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La danza, la fea del baile

Compañía Nacional de Danza: Don Quijote Suite 2. Foto de Patricio Valverde

David Márquez Martín de la Leona

La danza es la disciplina más agraviada dentro de las artes escénicas, con peores resultados económicos y de público. Y a pesar de los sesgos metodológicos de los estudios de los que disponemos, los datos son elocuentes. Según el Anuario SGAE, el total de funciones de danza en toda España ha pasado de 4.653 en 2008 a 2.354 en 2013, o, en términos de público, de 1.627.780 en 2008 a 953.928 en 2013. Según los datos parciales que publica la Generalitat de Cataluña, la tendencia es igualmente desalentadora. En Cataluña se ha pasado de 46 compañías de danza en 2009, a 29 en 2013; y de 1.410 representaciones de danza a 762 en el mismo intervalo de años.

El problema es que no podemos contar con datos que nos den una imagen real y comparativa del sector. Por ejemplo, mientras que la Secretaría de Estado de Cultura computa como compañía a todo aquel que se considera a sí mismo compañía de danza, la Generalitat de Cataluña, algo más rigurosa, establece un filtro de profesionalidad para elaborar su base estadística que consiste en considerar compañía a toda aquella estructura jurídica que tenga al menos 3 años de antigüedad y haga al menos cinco representaciones de danza al año. Que no es lo mismo.

Polémicas aparte, la realidad profesional de bailarines, coreógrafos y pedagogos refleja las tendencias laborales del grueso de los trabajadores españoles: precariedad, desprotección laboral y devaluación salarial. Una realidad cotidiana de miles de profesionales que, pese a la crisis, ni han desaparecido, ni han disminuido. Según la Secretaría de Estado de Cultura, en 2009 se contabilizaban 3.825 profesionales artísticos vinculados a la danza (bailarines, coreógrafos y docentes) y en 2013 unos 4.458. Un aumento que esconde una realidad profesional más deslavada: unos profesionales forzados a buscar alternativas profesionales que, si son dentro de la danza, les llevan a diversificarse.

Para poder sobrevivir, los bailarines recurren a dar clases o se aventuran en la coreografía. Eso, si tienen suerte, porque lo más frecuente son las alternativas fuera del sector de la danza, desde hostelería, a eventos, turismo, etc.

¿Qué han hecho las Administraciones o instituciones públicas? Si han hecho algo, ha sido poco, desestructurado y, a juzgar por los resultados que se muestran, insuficiente.

Precariedad, desprotección laboral y devaluación salarial

Las competencias de promoción cultural corresponden en exclusiva a las comunidades autónomas, y allí las políticas públicas para la promoción de la danza en España son prácticamente inexistentes. O, cuando existen, son inconexas, fugaces y apenas se concentraban en la difusión y mucho menos en la producción. Son políticas que, en distintas medidas y según la Comunidad Autónoma, han provocado que la danza dependa fuertemente de la financiación pública, generándo sectores económicamente protegidos, socialmente cerrados y administrativamente clientelares. En los estribos de este sistema, los otros niveles administrativos como el municipal y el estatal intentan jugar con cierta torpeza el papel al que le relegan las comunidades.

Por una parte, los Ayuntamientos y Diputaciones se han visto limitados a sostener la difusión mediante los teatros, festivales y circuitos de los que son titulares. Pero estos espacios están sometidos a tantas otras funciones que tienen que cumplir como espacios de titularidad pública (programación de otras disciplinas y de otras actividades ciudadanas y asociativas).

En este contexto, la danza no deja de ser algo anecdótico. Y, pese a que el grueso de la programación de danza del país pasa por estos espacios, son los que peores condiciones tienen: menguantes recursos, fuerte presión de la desmesurada oferta cultural, desconocimiento y desmotivación artística, relación directa con unos públicos en transformación social y cultural, etc.

Después está el Estado que, ensimismado en sus unidades de producción de siempre (Compañía Nacional de Danza y Ballet Nacional) y en unas ayudas y subvenciones que no han cambiado desde hace años, apenas acierta a complementar a las comunidades en la difusión nacional e internacional. Programas como Danza a Escena, impulsado por el INAEM conjuntamente con La Red de teatros y auditorios de titularidad pública, no palía ni tan siquiera a las compañías seleccionadas (unas 20 compañías que realizan alrededor de 100 representaciones).

El último refugio

En un país con un sector tan precarizado, no es de extrañar que brillen en estos momentos algunos proyectos faro como el Mercat de les Flors y su estructura asociada, el Graner, en Barcelona, en la difusión, producción y acompañamiento de artistas y residencias. No es de extrañar, tampoco, que existan poquísimos proyectos de colaboración hacia el exterior de España que se rijan por una lógica profesional y no de manipulación institucional/administrativa de la comunidad autónoma de turno. Ni extraña que toda la presión se traslade hacia los teatros alternativos y los cada vez menos festivales de danza, convertidos en el último refugio al que recurrir, una vez que gran parte de la danza se ha marginalizado en las programaciones escénicas regulares por desidia y desconocimiento de profesionales y políticos responsables de ellas.

¿Y los públicos? Ni están ni se les espera. Probablemente, nunca estuvieron. Con una disparidad artística natural a esta disciplina, que va desde lo tradicional a lo contemporáneo, del flamenco al ballet y del costumbrismo al hip-hop, ha sido difícil acompañar, formar y consolidar públicos. No es casualidad que la danza sea la disciplina que provoca menos interés en la población.

Ante este panorama parece irremediable un plan de choque, una reestructuración industrial que aquí llamaremos “artística”. La danza, ese triste sector que siempre se queja y tan poco confía en si mismo, necesita de un radical cambio de actitud y orientación, no sólo de las políticas públicas de todos los niveles administrativos, sino de una decidida renovación estética y artística que permita conectar con nuevos públicos. De esto podríamos hablar en un futuro inmediato.

Hay mucho que todavía se puede hacer si se aceptamos el fracaso de un viejo sistema/modelo que ha hecho aguas por todas partes víctima del desorganizado reparto de (in)competencias entre administraciones. Desde repensar y refundar las unidades de producción del INAEM (CND y Ballet Nacional) hasta una mejor estructuración de la difusión y la producción pensadas en la mejora de la calidad y el desarrollo y crecimiento artístico de los creadores. Hay que optar/elegir/desechar y fortalecer proyectos, asumir riesgos, gestionar negativas, cuestionar viabilidades y estrategias. Más coordinación, más colaboración y más valentía pueden sacar a este sector de la anemia mórbida en la que está sumido.

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