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Opinión - El polvorín mundial y la pluralidad informativa. Por Rosa María Artal

Por un Ministerio de Ataque

El Ministerio de Cultura de Perú

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Diosdado Cabello, el alto dirigente venezolano que anunció la semana pasada la detención de dos españoles a los que acusaba de un supuesto plan terrorista que incluía asesinar a Nicolás Maduro, es el titular de un ministerio que lleva un largo y llamativo nombre. Se llama Ministerio del Poder Popular para las Relaciones Interiores, Justicia y Paz. Llama la atención esto último de la Paz, con mayúsculas y al lado de la Justicia, pues la oposición venezolana considera que ese ministerio es el principal instrumento del régimen para la represión política. Debe de ser una paz parecida a la paz de los cementerios de cuando aquí padecíamos otra dictadura, la de Francisco Franco.

Además, lo de la Paz del ministerio de Diosdado Cabello me ha recordado una reflexión del dibujante Máximo, que rara vez incluía textos en sus históricas y diarias viñetas en El País, pero que en la conversación hacía un uso del lenguaje muy acerado y reflexivo. “¿Por qué todos los países tienen un Ministerio de Defensa si ninguno tiene un Ministerio de Ataque?”, me dijo en una entrevista que le hice a finales de los años setenta del siglo pasado para el semanario Aranda hoy. (Aranda de Duero, claro, ambos éramos naturales de la zona).

Visto el nombre en su conjunto, lo de Relaciones Interiores, Justicia y Paz también me recuerda a aquella época en que un Felipe González crepuscular como presidente del Gobierno de España y quizás muy desvelado por Etas, Grapos, Roldanes, Gales (de GAL), Paesas y Perotes tomó la sorprendente decisión de fusionar en un solo departamento a jueces y a guardias, a togas y a porras, y crear el Ministerio de Justicia e Interior. Puso al frente a un magistrado sagaz y ambicioso, Juan Alberto Belloch, al que alguna prensa llamábamos El ministro bifronte. Duró dos años justos el experimento. Justos, entiéndaseme, en la acepción de exactos: del 6 de mayo de 1994 al 6 de mayo de 1996.

Tanto en democracias como en dictaduras, los nombres que se les pone a los organismos públicos dicen mucho del régimen y del que los bautiza.

Tras las elecciones autonómicas del año pasado, en las que mucho poder del PSOE pasó a manos de PP-Vox, vimos cómo en algunas consejerías desaparecían en las denominaciones términos como Igualdad o Derechos Sociales o Reto Demográfico o Memoria Democrática y aparecían otros como Familia, Servicios Sociales o Desarrollo Rural. “El nombre es arquetipo de la cosa”, decía un endecasílabo de Jorge Luis Borges -y yo no me canso de repetirlo-.

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