El documental de Avicii anterior a su muerte que parece una premonición
“Los primeros cuatro o cinco años fueron increíbles. En el escenario notaba el mismo subidón que cuando te tiras en paracaídas de un avión, porque estás jugando con esa sensación de rozar la muerte”. Había que estar muy ciego para no ver que, por culpa de Avicii, Tim Bergling caminaba cada día por el filo de una navaja, pero sus representantes lo estaban. En concreto, ellos estaban cegados por el dinero.
Pasado un mes de la muerte del DJ de 28 años, todo en el documental de Netflix se antoja como un oscuro presagio, aunque su intención fuese la radicalmente opuesta. Avicii: True Stories es la retransmisión en directo de la fractura de un juguete roto.
En lo que a jóvenes malogrados se refiere, siempre se habla de su prometedor pasado o de su calamitosa existencia en el presente. Pero nunca del cómo se torció todo, por qué les sobrepasó su éxito y, sobre todo, por “culpa” de quién. True Stories ofrece todas esas respuestas sobre Avicii y alguna más.
El documental dirigido por Levan Tsikurishvili aborda partes muy oscuras de la vida del sueco, como su adicción al alcohol o su trastorno de ansiedad, porque al final se permite ofrecer un espejismo de felicidad. El adiós a ocho años de excesos y neurosis que el sueco enterró en las playas glaucas de Madagascar, meditando al ritmo de Feeling Good y tocando la guitarra entre las palmeras.
Pero la depresión es una enfermedad latente y, como por desgracia quedó demostrado, Bergling no se deshizo de ella en 2016. Su mente era como un caballo desbocado, brillante pero rematadamente peligroso, y todo su equipo lo sabía. La explotaron a nivel musical y no trataron de entender las secuelas que eso le acarreaba a nivel psicológico, como deja claro el documental.
True Stories se cuida de no colocar a nadie en el paredón ofreciendo todas las versiones de la historia: la de Avicii, la de su manager, la de sus colegas e incluso la de otros DJ que han vivido en sus propias carnes la presión de ese oficio, como David Guetta o Tiesto. Pero el regusto que queda es el de la crónica de una muerte anunciada y ante la que algunos giraron la cara para seguir poniendo la mano.
“He sido muy abierto con las personas con las que trabajo y con todos los que me conocen. Cuando decidí retirarme, esperaba una reacción totalmente distinta. Esperaba apoyo, sobre todo teniendo en cuenta por lo que he pasado. Saben que tengo ansiedad y que lo intenté. No esperaba que siguieran presionándome para dar más conciertos”, dice el joven recordando las reacciones ante su dimisión definitiva.
Era 2016 y ya había publicado el comunicado donde anunciaba que no tocaría más en directo. Pero no pudo ser, porque su representante Ash estaba ahí para recordarle que tenía “compromisos con los que cumplir”. Y así fue como una de las mentes musicales más privilegiadas de nuestros tiempos se quebró en mil pedazos.
Una bomba de alcohol y medicamentos
Por encima de todo, por encima de Avicii, Tim Bergling era una persona muy inteligente. Él sabía que el público le tacharía de infantiloide si se quejaba de una vida como la suya: champán, chicas, juventud, éxito y mucho, muchísimo dinero. Lo único que faltaba en esa receta de la supuesta felicidad era la salud, justo donde el documental de Netflix pone el acento para solidarizarnos con su relato.
La pancreatitis le consumió, le convirtió en un espectro de sí mismo. En la película cuenta cómo se levantaba con un dolor agudo en el estómago que también le despedía cada noche. No gastan ni un minuto en explicar de dónde procedía ese dolor porque su adicción a la bebida por entonces no era ningún secreto. “Estaba muy cohibido cuando no bebía, así que encontré la solución mágica”, confiesa en uno de los momentos. “Pero también me ayudaba a completar todas las actuaciones sin sentirme reventado”.
Le hicieron dar 550 shows en menos de cuatro años por todo el globo. De Estocolmo a Ibiza, de Ibiza a Nueva York, de Nueva York a Las Vegas y de Las Vegas a Amsterdam. Todo con apenas unas horas de diferencia. Unido al salvaje ritmo nocturno que este ambiente acarrea, Avicii acabó postrado en una cama de hospital con tan solo 22 años y con el hígado reventado. Y, aun en esa tesitura, sus representantes le hacían saber que no podía permitirse cancelar demasiados conciertos: un día después de que le diesen el alta en Australia, estaba volando hacia Cuba cebado de analgésicos.
“Me tomaba unas 20 pastillas de Gabapentin. Una medicación que 'en teoría' no era adictiva pero que me creaba ansiedad. Así que yo seguía medicándome y saliendo de gira”, cuenta su voz en off mientras en la pantalla aparecen imágenes de su figura esquelética y transitando medio grogui entre los aviones privados y los escenarios (y vuelta a empezar).
En el verano de 2015, y recién publicado su segundo álbum Stories, Avicii canceló todas sus actuaciones de los siguientes ocho meses. Esa fue la primera de muchas caídas que vendrían después.
El castigo del primer éxito
Durante todo este difícil periodo, la curiosidad y pasión de Tim Bergling por la música no aminoró. Lo dejó patente en las sesiones privadas con Chris Martin, de Coldplay, Nile Rodgers, Wyclef Jean o Guetta, donde todos salían abrumados por el talento y la juventud del DJ, que parecía más un director de orquesta que de una mesa de mezclas. “Es el mejor compositor de melodías nato que he conocido”, asegura Rodgers, al que mostró por primera vez el éxito instantáneo que sería Wake me up.
El problema vino después de aquella, de Levels y de Hey Brother. “Cuando empiezas, solo quieres hacer buenos temas, pasarlo bien y tocarlos. Todo es positividad, diversión, entretenimiento. Compartes tu amor. Pero luego, cuando has creado pongamos tres bombazos mundiales, el mundo espera que salgas con otro éxito aún mayor. Eso es durísimo”, explica Guetta, empatizando con la ansiedad del sueco.
Solo fue en la producción de su tercer álbum, viajando en caravana por el mundo junto a todos sus amigos, cuando Tim fue enteramente feliz. De ese road trip salieron grandes temas como Without You e Hymn for the Weekend. Estaba recuperado física y psicológicamente, y parecía preparado para volver al ruedo. Pero no lo estaba y en esta ocasión iba a ser el no definitivo a una vida de nómada.
En 2016, Avicii se retiró de una profesión que no le hacía feliz aunque estuviese ligada a su gran pasión por la música. No lo hizo con la paz que le hubiese gustado ni con el apoyo que necesitaba, pero lo hizo. Avicii puso en riesgo el prestigio de su carrera por el bienestar mental de Tim. Y, aunque no fue el final que todos conocemos, fue el que necesitó y le sirvió en aquella época. Esa es la verdadera historia.