel Martí i Pol, lo que permitirá que La Suda de Pagès Editors publique su tercer poemario, Reina de rates: crònica d’una època, a mediados de 2021. “Quien escribe en una lengua, sea la que sea, lo hace (o debería hacerlo) para alimentarla, para darle vida, sentido y forma”, afirmó la autora al ser preguntada por la situación del catalán en una entrevista con DBalears en 2018. “Escribo en catalán porque es la mejor manera de mantenerlo despierto y activo y porque tampoco podría escribir en otra lengua”. 

Alejandro Pérez-Paredes (Murcia, 1993)

Qué hubiese sido de mí sin los Velocirraptors (Letraversal, 2021), el segundo libro de Alejandro Pérez-Peredes, debe leerse como la continuación de Dios tenía la misma consistencia que el pato Donald (Esto No Es Berlín, 2018). “Juntos, forman un único texto en el que trato el asunto de la producción de la subjetividad contemporánea”, explicaba el autor recientemente en un post de Instagram. “Me gusta pensar que es una especie de tratado experimental de psicología determinista, tanto en su contenido como en su forma. Y recalco la palabra forma porque creo que las formas del arte han de ser capaces de captar los distintos sistemas de cognición que emergen como resultado de las transformaciones texto-económicas de una sociedad”. 

“Para mí, el libro de Alejandro habla del presente desde las aristas del ‘yo’, desde lugares incómodos”, opina Ángelo Néstore, quien tuvo claro que quería publicar al escritor murciano, que actualmente trabaja como profesor de literatura española contemporánea en la Universidad de Lille, tras leer su primer poemario. “Vivimos en un mundo en el que las políticas identitarias hacen que reafirmemos nuestra identidad de la forma más sólida posible, creo que Alejandro va hacia un terreno totalmente distinto”. La obra de Pérez-Paredes viaja en dirección opuesta a la literatura pop y la poesía convencional, deconstruyendo la propia noción de texto poético: puede gustar o no, pero es imposible que deje al lector indiferente. 

Jesús Castro Yáñez (Baltar, 1992)

Partiendo de la concepción de esta lista como una modesta e incompleta invitación, cabe destacar la cantidad de autores jóvenes que continúan impulsando la poesía en gallego —Tamara Andrés, Ismael Ramos, Antón Blanco Casás o la ganadora del último Premio Nacional de Poesía, Alba Cid—. Uno de ellos es Jesús Castro Yáñez autor de dos poemarios: Os nomes e os himnos (Espiral Maior, 2016) y Ultramarino (Chan da Pólvora, 2017); también coordinador de proyectos como la antología Campo de plumas (Sushi Books), una selección de autores históricos LGTBI como H.D, Emily Dickinson o Safo orientada al público juvenil y traducida al gallego, que se publicará el próximo mes. 

“De pequeño, al ver que era zurdo, intentaron  corregirme. Hay un límite difuso entre lo que se hace porque es lo natural y lo que se mantiene por convicción. Por algo así escribo en gallego: es lo que siempre he hablado y es en el idioma en que escribo porque sería hipócrita no hacerlo y formar parte del aparato de destrucción legitimado por el el abandono institucional”, explica Castro a elDiario.es. “Creo que alguien como Jesús, que comenzó ganando certámenes públicos locales y publica mucho en plataformas digitales y de carácter colaborativo, contribuye a generar ecosistema literario en espacios regionales”, opina Viéitez, que editó un texto de Castro en la antología Árboles frutales

 “Hace unos días el Seminario de Sociolingüística de la Real Academia Galega comunicaba que más de un tercio del alumnado gallego castellanohablante que acaba la educación secundaria obligatoria tiene escasa competencia en gallego. Mientras tanto, el alumnado que tiene el gallego como lengua vehicular tiene un manejo perfectamente bilingüe. Por supuesto que hay razones estructurales detrás de eso, y escribir en gallego se hace algo político, porque no se deja elección a que no sea así”, concluye Castro. 

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