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CRÓNICA

Damas Gratis, inventores de la cumbia villera argentina, realiza una gira apoteósica de la que no se habla

Damas Gratis durante el concierto celebrado en Madrid
29 de abril de 2022 22:10 h

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Una pandilla de quince avanza decidida por la calle que desemboca en la sala Apolo. Cuatro de ellos lucen camisetas con la frase “Te quiero pero soy bardo”. En el reverso de la remera, las fechas de la gira española de Damas Gratis. Los quince son argentinos, claro. Uno pregunta a otro qué tal estuvo el concierto del lunes. “Fenómeno. Todavía me duelen las piernas”, celebra. Han pasado 48 horas y aún no se ha recuperado. Pero aquí está, camino del tercer concierto de Damas Gratis en Barcelona. No es el único que los verá dos noches esta semana.

En la sala aún no ha empezado el concierto, pero el público corea todas las canciones que pinchan los discjockeys colombianos Guacamayo Tropical, sean cumbias villeras (las nacidas en villas miseria) o el Matador de Los Fabulosos Cadillacs. La temperatura de la sala se multiplicará por seis cuando arranque el concierto. Damas Gratis son infinitamente más populares de lo que nunca fueron los Cadillacs. Lo más parecido a Maradona que ha dado la música popular argentina. Prácticamente una religión, cuyo sumo pontífice es el cantante y teclista Pablo Lescano. En una ocasión, el periodista argentino Agustín Gennoni lo calificó como “el Dr. Dre argento”, es decir, la versión argentina del creador del sonido gangsta rap californiano de los años 90. En cierto modo, Damas Gratis son como The Skatalites, inventores indiscutidos de un género: en su caso, la cumbia villera.

Alza la mano si eres periodista

Solo en Barcelona, Damas Gratis despacharon 4.000 entradas, todas las que pusieron a la venta para las tres fechas a principios de semana: lunes, martes y miércoles. Algunos fans han visto los tres pases. Otros, han hecho cola en la puerta de la sala desde mediodía. Sumadas a las de Madrid, Alicante, Palma y Málaga, en una semana habrán vendido alrededor de diez mil boletos. Un fenómeno social y musical de una magnitud difícilmente comparable. Una vez más, la prensa musical española ha brillado por su ausencia. Nueva muestra de obstinada desconexión con la realidad musical del país. Argentinos, villeros, cumbieros, suburbiales, sudacas… No interesa. Ninguna cobertura para un grupo con tan descomunal poder de convocatoria y tamaña relevancia como inventores de un género.

La cumbia villera es una derivación de la cumbia colombiana, más cercana, de hecho a la cumbia peruana; más rebajada de ritmo, con un chac-chaca-chac fatigado, que precisamente por el latido cansado que marca el bajo y por ese rasgueo desganado del instrumento de percusión güiro, como arrastrando los pies, se lleva consigo hasta al más rezagado. Es música popular en su máxima expresión. De factura barata (teclado, efectos…) y letras que subliman la vida en los barrios y las villas empobrecidas y que hablan de desempleo y pobreza, alcohol y drogas, delincuencia común y delincuencia gubernamental, policías y pijos. También el sexo está presente, a menudo desde una mirada machista tirando a troglodita.

Cuesta imaginar que un instrumento tan kitsch y denostado como el keytar se haya convertido en emblema y detonador de las explosivas actuaciones de Damas Gratis. Cabe deñalar que el keytar de Lescano tiene una metralleta dibujada. Será una keytralleta, pues. Y, cuando el grupo dispara los títulos más emblemáticos de su cancionero, varios cañones al borde del escenario disparan pirotecnia y humo. Lo que pasa es que todas las canciones de Damas Gratis (y algunas de su anterior grupo, Flor de Piedra, y hasta de su compatriota La Mona Giménez) son momentos álgidos de sus conciertos. El público corea absolutamente todas las letras desde el primer minuto. También lololoea las melodías de teclado. A veces es más fácil distinguirlas leyendo los labios de algún espectador que escuchando a Lescano. El pibe trabaja sin repertorio fijo. Improvisa sobre la marcha y enlaza canciones sabiendo que todas funcionan.

Moliendo cumbias

Un concierto de Damas Gratis es un popurrí con decenas, decenas, decenas y decenas de himnos ultrapopulares. Hora y media moliendo cumbias villeras sin apenas pausa. Pero, aunque la cumbia villera sea la base del cocido, también han ido integrando títulos más skatalíticos, más reguetoneros y más raggamuffin. Y lo mismo te cuelan un sketch a mayor gloria villera de Beethoven (Para Elisa) que se zampan el Sufre mamón de Hombres G, himno pijo rebautizado como El súper cheto. Por supuesto, esta no es ni de largo la canción más celebrada en sus conciertos de estos días. Aunque estés en España, si vas a ver a Damas Gratis siempre estás en Argentina. Diga lo que diga Google Maps.

Un concierto de Damas Gratis es una final de mundial. Argentina contra Argentina. Ganará Argentina. Y la sala será la barra brava. En Apolo, el público se subió a los bancos de la sala. A las barandas. A los hombros de quien pudo. Y a las farolas del local si hizo falta. Unos sacaban el móvil para filmar el concierto y otros, para filmarse en el concierto. Unos ondearon banderas de Argentina y otros de Chile. Algunas estaban colgadas estratégicamente en el piso superior a la vista de todo el público y de la banda. Había una con una imagen de Maradona presidiendo el flanco izquierdo. Y en la pista, banderas y camisetas de equipos de fútbol de media Sudamérica. Un tipo ondeaba deshidratado una camiseta con la leyenda The Return of the Boss. No, no era de Springsteen. Era de Camarón. Y subía la temperatura. Y voló alguna cerveza. Y se sudaba cada vez más. Y algunos se descamisaron. Y saltaron algunas lágrimas.

Y las amígdalas al rojo vivo, no dejaban escapar un solo verso. “Mirá como está la vagancia en este baile / Todos remamados con las manos en el aire”. “Levantá la mano si quieres fumar / Levantá la mano si quieres tomar”. “Laura / Siempre cuando bailas a ti se te ve la tanga”. “Tenés los ojos colorados / Tu vieja no sabe qué fumas”. “Políticos de porquería / Se robaron / Lo poco que quedaba en la Argentina”. “Vos sos un botón / Nunca vi un policía tan amargo como vos”. “El secreto es saber tomar / No tomes, si no sabes tomar”. “Me siento morir / Estoy mareado / Yo quiero vivir anestesiado”. “Y en esta esquina / Solo me queda por tomar / Aspirinas, aspirinas”. “A mí no me importa morir / Abrime la celda que me quiero ir”. Por alguna razón, tal vez por despiste de Lescano o sabiendo que esta es una de sus canciones más celebradas dentro y fuera de la cárcel, Los dueños del pabellón sonará dos veces. También se coreó sin miedo a la afonía y el desafine Me vas a extrañar, versión del grupo mexicano Banda MS de Sergio Lizárraga. Tan exitoso es el original de los sinaloenses que roza ya los 500 millones de visualizaciones en YouTube. Tan exitosa es la versión de Damas Gratis que Lescano la retomó en el bis a pesar de haberla tocado ya apenas media hora antes.

Estos días se ha visto lo más parecido a una versión premium de Damas Gratis: dos percusionistas, trompeta, bajo, guitarra, corista, proyecciones, pirotecnia, humo… En su gira de hace ocho años todo fue más austero. Menos músicos y menos público, al menos a su paso por L’Hospitalet. Aquella vez apenas 600 seguidores acudieron a Salamandra. Poca gente para un grupo ya tan célebre entonces. Resulta que Damas Gratis habían contratado otra actuación a espaldas de la sala en una discoteca a 30 kilómetros. Esa noche de octubre de 2014 dieron dos pases. Nada inusual para un Pablo Lescano que, en sus años como teclista del grupo Amar Azul, llegó a sumar tres mil actuaciones.

Aquellos fueron unos Damas Gratis a trompicones, incapaces de mantener el ritmo de un concierto que se frenaba cada vez que alguien subía al escenario a fotografiarse con Pablito. Esta vez, se ha podido ver a unos Damas Gratis versión rodillo. Unos profesionales del desenfreno. Una apisonadora villera. Resultado: fiesta sin altibajos, chorros de champán y sudor, rondas (espacios abiertos en el centro de la sala) que centrifugaban a todo el que se metía dentro y una colección desbordante de canciones y escenas inolvidables. Eso que tan a menudo se califica de concierto irrepetible. Pero ha pasado noche tras noche.

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