El apagón artístico de la ciudad de Nueva York

Marc Muñoz

Nueva York —

La ciudad que se expande al este del Hudson ha estado históricamente ligada a la vanguardia artística y cultural. Durante el siglo XX y buena parte del actual, ha sido un vivero inagotable de escenas, tendencias y artistas de renombre: la gran manzana como crisol del arte y escaparate global hacia el resto del mundo, con un radio de influencia que trasciende a la cultura. Sin embargo, en la última década se ha propagado la sensación de que la ciudad está perdiendo fuelle artístico.

El 1 de mayo The New York Times publicó un artículo donde Alex Williams señalaba la mudanza emprendida por muchos artistas locales hacia la soleada Los Angeles. Citaba como casos más sonados el del músico Moby, y hasta la propia Lena Dunham, que acaba de comprar una mansión en Hollywood.

La otra señal de alarma la encendió el propio alcalde de la ciudad, el demócrata Bill de Blasio, cuando a principios de año anunció un plan de vivienda para ayudar a aquellos artistas con dificultades para sobrellevar sus alquileres. Una medida que se suma al esfuerzo por mantener el millón de alquileres regulados que protege alrededor de dos millones de residentes en situación precaria, dentro de un plan soñado por el alcalde para que la brecha económica no divida la ciudad en dos.

La otra cara de la gentrificación

Cualquiera que haya vivido en la ciudad de los rascacielos conoce los desafíos económicos que exige, siendo la partida de vivienda la más holgada de un cúmulo de facturas angustiantes. El aumento de los alquileres año tras año está empujando a millones de personas y familias a una situación inestable al no poder hacer frente a los precios disparatados que marca el mercado.

Solo en Manhattan, el alquiler medio mensual se sitúa –cifras de enero del 2015– en los 3.974 dólares (unos 3.550 euros), con un crecimiento del 4,6% con respecto al año anterior. Unos precios desorbitados que no se limitan a las zonas exclusivas de Nueva York. En el distrito de Brooklyn el alquiler medio es de 3.201 dólares, con un incremento del 4,5% respecto a enero del 2014, y con una diferencia con Manhattan de apenas 398 dólares. Algo menor se sitúa en Queens, alrededor de los 2.929.

En el fondo de esa inacabable burbuja se encuentra una gentrificación que se expande como una plaga por la ciudad, especialmente presente en algunos barrios de Brooklyn, y llevado hasta el paroxismo en Williamsburg. La otrora cuna artística, terreno fecundo de bandas emergentes, cineastas, pintores, artistas y foco de una de las últimas escenas artísticas globales, se ha convertido en un páramo goloso para el capitalismo inmobiliario. Donde antes yacían fábricas abandonadas, solares vacíos, lofts de artistas, contados restaurantes y comercios, ahora es una extensión de Manhattan, repleta de rascacielos de viviendas, con sobreoferta de locales de brunch, inmobiliarias de lujo, restaurantes y bares por doquier, clubes donde la entrada cuesta 40 dólares y un sinfín de oferta comercial que ha barrido el espíritu creativo y DIY del barrio.

“Siento como si la diversión se hubiera largado de Brooklyn. No más locales y espacios DIY. Ahora tienes que gastar dinero de forma estúpida en noches dominadads por DJ”. Son las palabras utilizadas por Dominic Hus, líder de la formación DOM, cuando este diario le pregunta por el Brooklyn de hoy en día. Hus, asentado en esa zona de Nueva York a principios de esta década, es uno de los músicos que decidieron hacer las maletas, en su caso, para volver a su natal Worcester, Massachusetts.

No solo se van los músicos. A finales del año pasado, tres de las salas de conciertos más emblemáticas de Williamsburg desaparecieron por culpa de la presión inmobiliaria y la consecuente subida del alquiler. Glassland fue durante meses el último bastión de la escena DIY, que había visto cómo en pocos meses, otros dos locales clave (el 285 Kent y el Death by Audio), cerraban la persiana. Ahora su espacio lo ocupan las oficinas de VICE.

La situación no resulta tan agorera para Mark Richardson, redactor jefe de la influyente web musical Pitchfork, cuyas oficinas en Nueva York se encuentran ubicadas en el este de Williamsburg: “No hay duda de que cierto espíritu del DIY es difícil de mantener en una ciudad tan cara como Nueva York, pero también creo que el entramado compuesto por las oportunidades y la proximidad con la audiencia y los medios compensan la balanza. En cualquier caso, la situación es muy distinta a hace 30 años, cuando un artista podía vivir a bajo coste y subsistir con lo mínimo”.

Una escena musical en dispersión

Lo que parece menos discutible es la difuminación que vive la escena musical de Brooklyn, cuyos últimos vestigios de proyección internacional se remontan a la década pasada: Grizzly Bear, Animal Collective (originarios de Baltimore pero asentados en la comunidad de Williamsburg durante una etapa), MGMT, The National, Yeaseayer. Una escena que parece haberse marchitado o, como mínimo, dispersado hacia otros barrios fuera de Williamsburg.

“Creo que Nueva York está en un período de calma en cuanto a lo musical en este momento, y puede que esté relacionado con la gentrificación y la extinción del DIY. Pero a su vez ahora el artista tiene muchas herramientas a disposición para producir y diseminar su trabajo, ya no necesita necesariamente la comunidad de la urbe neoyorquina. Aunque aún hay grandes bandas que se mudan a esta ciudad con el objetivo de 'lograrlo', y eso no ha cambiado. También creo que actualmente la escena musical de Nueva York resulta muy extensa y fragmentada, con lo que resulta difícil generalizar, hay muchas escenas pequeñas dentro de ella, en lugar de unas pocas y grandes”, señala Richardson.

La nomina de músicos que han abandonado la ciudad se ha ampliado en los últimos años. 2012, el bajista de Grizzly Bear, Chris Taylor, decidió dejar Brooklyn para alquilar una casa con un amigo en una zona boscosa a las afueras de la ciudad de los rascacielos. En la actualidad reside en L.A. con su novia catalana. También Noah Lennox, el músico detrás de Panda Bear, y pieza fundamental de Animal Collective, se mudó a Lisboa unos años atrás, donde vive con su mujer e hijos. Su compañero de banda, el cantante Dave Portner (“Avery Tare”), es uno de los que emprendió el viaje hacia la Costa Oeste, para instalarse en L.A. El mencionado Moby, quien en un artículo publicado en Creative Time Reports el 3 de febrero del 2014, resumía así sus razones para abandonar su lugar natal: “Dejé Nueva York por L.A. porque la creatividad requiere de libertad para fallar... Me encontraba tan absorbido por el absurdo culto de la ciudad por el dinero que necesité años para darme cuenta que no me quedaban amigos artistas en Manhattan, y que los únicos artistas y músicos que conocían se iban moviendo poco a poco cada vez más hacia el este, después de que incluso muchas partes de Brooklyn llegaran a ser demasiado caras para aspirantes o artistas con ingresos no muy abultados”.

“Tengo varios amigos músicos que han empaquetado sus cosas y se han largado de la ciudad. Si por cualquier cosa volviera a Nueva York me instalaría en Queens. Brooklyn está roto”, comenta el músico DOM. Richardson aporta otro punto de vista sobre la diáspora emprendida por músicos de la zona, y sobre la disolución de la escena musical que los agrupaba: “Creo que la cuestión geográfica influye mucho menos que en el pasado. En muchos casos las escenas están más definidas por conexiones online más que por la situación geográfica de sus miembros. Los músicos se sigue moviendo hacia las grandes ciudades, pero ahora hay muchas más opciones, ya no es la única vía para 'lograrlo'”.

Pero no todo se reduce a la terminal de salidas del JFK. Otros músicos, atraídos por los haces de luz que emanan de la ciudad que nunca duerme, han emprendido el camino inverso. Incluso músicos consolidados, como Devonté Hynes (Blood Orange), quien dejó Londres para instalarse en Nueva York, el francés Yoan Lemoine (Woodkid), que se alejó de su Francia para terminar instalado en Williamsburg, o incluso la cantante Björk, quien parece tener estos días una historia romántica con el barrio de Bushwick, el más bullicioso de Brooklyn a nivel artístico, donde se la puede ver paseando, o pinchando sesiones sorpresas en algunos de sus bares. La materia muta, en algo a veces irreconocible, pero de haberla... sigue habiéndola.