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Música negra, negocio blanco: el racismo se esconde en los despachos de la industria

El grupo catalán The Sey Sisters

Nando Cruz

Barcelona —

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Supremacía blanca en la industria, educación desde una perspectiva colonizadora, racismo entre músicos, racismo en la mirada de los medios de comunicación y las instituciones… El panorama expuesto en las jornadas Música i pluralitat organizadas por la Acadèmia Catalana de la Música no ha dado lugar al matiz o la réplica. Se han aportado datos y experiencias personales que confirman una doble evidencia: vivimos en un país racista y la industria musical no es una excepción, sino uno de sus más sutiles aliados. La expresión que mejor lo resume es: black music, white business. O, dicho en términos políticamente más correctos: música racializada, vale, pero siempre en manos gente no racializada.

Si las conclusiones resultaron tan apabullantes fue, en buena parte, porque los ponentes en el séptimo foro temático que acogió la sede barcelonesa de la SGAE fueron principalmente racializados: gitanos, guineanos, senegaleses, cubanos, nigerianos, colombianos y, también, catalanes y españoles con raíces en Argelia, Venezuela o Mozambique que llevan años desarrollando su trabajo en los sonidos afrobeats, el soul, el jazz, el flamenco, el funk, el bolero, el rap, el trap, el afropop o las músicas del Magreb, pero cuya condición de artistas y empresarios no blancos los sitúa la mayor parte del tiempo fuera del sistema.

La expresión “black music, white business” la puso sobre la mesa el rostro pálido Javier Zarco. Tras impulsar la carrera de Ojos de Brujo y demás grupos de la onda mestiza de finales de los años 90, Zarco sabe de lo que habla porque dirige desde hace una década Slow Walk, plataforma de artistas africanos afincados en España como Nakany Kanté (otra ponente) y Alma Afrobeat Ensemble. Él ha sido uno de los instigadores del foro y, según su experiencia, es un milagro encontrar personas racializadas en puestos de responsabilidad en la industria musical. Programadores, bookers, managers, directores de festivales, discográficas o gestores culturales son gremios blancos prácticamente al 100%. Por ello también califica de “supremacía blanca” la situación que vive el sector.

España ya no es blanca

“Hay que entender que Catalunya ya no es blanca”, proclamó Edna Sey, componente del trío de soul-funk The Sey Sisters, con la certeza de quien sabe que la misma frase es aplicable al resto de España y Europa. No entender que vivimos en una sociedad plural facilita anomalías como que se organicen festivales de músicas negras en cuyo equipo de programación solo hay profesionales blancos y en cuyos carteles los músicos negros apenas tengan presencia. Casualidad o no, el público de este tipo de certámenes es blanco en su práctica totalidad. A veces, en ciudades con altos índices de afrodescendientes en su censo. Esta dinámica era comprensible décadas atrás, pero la realidad demográfica ha cambiado mucho en los últimos veinte años. Según cifras del INE de 2022, el 16% de los habitantes de España no ha nacido en España. Y en grandes urbes como Madrid y Barcelona, los porcentajes llegan al 26% y 31%, respectivamente.

No es habitual que desde las instituciones culturales se aborde ese asunto, pero la Acadèmia Catalana de la Música ha asumido el reto organizando un foro temático para, en sus propias palabras, “desactivar el racismo en el entorno musical”. Y es que, contra lo que pueda parecer, el mundo de la música no ha resuelto ni mucho menos este problema. Marc Ayza es un prestigioso baterista catalán negro criado en Barcelona. “Yo nunca he vivido violencia racista de forma física. Podría haberme tocado, pero he tenido suerte. Sin embargo, no hay lugar donde haya sufrido más el racismo que en el mundo de la música”, afirmó en una de las ponencias. Y no se refería únicamente a los profesionales de la industria o a los medios de comunicación. “Hablemos de racismo entre los músicos”, propuso. “Porque si ese primer escalón ya se tambalea…”. Y sí, se tambalea.

La cuota y el fetiche

Uno de los sentimientos más compartidos entre los ponentes racializados de las jornadas fue ser conscientes de que son vistos como cuotas o tokens para las fechas señaladas. El joven Aron Diatta, del colectivo afroqueer Nea Onnim, sabe que llueven ofertas de trabajo cuando se acerca el Black History Month o cualquier celebración oficial de la diversidad. “Somos un accesorio, un fetiche”, lamentó. En ese contexto, Edna Sey lanzó una advertencia: “Quizás ya nos hemos cansado de ser el cupo de mujeres negras que tocan en festivales”. Ese ha sido, a menudo, su rol y el de sus hermanas. Funcionar siempre como excepción exótica, pese a haber nacido en este país, desgasta. Por ello Diatta lanzó otra de las frases más demoledoras: “Europa no es un continente más abierto que África”.

La sensación de abandono, de negación y de hartazgo era tan visible entre los ponentes con larga experiencia como entre los que empiezan a moverse en el sector. “¿Quieres utilizarme? ¡Utilicémonos mutuamente!”, escupía la rapera Crotchet Fiona desde el más desesperado pragmatismo. Y aportó ejemplos de veladas en las que ha aceptado ser la cuota racializada para luego volver a casa “llorando de impotencia” por el menosprecio recibido. “Este sistema te enseña a avergonzarte de quien eres”, añadió alguien desde el público. Algunos artistas, tras darse de bruces una y otra vez con esta realidad, han decidido ya replegarse en espacios más seguros: sus respectivas comunidades de gente migrada y/o racializada. “Sentirte acompañada es lo único que te permite renovar fuerzas para poder seguir adelante explicando tus historias”, reconocía Sey. No es agradable programar veladas de músicas de origen africano en clubs en los que te han negado la entrada por ser negro. Y eso también lo ha vivido el joven Aron Diatta.

“Yo no sabía que era negro hasta que llegué España; creía que era nigeriano”, añadió Olamide Adisa, miembro del colectivo Voodoo Club afincado en Barcelona. Su comentario despertó sonoras carcajadas, incluso entre el público racializado, pero se entendió bien lo que quería decir. B4mba, discjockey franco-senegalés del colectivo Jokkoo recordó que la primera artista afrodescendiente que conoció en España fue la mallorquina Concha Buika. “Fue una revelación para mí”, reconoce, aunque su interés principal sean los ritmos electrónicos africanos. Cabe preguntarse cuántos artistas racializados han alcanzado la relevancia musical de Buika en la última década y en cuántos puede inspirarse hoy las nuevas generaciones de esta sociedad española cada día más racializada.

Otra educación musical

Ademas de músicos, programadores, discográficas y salas de conciertos, las jornadas Música i pluralitat han buscado voces más allá de la industria musical para dibujar un diagnóstico más completo. Una de las ponencias giró en torno a la docencia; una precuela a la entrada en el mundo profesional donde la realidad es tan o más compleja. Ester Bonal, pedagoga musical, se habituó hace tiempo a dar clase a alumnos de 20 nacionalidades distintas en centros de alta complejidad. Fue ella quien rememoró la siguiente vivencia: “Un alumno me dijo que debía ser una profesora malísima si me habían mandado a una escuela tan cutre a enseñar a gente cutre como él”. Miles de jóvenes crecen asumiendo su condición de descastados en una sociedad que les da la espalda. “No estamos educando para convivir sino, en el mejor de los casos, para coexistir”, lamentó.

Bonal, Premi Nacional de Cultura e impulsora de proyectos socioeducativos como Xamfrà y EducARTs, asume que se está educando “desde una mirada blanca y colonizadora” que obstaculiza el desarrollo de la sensibilidad musical de alumnos procedentes de otras culturas. “La música es un arma de construcción masiva”, proclamó, pero urge replantea los métodos de docencia antes de que las nuevas generaciones se encierren en sus respectivos guetos. “Debemos revisar los instrumentos con los que educamos”, aconsejó Sergio Ramos, percusionista en la Orquestra Àrab de Barcelona y gestor cultural. Incorporar instrumentos de otras culturas altera el marco de aprendizaje, dijo, porque “todos los repertorios van cargados de ética y de política”. Además de batería, Marc Ayza es profesor de jazz y se esfuerza en dar a conocer músicos negros a su alumnado. Conoce de sobra el ‘síndrome Larry Bird’ según el cual, incluso en una música de raíz afroamericana, el gran genio siempre será un instrumentista blanco.

La rapera mexicana Masta Quba y el compositor de origen indio Vignesh Melwani aportaron sustanciosas reflexiones para reconsiderar el eurocentrismo en el que sigue instalado en el mundo educativo. Pocas veces se han visto foros de reflexión cultural con tanta riqueza y pluralidad de voces. Y desde fuera incluso del ámbito educativo, Vivi Alfonsín, de la plataforma #RegularizaciónYa insistió en que “existe una voluntad política de mantener a las personas racializadas y migrantes fuera del sistema”. En charlas precedentes incluso se había propuesto abandonar de una vez el término “inclusión” para adoptar el de “no exclusión”. El primero es paternalista. El segundo implica asumir cierta culpa.

Dos mundos separados

Lo más valioso de estas jornadas ha sido que personas migradas ocuparon el estrado mientras representantes de la industria y las instituciones fueron, por una vez, simples oyentes. En las primeras filas ha habido representantes de departamentos de promoción cultural y empresas culturales de la Generalitat, así como de TV3. Y su reacción era de absoluto estupor. Parecía que jamás habían escuchado discursos de este calibre por parte de sus conciudadanos. Desde la televisión pública se entonó un instantáneo mea culpa: en una plantilla con más de mil trabajadores solo hay dos personas racializadas. Algún representante político comentó lo interesante que sería trasladar estas reflexiones a los despachos. Acto seguido soltó: “aquello es otro mundo”, refiriéndose al día a día de la política. Y, en efecto, lo es. Un mundo completamente ajeno a la realidad. De ahí, el impacto recibido. De ahí, la importancia de haber asistido a estas jornadas.

Diego Salazar, gestor cultural colombiano afincado en España desde hace dos décadas, arrojó los datos que ayudan a comprender esta realidad multicultural tan invisibilizada. La media anual de ingresos de los extranjeros que residen en Barcelona es de 25.400, mientras que la de los españoles es 34.000. Y, contra lo que pueda suponerse, un 36% de estos extranjeros tienen estudios superiores, mientras el porcentaje de españoles con idéntica titulación es de un 31%. Es el racismo estructural explicado en cifras. Un racismo que en el entorno musical no solo se perpetúa sino que se acentúa. Y en ese contexto, la demanda más recurrente en estas jornadas fue la imperiosa necesidad de incorporar personas racializadas en los puestos de responsabilidad para combatir el black music, white business. No solo sobre el escenario, sino también detrás. No solo para aplicar una mirada plural en la docencia, sino también en los medios de comunicación.

La sensación de urgencia ha sido tan palpable que, a raíz de estas jornadas, la Acadèmia Catalana de la Música ya ha creado una mesa de trabajo permanente desde la que seguir abordando estas problemáticas. Será una mesa de trabajo principalmente integrada, no puede ser de otro modo, por personas racializadas. También desde la Generalitat se han tendido puentes inmediatos con el grupo motor de las jornadas para trasladar el debate a otros foros culturales. Fomentar y preservar la diversidad es algo que, como recordó el experto en derechos culturales Sergio Ramos, forma parte de las obligaciones de los estados. “Si no visibilizamos otras expresiones culturales perdemos capacidad de mirada”, alertó. Y es esa mirada lo primero que urge replantear y enriquecer.

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