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LOS DISCOS DE LA SEMANA

Arctic Monkeys persiguen a los clásicos y se disfrazan de sus mayores

Luis J. Menéndez

Arctic Monkeys

Arctic Monkeys

Tranquility Base Hotel & Casino

Domino / Music As Usual

POP

7/10

Artic Monkeys es, probablemente, la única banda de rock surgida en el siglo XXI de la que se ven tantas camisetas como de los grandes del rock clásico al caminar por la calle. Un ejercicio demoscópico poco riguroso, pero sí suficiente para hacerse a la idea de la posición que, estos ya no tan jovenzuelos crecidos en un suburbio de Sheffield, ocupan hoy en el panorama musical global. Independientemente de la valoración que fans, periodistas o simples aficionados al rock hagamos de Tranquility Base Hotel & Casino, este disco se ha convertido ya en uno de los grandes fenómenos musicales del 2018 por el mero hecho de publicarse.

Además, el sexto álbum de los de Alex Turner llega envuelto de controversia: tal es el giro musical que la banda ha emprendido en la carrera de obstáculos que parte de AM (2013) y tiene en estas 11 canciones su meta, que parece imposible que ni tan siquiera los fans de la banda se pongan de acuerdo sobre si Tranquility Base Hotel & Casino supone un paso adelante o un movimiento lateral para los británicos.

Para entender la transformación de Arctic Monkeys de rockeros de pro en baladistas con alma sesentera hay que atender a las explicaciones del grupo sobre cómo se concibió este disco. Tras la gira de presentación del segundo álbum de Last Shadow Puppets –el otro proyecto de Alex Turner– el cantante y principal compositor de la banda se encerró un tiempo para sentarse al piano y escribir una serie de canciones que estaban destinadas a formar parte de su primer disco en solitario. Sin embargo, conforme fue pasando el tiempo, Turner decidió hacer a sus compañeros partícipes del proceso y aquella colección de piezas alcanzó otra dimensión, convirtiéndose en el disco que tenemos entre manos.

Fan declarado de Nick Cave, se presupone que Alex Turner ha tirado del hilo hasta encontrarse con los compositores y cantantes que forman parte del santoral del australiano: clásicos del soul, crooners, gospel... Esas fueron las fuentes a la que Last Shadow Puppets acudió a refrescarse en su día. Y, con un sonido más sinuoso y negroide, jazzístico por momentos, son también el principal referente para esta versión 2.0 de Arctic Monkeys: su definitiva reconversión al mundo adulto una vez cruzada por los componentes de la banda la frontera de los treinta.

Técnicamente impecable y con momentos de atractivo incuestionable –Star Treatment, por ejemplo, sigue la senda del mejor Richard Hawley– hoy por hoy el mayor enemigo de Arctic Monkeys es el espejo en el que la banda ha decidido mirarse. Avispados revivalistas que se dirigen a un público mayormente juvenil, el disco posiblemente resulte una verdadera maravilla para quienes con él hagan una de sus primeras incursiones en estos géneros. A más de uno es probable que le ayude a cruzar el Rubicón que separa el rock de siempre de sonidos tan o aún más valiosos, históricamente hablando.

Ahora bien, Tranquility Base Hotel & Casino no deja de ser una versión domesticada de los clásicos, un ejercicio de estilo ejecutado con brillantez, pero que confirma la obsesión de Turner y los suyos por disfrazarse de sus mayores y hacerse una foto en tono sepia. Y ya se sabe lo que rezaba aquel comercial: “Compre el original. Rechace imitaciones”.

 

Axolotes Mexicanos

Axolotes Mexicanos

Salu2

Elefant

POP–PUNK

7/10

El debut largo de los hermanos Olaya y Juan Pedrayes es una suerte de diario abierto en el que se expone todo lo que importa a una joven postadolescente de vida desordenada. A saber: los chicos (con los que la protagonista de las canciones no tiene mucha suerte), el sexo, cuanto acontece durante las noches del fin de semana y la supervivencia diaria en la precariedad más absoluta. Como letrista, Olaya tal vez represente justamente lo contrario de lo que habitualmente entendemos por letristas ilustres en la música popular. Pero, con un punzante sentido del humor y sin pelos en la lengua, consigue hacer un retrato certero y (sobre todo) muy divertido de las tragedias cotidianas de una veinteañera. Sus canciones lo mismo retratan la incertidumbre y angustia ante la posibilidad de quedarse embarazada (Farmacia), que se embarcan en una abrumadora y políticamente incorrecta sucesión de insultos para con otra joven con la que, se intuye, hay deudas pendientes (Debora tartas).

La producción del Guille Milkyway madrileño, Carlos René, lleva unas canciones que en origen tuvieron un corte “ramoniano” a otra dimensión, a medio camino de lo sofisticado y lo esquizofrénico. Las guitarras no desaparecen, pero sobre ellas los ritmos y arreglos electrónicos aceleran aún más el latir de estos 13 temas. Arrimando la propuesta al pop punk electrónico de unos Helen Love o, por momentos, incluso al discopop de Cloetta Paris. El impacto de estas canciones –alguna tan sobresaliente desde el punto melódico como Astor– podría haber sido aún mayor si la compresión no funcionara como una apisonadora, convirtiendo la experiencia de la escucha en excesivamente fatigosa.  

Beach House

Beach House

Rebound

Bella Union / [PIAS]

DREAM POP

7/10

En 2012 tuve la oportunidad de entrevistar a Beach House. Lo recuerdo como una conversación tensa en la que el grupo dejaba claro que se adaptaba a marchas forzadas a su recién estrenada condición de banda de éxito. Se reprochaban los pecados de juventud, la franqueza que exhibían en aquellos primeros discos, y dejaban una frase definitoria: “Nuestro problema es que en el pasado hablamos demasiado. Y por el camino nos hemos dado cuenta de que es necesario un poco de misterio, un poco de smoke & mirrors. La gente no va al teatro para conocer el día horrible que ha tenido el actor, sino para asistir a una obra que gira sobre un psicodélico día en el trabajo en que las mesas estallan y todos gritan”.

Curiosamente hace tiempo que no ocurre nada especialmente excepcional dentro de los discos de Beach House. La jugada de publicar consecutivamente Depression Cherry y Thank You Lucky Stars en 2015 generó más hastío que ilusión, básicamente porque aquellos discos estaban lejos del nivel que el dúo había mostrado en sus dos obras capitales, Teen Dream y Bloom. Así que el descanso de tres años que Beach House se han tomado entre aquellos discos y el presente 7  resultaba más que conveniente.

Un parón que además viene acompañado de un ligero golpe de efecto. En esta ocasión Victoria Legrand y Alex Scally han reclamado los servicios de uno de los pesos pesados de la psicodelia narcótica, el británico Pete Kember, alias Sonic Boom, también conocido por liderar a los míticos Spacemen 3. Su mano se deja notar menos de lo esperado, al menos si lo comparamos con las producciones de Kember para Panda Bear o Dean & Britta. Y tiene sentido, porque el que7 no sea un disco más ingrávido que sus predecesores no tiene tanto que ver con Kember como con la propia naturaleza del grupo, cuya música siempre se elevó unos cuantos palmos del suelo.

A fin de cuentas lo que marca el lugar que ocupará 7 en su discografía son las canciones. Y, teniendo en cuenta que hace tiempo que como letrista Victoria Legrand se ha puesto cuerpo a tierra, hoy por hoy lo que marca el impacto musical de aquellas es su capacidad para construir melodías memorables. No hay demasiadas en 7, un disco en el que encontramos oficio y una marcada personalidad, pero apenas un par de temas –el avance Lemon Glow y una incursión de Legrand en su lengua madre, el francés, en L’Inconnue– a la altura de aquellos con los que Beach House nos conmovieron profundamente en el arranque de esta década. El global el disco supone una ligera mejoría con respecto a sus antecesores, pero no termina de mitigar la nostalgia de lo que Beach House llegaron a representar en el periodo que va de 2010 a 2012.

 

Idris Ackamoor and The Pyramids

Idris Ackamoor and The Pyramids

An Angel Fell

Strut / Popstock!

POP

8/10

La suya es una historia que merece ser contada. Idris Ackamoor (saxo alto), Margo Simmons (flauta) y Kimathi Asante (bajo eléctrico) se conocieron en su etapa de estudiantes en el Antioch College de Yellow Springs (Ohio). Allí, entre otros, tuvieron como profesor al ilustre Cecil Taylor. El trío empezó a tocar en directo en los mejores clubs de jazz de la ciudad antes de dar el salto a Europa y fundar oficialmente The Pyramids en París en 1972. Tras viajar a lo largo y ancho del viejo continente, Ackamoor y sus Pyramids se embarcaron en una aventura africana, donde acudieron en busca de sus propias raíces musicales en el momento en que el afrobeat se encontraba en plena eclosión.

En África colaboraron con músicos locales e incorporaron a nuevos instrumentistas a su formación, poniendo la semilla que terminaría por convertirse en tres discos de culto –Lalibela (1973), King Of Kings (1974) y Birth / Speed / Merging (1976)– antes de disolverse en 1977. En 2011 la banda inesperadamente se reunió para grabar un nuevo disco –Otherworldly, al que seguirían We Be All Africans en 2016 y este An Angel Fell que acaba de ver la luz, estos dos últimos bajo el nombre de Idris Ackamoor & The Pyramids.

Con Sun Ra fallecido en 1993 (aunque su Arkestra aún sigue en activo y no hace tanto visitó nuestro país), The Pyramids bien pueden pasar por emblema del jazz cósmico y abierto a influencias múltiples. An Angel Fell ha sido además producido por un músico que ha recogido el testigo entre las nuevas generaciones: Malcolm Catto de The Heliocentrics, que hace unos años ya tuvo mucho que ver en la recuperación musical de otra leyenda, Mulatu Astatke.

Idris Ackamoor es hoy por hoy uno de los grandes activistas en la comunidad cultural de San Francisco, y esa energía se transmite a un disco en el que temáticamente vuelca su preocupación por la ecología y los conflictos sociales.

Za!

Pachinko Plex

Gandula

ART ROCK

8/10

El dúo más imprevisible de cuantos forman parte de la escena musical nacional está de vuelta tras un silencio de tres años. Que el mismísimo Brendan Canty de Fugazi y Rites Of Spring se anime a firmar la nota promocional con la que se presenta el sexto largo de Za! da un poco la medida del lugar que ocupa ahora mismo en la escena internacional. Y eso a pesar de que hoy por hoy Za! siguen condenados a la invisibilidad en nuestro propio país.

Cierto es que su propuesta  –una exploración de la polirritmia y las tradiciones musicales a lo largo y ancho del globo– exige complicidad y hasta algo de paciencia por parte del oyente. En Pachinko Plex la referencia a las máquinas recreativas japonesas no es casual: el dúo lleva a cabo un acercamiento a la música tradicional del oriente asiático siempre desde un punto de vista art-rock que les caracteriza. Si bien, otro de los elementos que marca el sonido de este disco es precisamente la ausencia de guitarras, entregándose a un sonido en el que las texturas electrónicas chocan con el muro percusivo de Spazzfrica Ehd. Todo ello da como resultado una experiencia sinestésica en la que la música se transforma en una miríada de colores y prácticamente hasta se paladea.

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