Bobby Gillespie: “Necesitaba hits porque no venía de una familia con dinero”
“Te voy a enseñar una cosa” es la respuesta de Bobby Gillespie (Glasgow, 1961) cuando este periodista le hace la primera pregunta. Se acaba de sentar pero se levanta a coger su móvil, cargando, y busca algo en Google. Es la estatua a Dolores Ibárruri, Pasionaria, que se instaló en Glasgow a finales de los años setenta, cuando el músico enfilaba su mayoría de edad. Ibárruri mira, brazos alzados en saludo irredento, hacia el río Clyde, hacia el sur, hacia España. “Mi padre era socialista. Marxista —concreta Gillespie—. Estaba muy implicado en el movimiento sindical escocés y fue secretario general de la Sociedad de Oficios Gráficos, trabajadores de imprenta. Bueno, pues mi padre ayudó a conseguir dinero para erigir esto. Es un homenaje a los voluntarios de mi ciudad que vinieron aquí en las Brigadas Internacionales. Mi padre conocía a algunos de ellos”.
Bobby Gillespie ha sido varias cosas. Un niño que se crió en una familia de izquierdas, con amigos que tenían en su casa un retrato de Isabel II mientras en la pared de la suya estaba el Che Guevara en la famosa foto de Alberto Korda. También un trabajador de imprenta casi adolescente agobiado por la previsión de pasarse medio siglo yendo a un puesto que ya entonces le deprime. El chico que pronto iba a ver como cada vez más real el sueño de salir de un mundo limitado por el curro y el subsidio de desempleo gracias a su sensibilidad y talento musical. El batería de los Jesus & Mary Chain de la época del Psychocandy. El motor de unos Primal Scream que abrazan entre sudor ácido el verano del amor del final del thatcherismo. La clase obrera que sabe que el pan y las rosas no las regalan. Gillespie es, hoy, alguien capaz de contar sus treinta primeros años de vida en sus magnéticas memorias Un chaval del barrio (Contra, 2022), que le hacen visitar Barcelona para presentarlas en el festival Subsol.
Atrapado en la fábrica
Hits para escapar del paro. Eso era lo que necesitaba Gillespie. O el rock o nada. “Es que no venía de una familia con dinero y quería dedicarme a la música. Conocimos a otros músicos, otros grupos, de procedencia más burguesa, pero no necesitaban ese éxito tanto como nosotros porque sus vidas ya estaban bien e iban a estar bien. Yo no quería volver a la fábrica”, sostiene. ¿La música le ha salvado un poco la vida? “Sí, sí, absolutamente. Cuando trabajaba en la fábrica aceptaba eso porque es lo que se supone que hace la clase obrera. Pero, a pesar de que el sueldo estaba bien porque nuestro sindicato era fuerte, ¿cuánto tiempo tendría que estar yendo ahí día tras día? Me sentía atrapado. Además estaban grupos como The Clash haciendo canciones contra el trabajo. Johnny Rotten cantando ”I don’t work, I just speed“ y yo estaba como ‘mmm eso suena bien’. Mi padre diría que al final la dura realidad te hace necesitar un trabajo. Y tenía mucha razón cuando decía que tienes que tener algo por lo que levantarte cada mañana”.
Con The Jesus & Mary Chain se vio en medio del fenómeno musical que inflamaba las salas por las que pasaba aquella catarsis de ruido, cuero y anfetamina. Pero, ya fuera de esa banda y con el foco puesto únicamente en Primal Scream, no fue hasta 1989 que aquellos preciados éxitos empezaron a estar al alcance de las manos de Gillespie. Y de su mente. Su sturm und drang guitarrero iba a ser acunado, pero para nada adormecido, durante la explosión del segundo verano del amor. Tiempo de pantalones baggy, teclados Roland TB-303, atmósferas eternas, suaves bucles, hooligans en tregua. Tiempo de comenzar a imaginar un disco icónico, Screamadelica. El descubrimiento del acid house y el éxtasis. “Para mí, el acid house fue un momento utópico. Accidentalmente, pero lo fue. Pienso en la manera en que irrumpió el éxtasis en las fiestas y en cómo eso favoreció la empatía entre la gente. Después de una década entera de thatcherismo, después de aquella frase suya de que la sociedad no existía, la gente se abrazaba. El ethos capitalista de esa época era el egoísmo, la codicia y pisar al de al lado. Creo que la historia nos ha dado la razón a Primal Scream por haber participado, como grupo, del movimiento social que para mí fue el acid house. Fue algo sedicioso, mientras que el gobierno de Thatcher era muy autoritario, rompió huelgas, militarizó a la policía, dividió a la clase obrera. Había una sensación de derrota, pero el acid house a mí me parece un acto de resistencia. Lo que vino después fue la comercialización de aquello, con superclubs y super DJs”, defiende.
Cinismo o romanticismo
A Gillespie siempre le gustó el detalle de haber nacido el mismo año en que Yuri Gagarin fue al espacio. Bromea sobre haber sido él mismo, en un guiño a un título del escritor Alexander Trocchi, un cosmonauta del espacio interior. No tiene problema en hablar de sustancias sin tapujos. “Cuento mi historia y trato de reflejar cómo me sentía sobre las drogas en aquella época. El éxtasis tuvo una agencia política. La cocaína también puede tenerla, pero es una de negación y violencia. Es destructiva y solitaria. La cocaína, como la heroína, atomiza a la gente. El éxtasis es más comunal. Siento que si hablas de drogas desde la experiencia tienes que ser honesto. Y tienes que ser cuidadoso. Quizá en el pasado lo hice, pero ahora no quiero glamurizar las drogas”. En él late la pulsión de escribir música contra “la falsa fachada del macho”. Se sigue considerando más impresionable que de vuelta de todo. “A veces pienso que soy un cínico romántico pero creo que en el fondo soy un romántico cínico. Soy muy romántico. Mi último disco, Utopian ashes, del año pasado, lo es”, dice sobre el disco que ha publicado junto a Jehnny Beth, excantante del grupo Savages. “Habla del hundimiento de un matrimonio donde la voz del narrador masculino es la de alguien que se culpa a sí mismo. Pero no es un disco de ruptura construido sobre el lamento, sino sobre la lucha. Si eres romántico, tienes que estar preparado para la lucha, tanto si esta es la revolución como mantener sana una relación. A un cínico son cosas que no le importarían”.
Su visión social del Reino Unido actual no hace prisioneros. “Horrible. Es como una era victoriana. Bancos de alimentos. Niños viviendo en la pobreza real. Familias con hambre en la quinta economía más grande del mundo. Por eso apoyé a Jeremy Corbyn, porque era un intento de transformar eso. Creo en las políticas de redistribución. La brecha entre ricos y pobres es enorme. No puedes ser feliz si no lo es todo el mundo. Y además es como que trabajar no compensa a nivel económico. Yo soy afortunado y he podido ganar dinero en los últimos treinta años, pero cuando la gente me cuenta lo que cobra es apenas lo suficiente para pagar un alquiler y comprar comida”, denuncia. Gillespie ha votado siempre al Partido Laborista. “Las elecciones de 2017, con Corbyn a dos puntos de ser primer ministro, fueron una gran oportunidad. Él es mucho más popular entre los votantes laboristas que Starmer. Mucha gente dejó el partido tras la salida de Corbyn. Yo no voy a votarles. Por [el actual líder moderado Keir] Starmer y su pandilla. Me recuerdan a Blair y su centro-izquierda. Yo no creo en el centro político, creo en que hay izquierda y derecha y para mí el centro es derecha. Corbyn alimentó la ilusión de mucha gente, alguna muy joven. Ibas a las manifestaciones y él era como una estrella de rock o del fútbol, pero amenazaba a las élites y se enfrentaba a los conservadores, la prensa, la BBC y a su propio partido. Se le calumnió sobre su presunto antisemitismo, especialmente desde The Guardian, un medio que siempre ha defendido los intereses de clase de Oxbridge”, lamenta en referencia a cómo son conocidas las élites de Oxford y Cambridge de las que han salido el 76% de todos los 55 primeros ministros británicos.
No tiene dudas acerca de que hoy sería más difícil que un chaval de Springburn, de barrio obrero como él, lo tiene hoy mucho más difícil para sabotear, aunque sea individualmente, un sistema clasista. “Totalmente. Cuando yo era un chaval, podías ir a la universidad sin tener recursos económicos porque el Gobierno lo pagaba. Blair introdujo los préstamos que acaban convirtiéndose en deudas de miles de libras. Puedes deber 40.000 libras con 22 años”, lamenta. La influencia de haber crecido en un ambiente politizado y la conciencia de clase siguen presentes en Gillespie. “Eso es para mí muy importante. Es un marco de referencia moral”, manifiesta sin dudar. Además, cree que “el concepto de grupo de música es también una idea utópica. Unas personas se juntan y con sus habilidades puestas en común crean algo más grande que ellas mismas. Es algo bonito, potente y estimulante que no puedes hacer a solas, sino en compañía”. Y sigue siendo un futbolero empedernido. Se le ilumina la cara al darle la enhorabuena por la liga escocesa conseguida hace unos días por su equipo. “Siempre Celtic”, sonríe Bobby Gillespie mientras busca en su teléfono fotos de la celebración en el césped para enseñar.
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