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Las salas de música y poesía en vivo se reinventan para (intentar) no acabar convertidas en supermercados

Imagen de la librería On the Road

Guillermo Carazo

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Micros abiertos internacionales y slams online, conciertos en primera línea de sofá, recitales en streaming, festivales vía Instagram live, Tinder en vivo, hot line poético… La música y la poesía en vivo se adaptan a su entorno por distópico que este sea. Una pandemia no es suficiente para doblegar la resiliencia de la cultura. No obstante, tanto artistas como los pequeños grandes templos que los albergan están convalecientes. Que el 2020 no está siendo un buen año para el ámbito cultural no es una noticia que le guste firmar a nadie. “La poesía es una planta de hoja caduca pero después se regenera”, reflexiona la poeta Violeta Niebla.

La música de autor llora el cierre de La Fídula, que ha sido desde 1978 uno de los más antiguos pilares de Madrid para los fieles de las actuaciones en vivo. “Creemos que los micros abiertos son un espacio necesario para que todo el mundo tenga la oportunidad de subir por primera vez a un escenario. O para los que se han subido muchas veces prueben sus canciones. No solo por la respuesta del público, sino por los colegas de profesión. Es ejercer la tolerancia. Y, además, genera familia”, comparte Daniela Riso, expropietaria de La Fídula. “Lo que me apena y preocupa es que hay que intentar que estos locales no se conviertan en supermercados o tiendas de ropa. Nadie llega al WiZink desde su casa, a lo mejor alguno que ha pasado por Operación Triunfo o La Voz, pero la mayoría hacen camino y tienen que empezar en este tipo de salas”.

Daniela llevaba gestionando La Fídula desde 2013 y a finales de julio de este año se vio obligada a cerrar la sala porque no era posible meter como máximo a 25 personas, cerrar a la una de la madrugada y pagar el elevado alquiler de una sala con una licencia histórica, como es el caso de La Fídula. “Quien tenga una propiedad con una licencia histórica puede pedir lo que quiera por el alquiler porque hay muy pocas en el centro de Madrid y ya no se otorgan. Quien las tiene abusa y pone el precio que quiere al no existir competencia”. Es la crítica de Daniela al precio abusivo de este tipo de espacios: “Recibí solo una ayuda por autónoma de 600 euros, pagaba 3.500 de alquiler”. Daniela subraya que los micros abiertos volverán todos los miércoles con sus “Sesiones fiduleras” en “un nuevo hogar”, el Canalla.

Siguiendo con la escena madrileña, el bar Aleatorio bajó el cierre hasta nuevo aviso, la sala de conciertos Alevosía cerró, pero su open mic se mudó al Búho Real. Resurgió El Calvario, el Po3try Slam Madrid, Tapas y Fotos y el encuentro poético-feminista, I am the man, creado por Marina Kaysen. También nacen nuevos micros abiertos como el de Teatro de las Aguas o El Pasajero, coordinado por la poeta Miriam Martins, el cual también da espacio al rap a capela.

Y, por suerte, sigue en pie otro de los históricos pilares sonoros de la capital: Libertad 8, que está emprendiendo un tránsito tecnológico que nadie se habría imaginado cuando abrió sus puertas en 1976. En 2011, el cantautor Andrés Sudón creó el open mic de Libertad 8: “En esa época no había ningún otro micro abierto en Madrid, existía alguna jam de poemas y relatos. A partir de ahí surgieron micros con esa misma fórmula, que se extendieron a toda España y Latinoamérica; fue maravilloso. Y ahora vivimos en la era de los micros abiertos. O vivíamos”.

Julián, dueño del Libertad 8, se ha reinventado, ha comprado equipo audiovisual para realizar retransmisiones online. “Hay muchas personas que no viven en Madrid y que, durante el confinamiento, se engancharon al micro abierto online y continuamos con ellos y con quien quiera participar. Ahora, cualquier persona del mundo puede participar. Los cantautores necesitamos cantar”, relata con optimismo Andrés Sudón aunque confiesa que están haciendo un gran esfuerzo por “mantener la ilusión” y entiende que el camino virtual “es una huida hacia delante” que, entre otros aspectos, sirve para “que los que trabajamos allí no nos derrumbemos”.  “Si alguien quiere conocer el arte real, el que se hace sin filtros, lo encontrará en las salas de conciertos”, opina Sudón.

En Barcelona, el librero de On the road, Ángel Tijerín, echa de menos las presentaciones literarias -“la gente quiere conocer a las escritoras”- y los clubs de lectura de su librería. “Treinta personas de diferentes culturas y nacionalidades, sin conocerse de nada, con un libro como eje de comunicación. La gente se abría en canal”. On the road abrió en 2014, tiene 4.000 libros en apenas 29m² y sus ventas han bajado notoriamente. Ángel conoce en primera persona la precariedad cotidiana de tener una “pequeña librería de barrio” en tiempos de Amazon, pero se aferra a  resistir y agradece el apoyo logístico que le da “el comité de On the road”, 15 vecinas y vecinos que  echan una mano en la gestión y  organización de la librería.

Durante el estado de alarma, Ángel creó una lista de 300 #librosqueleerantesdemorir. Comenzó a publicar en Instagram la portada de cada uno de los libros con su respectiva reseña y realizó “muchos lives recomendando libros, doblamos en seguidores. De las librerías pequeñas somos de las que más followers tienen. Mucha gente nos compró libros por Instagram aunque ahora ya no tanto. La gente quiere entrar a la librería, tocar libros e ir a presentaciones”. Ángel aspira a ser “influencer literario” y quiere conseguir un lugar más amplio para retomar los clubs de lectura: “Tengo la obligación de seguir uniendo a gente a través de los libros”.

A un kilómetro de On the road está Club Cronopios, un espacio multidisciplinar que, en sus siete años de vida, “hemos conformado una parrilla de formatos propios: micro abierto, tertulia de filosofía, Tinder en Vivo, psicoanálisis o física cuántica, poesía escénica, cantautores/as, jams, cinefórum filosófico”, enumera Ramón Buj, director general del Cronopios. “Durante el confinamiento estuvimos desarrollando nuestros formatos de producción de forma online con gran éxito de conexión internacional. Queremos potenciar que nuestro espacio físico sea un punto de encuentro presencial que nos desarrolle como productora de contenidos virtuales”, explica Buj, que apuesta por una red cultural 2.0 aunque extraña “esos corrillos espontáneos en los que conversar y conocerse”.

En Valencia, El Volander no pudo celebrar su 25º aniversario. “Está siendo muy difícil y frustrante programar para un local con licencia de ocio nocturno”, asegura la copropietaria Julia Andrés, que desde el 14 de marzo ha podido trabajar apenas dos meses. Como tienen licencia de pub, aunque también programan actividades culturales, no pueden vender bebida y solo abren para eventos y conciertos. No obstante, “los músicos se enrollan y con la voluntad de ellos y de la gente nos ayudan para poder pasar. Porque con lo que la Mutua da no da para cubrir gastos”.

Al otro lado del centro de Valencia sobrevive Kaf Café “con aforo limitado a cuarenta personas”, cuenta Sebastián Vitola, copropietario, que señala que “la única ayuda fue al principio del estado de alarma por ser autónomo”. “Nos reinventamos todos los años, metamorfosis permanente con los mismos principios. No somos hosteleros jugando con la cultura somos poetas que nos gusta lo que hacemos”. Para ello siguen programando jams, conciertos, noches de piano y su open mic de la mano de Sesión de Micros Abiertos “que viene haciendo un trabajo muy importante de realización y difusión de cantautores”, añade Sebastián. “Las pequeñas salas o cafés literarios son fundamentales siempre y cuando se entienda el arte no como ocio y entretenimiento, sino como herramienta transformadora para el pensamiento, el sentir y la reflexión”.

Uno de los principales lugares de paso de todo cantautor o cantautora que atraviesa Castilla-La Mancha es el C.S.A. La Casa Vieja de Albacete. Su “micro libre” cumple cuatro años. “La crisis del sector (si es que existe uno como tal) es de precariedad estructural y crónica”, argumenta Momo Galera, poeta y coordinador del micro de La Casa Vieja. “La cultura fuera de la primera plana y de los grandes festivales ha estado desde siempre precarizada. La inmensa mayoría de los artistas de este país nunca han vivido una situación medianamente estable a través de su oficio artístico”. También Albacete es la ciudad  del Maldito Festival de Videopoesía que ya cuenta con cuatro ediciones y este año no solo proyectó videopoemas en la gran pantalla, sino que también cuenta con un canal en la plataforma Filmin.

En Málaga, Ángelo Néstore y Violeta Niebla son las directoras del Festival Internacional de Poesía Irreconciliables, que este año acaba de celebrar su novena edición. “La idea inicial era reconciliar en una misma mesa a poetas que normalmente no compartirían lectura, pero Violeta y yo lo hemos llevado a un lugar más extremo, preguntándonos qué es para nosotras la poesía y de qué forma se puede disfrutar de una ‘experiencia poética’, alejada, pues, de los recitales al uso”, cuenta Ángelo. “Creo que llevamos reinventándonos desde el momento en el que cogimos los mandos del festival cambiando recitales por experiencias poéticas. Aunque seguimos dando voz a lo clásico”, añade Violeta.  

Cultura metamórfica

Desde 2015, Sergio Escribano coordina el Poetry Slam Sur y el colectivo Escaparate de Poesía. El 10 de octubre gestionó el 1º Festival Internacional de Poesía Enlínea en el cual se tejieron versos entre Ciudad de México, Chiapas, Madrid, Barcelona y Dublín. En 2021 volverán a programar poesía en vivo, pero, por el momento, “la mente se extiende por cada interfaz en la que nos encontramos, es natural que los encuentros online funcionen”, comenta Escribano.

Hace diez años nació el “colectivo transdisciplinar” Prostíbulo Poético, dirigido por Sonia Barba. Hoy interpretan y recitan poesía en Barcelona, Madrid y Valencia, y, con motivo de la Covid-19, “hemos reinventado nuestros vis a vis poéticos. Nuestra base es el experimento que realizó Marina Abramovich. Ponemos a la persona enfrente nuestra, a distancia segura y con mascarilla, les miramos a los ojos y les recitamos. La conexión es distinta que a través del susurro, pero es igual de fuerte. Creo que una de las cosas a las que nos ha obligado la mascarilla es a mirar a los ojos. Con ellos se puede transmitir muchísimo sin decir nada”, recrea la poeta y realizadora Pilar Astray Boadicea.

Prostíbulo Poético también ha puesto en marcha una línea telefónica (hot line poetry) donde poetas, como Boadicea, recitan versos a quienes hay al otro lado. “Hemos notado que la gente necesita más la poesía que nunca, es esencial. No sustituye al tacto, pero preserva nuestra humanidad”.

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